Una caída que no se veía en 300 años

De un tiempo a esta parte venimos contemplando -como lo más habitual- a personajes de alta reputación y estima que se desprestigian en menos de un santiamén. En el caso que nos ocupa el desafortunado es Michael Martin, obligado a dimitir de su puesto de presidente de la Cámara de las Comunes por ser el máximo responsable del escándalo de los excesivos gastos de algunos de los diputados del Parlamento británico. Si bien ésta no es la primera vez que acontece, ya que allá en el año 1695, un predecesor se vio obligado a abandonar su cargo por haber aceptado dinero a cambio de la promulgación de una ley.

Nunca es momento de realizar injusticias e incurrir en escándalos, pero desde luego es osado y vergonzoso que en medio de la terrible recesión en la que se hallan los británicos, los honorables miembros –así se denominan entre ellos- se apropien del dinero de los fondos públicos para pagar sus gastos privados, tales como el mantenimiento del jardín y piscina, o la compra de alfombras y televisiones de plasma.

Resulta paradójico que el responsable de controlar los gastos de los diputados sea precisamente quien no sólo abusa de su cargo, sino que además aprueba que los demás compartan su misma afición, e incluso impide que se publiquen los datos relativos a los gastos. Datos que vienen siendo exigidos desde tiempo atrás. Si bien se podría decir que la paradoja no lo es tanto, pues el control de algo tan seductor como lo es el dinero o lo dejas en unas honestas y buenas manos o aquel se esfuma en un abrir y cerrar de ojos. Tal vez por eso padece la honradez en los hombres y mujeres, podría decirse que hasta el propio término ha caído en el olvido.

No cabe duda de que lo inminente es que la clase política esté construida sobre unos principios sólidos, que les permita recuperar la confianza perdida, y establecer una normativa que facilite la transparencia, instrumento idóneo, para que los políticos actúen y gobiernen con profesionalidad.

Sin embargo, de poco sirve implantar unas nuevas normas, aunque necesarias, que solventen las actuales y futuras lagunas, si no se profundiza en las causas del problema. Se ha de recapacitar en lo verdaderamente fundamental, y así afrontar los motivos que inducen a las personas a tener comportamientos deshonestos. Conductas que no sólo afectan a la estabilidad e integridad de ellos mismos, sino también a la sociedad en la que vivimos. La política debería ser una realidad que ambicione la ética y los valores compartidos. Habrá que sentar las bases de una sociedad en la que las virtudes como la honradez, la sinceridad, el respeto, la libertad responsable, sean los pilares que la sustenten. Sólo compartiendo los valores será posible el perfecto progreso de la sociedad, de forma que garantice y asegure el bien común de todos.

Porque lo cierto es que en la persona honrada encontramos el honor. Y es el honrado quien sabe respetar los bienes ajenos aun cuando tuviera las oportunidades para no hacerlo. Entiende que crear riqueza no tiene como propósito ni dominar a los demás ni acumular poder para sí mismo, más bien lo que procura es conseguir la solidaridad, la ética, la justicia y la integridad en su entorno social. 

 
Comentarios