El calor no afecta a las neuronas

Qué calor. La semana pasada sufrimos la madrugada más calurosa de la historia en muchas ciudades de España. Bullían las redes sociales a la hora de las carreras de gatos. Irradiaba calor hasta la Luna –es metafórico, amigos de la NASA-. España entera sumida en un insomnio general. Pesadillas. Sudores. Mal carácter. Y así, una noche en la sauna, entre vapores, y récords en los termómetros.

A la mayoría de las personas les inquieta tanto el calor, que les impide conciliar el sueño, y dan vueltas en la cama como un hámster en una rueda. Razonable. Lo que no parece tan razonable es permanecer en la cama con treinta y tantos grados de temperatura y todos los bares abiertos. Los golpes de calor se inventaron para socializarse en las terrazas y reactivar la industria del mojito. No deberíamos subestimar la importancia del mojito como impulsor de la economía española en pleno bache. Está científicamente comprobado. A partir del cuarto mojito, remite la crisis económica.

Ante el calor, los españoles pierden los nervios. La otra noche, algunos pedían la dimisión de varios ministros, algo a lo que siempre me adhiero incondicionalmente, aunque en esta ocasión me parezca especialmente inoportuno. Y otros exigían el cese del hombre del tiempo, por no haber podido frenar el ascenso desorbitado de las temperaturas. Esto confirma la teoría de un viejo meteorólogo: sólo hay algo más estúpido que el tiempo, y son los comentarios ociosos sobre meteorología.

Pero todo es mentira. No hace calor. Los termómetros y las básculas mienten en verano. Usted no pesa lo que pesa. Usted pesa lo que le da la gana. Ya que vivimos tiempos en los que cada uno puede elegir lo que quiere ser, y la Sanidad pública hasta le paga el apaño, ¿por qué no ser mariposa y volar livianamente por el hielo de Madrid? O cambiar sangre, sudor y lágrimas por tinto de verano y piscina. Lo que sea. Todo menos asumir como si nada esta irritación permanente, este mosqueo de sol a sol, este fuego abrasador; que ya saben ustedes que según los poetas hay un fuego que hiela. Sé que esta afirmación me traerá problemas con el prestigioso poeta satírico Monsieur SansFoy. Me da igual. Con un poco de suerte, se calienta, y me dedica uno de sus versos incendiarios. Nada me haría más ilusión.

Aparte de embotar el cerebro de este columnista, el calor tiene otra sorprendente propiedad: reaviva las conversaciones meteorológicas en el ascensor. Esas que creíamos erradicadas con el fin del invierno y la llegada de la primavera. Por suerte, hace poco encontré la solución perfecta a esos quebraderos de cabeza. Ahora llevo el parte meteorológico en el iPhone. Así, cuando coincido con Don Andrés, desenfundo raudo y veloz.

- Pues parece que va a hacer calor, hoy, muchacho. Este dolor de cuello…

- Sí, en efecto, Don Andrés, se espera un cambio en la tendencia al alza de las presiones, con un ascenso de la temperatura de uno a dos grados cada media hora, sobre la media de las ciudades europeas que empiezan por D, y un repunte de los vientos del norte de flojos a moderados, así como tres gotas de lluvia que caerán al noroeste de la ciudad en torno a las 20:13 de la tarde, con una humedad oscilando entre el 20% y 30%, y una nube solitaria que cruzará al sol antes del ocaso provocando un descenso parcial de las temperaturas de cinco grados en las provincias bisiestas.

- Buenos días, muchacho.

- Buenos días, Don Andrés.

 

No hay nada como llevarse bien con el vecindario.

Al final, conversaciones de ascensor al margen, el gran problema del ascenso de las temperaturas en verano es que lo analizamos así, en caliente. El calor no existe. Es solo una sensación térmica. Una convención humana como el tiempo, el dinero, o la salud. Nada importante. Todo iría mejor si lo asumiéramos así y dejáramos de luchar contra los elementos de la naturaleza. Al fin y al cabo, el calor es algo mucho más relativo que, por ejemplo, el derecho a la propiedad privada de las tortugas. Es más, me atrevería a decir que, si lo piensa fríamente, nunca hace calor.

De acuerdo. Ustedes ganan. Me voy a dormir la siesta y a darme una ducha.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

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