Vertical del verano - Listado de trabajos ya perdidos - El mundo, el pasado y la carne - Artes del no dormir

VERTICAL DEL VERANO. Hay una agitación de niños, alguien que pone el arroz, alguien más que trae una cerveza, el perro que pasaba por ahí. Las horas transcurren mansas, sin dolor, sin pretensión. Hablamos de trascendencias cuando el alma pide muchas tonterías. Caemos en la tentación de los bombones. Cómo no caer. Sentimos esa vaga disposición afectiva a que alguien nos cuente cómo es la profesora de sus niños o hable de las goteras de su casa de verano o critique al jefe o comente técnicas de depilado sin dolor. Nos interesa cualquier cosa. Hay gente que se baña en la piscina. La

vida -pienso- estaría bien que fuera así: la delicadeza con que cae la tarde, pasiones ya lejanas, pequeñas certidumbres del alma, felicidades practicables, infelicidades tolerables, el ritmo que da a los días pagar la hipoteca o que la camisa sucia vuelva limpia al armario. Unos niños que crecen, una mujer que envejece endulzándose como un brandy, una casa que sea imperfecta pero nuestra. Huir del 'grand sentiment' y la avidez de la excepción. Entre amigos pensamos que, sin amigos, seríamos como un andamio que se cae. Dicho de otra manera, nos sostiene la buena disposición de los demás. Como a un abuelo, nos consuela la agitación alrededor, el timbre de la voz humana, la conversación de las mujeres, una copa -una sola copa- para favorecer la digestión. Digerir bien: he ahí otro de los placeres olvidados.

TRABAJOS QUE NUNCA HAREMOS. Ya no queda tiempo para ser afinador de arpas, catador o crítico de rosas, joven promesa de la egiptología, locutor de madrugada de Radio Vaticano, notario en la plaza del Marqués de Salamanca, traficante de vainilla, apóstol de la apicultura, presidente de una APA, experto enológico de Christie's, sexador de ángeles, el feliz dueño de Pachá, poeta romántico italiano, amante bandido, asesor hipotecario, el negro que toca las maracas, alcalde de Benidorm, nuncio de Su Santidad en Kingston (Jamaica), residente en Las Rozas, gobernador colonial de Macao,

pintor de crepúsculos, cónsul en Brucovia, miembro de Católicos Anónimos, tarotista, viticultor biodinámico, exportador de cítricos, armador de origen armenio, director de un casting de bailarinas, anarquista por horas, gurú del ciberpunk, acuarelista en Venecia, panadero de viejo, coleccionista de Picassos, secretario perpetuo de la Mocedad Monárquica, director del museo provincial de Bellas Artes en una ciudad que aún duerme en el siglo XIX, catedrático de semiótica o de riego por goteo, etnomusicólogo, ciberantropólogo, asesor de Desmond Tutu, empresario de pompas fúnebres para ricos, presentador de Saber Vivir, maestro pastelero, 'enfant terrible' del software, tasador de alfombras persas, vicesumiller de vinos dulces chez Ducasse, criador de fox-terriers, imitador de Elvis Presley en los bailes, máximo especialista en Marcel Proust, director de una caja de ahorros en un pueblo de Castilla-La Mancha (estoy pensando en Tomelloso), padre del desierto, arzobispo de Miami, jurado de Miss Mundo, zahorí, maestro de cava en Oporto, campeón nacional de corte de jamón (viajan siempre con una maleta de cuchillos), mixólogo de una neococtelería, traductor caldeo-catalán / catalán-caldeo. Dicho esto, "no se conoce mayor gloria / que dejar tu nombre a un queso / a modo de memoria". Qué cosas.

THE GOLDEN AGE OF BIKINI. Otros veranos, otros libros, otras playas: todavía nos acercamos a la novela feliz que nos dio un pretexto para el sueño y que ahora deja caer unos granos de arena de Menorca o Portugal o tiene un cerco viejo de crema bronceadora por sus páginas. Los extensos veranos españoles permitían habitar la quinta de los Maia, subir con Thomas Mann al sanatorio, ver en la vía el cuerpo de Anna Karenina o aprender con Tristram Shandy de obstetricia y de John Locke. Eran también otras fiestas, otras músicas, tránsitos de los deseos a los desengaños para llegar más tarde a las certezas. Las juergas d'antan. Tan promisorio, el verano está sin embargo entre nuestras mitologías personales del pasado, manteniendo correspondencias con una juventud que para todos fue dorada. En la memoria quedan fotogramas de luces y banderines de colores, una alegría caliente y desbocada, el populismo inherente al veraneo, la banda que acomete "Paquito el chocolatero" en el momento de las pasiones colectivas. No falta la madre que mira el reló, la muchacha incauta a la que roban un beso o el chico que se vuelve a casa con su dolor de corazón y con su acné: la experiencia es dolor y el aprendizaje de la vida va más allá del simbolismo de los pantalones largos por los pantalones cortos. Eso está pasando ahora mismo en cualquier playa. Ajeno a todo, uno entonces pensó que entre ser reyes del mambo y vivir con las manos en los bolsillos siempre nos queda el justo medio de ver y tomar nota. El mundo, el pasado y la carne regresan cada verano a visitarnos, como si no necesitáramos demonio.

LAS DESDICHAS DE VENUS. Trabajan cerca, coinciden, se cruzan, se ven de cuando en cuando, se hacen una broma, se sonríen, se son mutuamente un poco tontos: no es necesario ser un tratadista para colegir la inminencia del desastre. La biología es algo inexorable. Tomados de cerca, ella es una Venus y él tiene el atractivo de un mandril -quizás de un mandril moralizado, lo cual le viene a hacer un hombre estándar. Par délicatesse, definimos a Venus no como una mujer sino como un vino: ella es golosa, carnosa, muy frutal -¡una gran tipa!- o, en lenguaje harto común, una tía buena. Tiene

poderosos argumentos: entre los invisibles, responsabilidad, bondad, inteligencia, el don de la cocina. En fin, en estos terrenos siempre hay que pensar las peores cosas y Venus ve algo en el mandril -lo siente diferente, diferente, al resto de la gente. Se muerde los labios, finge ser natural. Sueña con compartir la pizza de la felicidad y no con la tortilla a la francesa de todas las noches. La biología ha pasado a trascendencia y el mandril no sabe cómo disimularse, cómo dejar de doler, cómo evitar -hombre al cabo- la tentación del jugueteo. Él busca sin embargo a la mujer que sea todas las mujeres y sea ella.

INSOMNIA. Desde noviembre sin dormir, con el alma hecha un azogue, con un superávit de energía que me lleva a cavilar si no habremos nacido en una marmita de 'isostar'. Dormir es el placer universal por más que con los años lo entendamos crecientemente como gusto previo de la muerte. Según Ortega, hay insomnios por exceso de atención. Es la vida, que nos entretiene de modo fabuloso. En otras palabras, eso quiere decir que nos cuesta desligar, aun cuando uno se someta a una existencia

sumaria, geométrica y frugal, a la desesperanza del café descafeinado, a la jaqueca de horror de las noches que no bebes: lo hemos probado todo salvo -está claro- el recurso a los somníferos. "Dios me lo dio, Dios me lo quitó": quizá todo se autocompense para así leer a prima hora como un antiguo monje, mientras velamos sobre el mundo, el alba pide la vez tras la persiana y los gatos ya me miran como gato. En todo caso, a las cinco de la mañana cualquiera ha de verse un poco pobre hombre, con el cigarrillo del desvelo y -de pronto- la perspectiva ilusoria de comprar un alma de acero inoxidable en internet. Quizá sea tan útil como visitar al cardiólogo cuando estás enamorado. Una luz de lámpara nos lleva, con Pascoli, a preguntarnos si nos hace velar "viejo dolor o joven esperanza". Es el momento de examinar el corazón como Jünger examinaría un coccinélido: indizo los sentimientos, clasifico las pasiones, lavo a mano, tiendo y plancho los afectos -hasta que yo mismo me empiezo a sentir un coccinélido. Cuidamos entonces nuestro dolor por ver si le salen flores, como quien poda sus rosales. Nos agita nuestra propia imperfección: sacar sólo notables en la vida, paladear un cierto 'weltschmerz', lo que cuesta ser un superhéroe. Nunca hemos creído en el desasosiego pero -coño- esto se le debe parecer. Somos esta biología que se duele, una figura vagamente antropoidal por los pasillos, la desolación que posa con batín por hacer una concesión a la comedia. Pensamos poner el alma en concurso y organizar un rastrillo con las ilusiones perdidas, la buena fe, los buenos sentimientos. "Niños despiertos, adultos insomnes": bien, al menos he dejado de soñar con Hugo Chávez.

 
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