¿Por qué celebramos la Constitución del 78?

Hay muchos motivos para celebrar los treinta años que han pasado desde 1978. Sobre todo, motivos musicales. “Canito” y los hermanos Javier, Enrique y Álvaro Urquijo formaron ese año el grupo Tos, que poco después daría lugar a Los Secretos. También en el 78, los Burning lanzaron un disco explosivo llamado “Madrid”, que ya incluía algunas de sus mejores canciones, como “Jim Dinamita”. Por aquella época nació William Omar Landrón Rivera, más conocido por Don Omar, el “Rey del Reggaeton”. Aunque en relación a esta onomástica, el verdadero drama se produjo en 1996, cuando la pasión de William Omar por la música derivó a ese espantoso estilo musical que invade nuestras discotecas cada verano. En 1978 ganó otra Liga el Real Madrid de Santillana y, lo que para muchos es más importante, el Barcelona la perdió, quedando segundo. Por otra parte, ese verano vio la luz la primera tira cómica del gato Garfield. Todo un acontecimiento en el mundo felino. Y por último, cabe reseñar que en 1978 se cumplieron cien años desde que el entonces presidente boliviano, Hilarión Daza, aumentó diez centavos el impuesto a los empresarios chilenos que explotaban el salitre. Esto último no les parecerá muy relevante, y tienen toda la razón, porque no lo es en absoluto, excepto para los chilenos que entonces se dedicaban a esas tareas. Unos tipos que, por otra parte, se negaron a pagar el impuesto y sufrieron un sonado embargo con el que no voy a torturarles ahora.

Sin embargo, en España no festejamos nada de esto. Ni siquiera lo de Hilarión. Los medios de comunicación lanzan estos días las campanas al aire para celebrar los treinta años de la Constitución española. Ese proyecto integrador que concilió a unos y otros, unió y garantizó que todos, bla bla bla… Ya saben el discurso oficial. Con tantas menciones a este aniversario, he decidido detenerme un momento a releer el famoso texto. Durante estos treinta años los políticos que han ido pasando por el gobierno han aprendido, poco a poco, a burlar la Constitución sin delinquir, o al menos, sin ser condenado ni por la Justicia, ni por la opinión pública. Los que tuvieron que ceder algo en el acuerdo de la Constitución, ya lo han recuperado con este sistema. Los que no se sentían identificados con el texto, ya se sienten integrados por su interpretación actual, que es completamente arbitraria y contradictoria. Los conflictos que supuestamente resolvería la Constitución se mantienen hoy, multiplicados por diez. ¿Qué celebramos, entonces?

¿Celebramos que no hemos conseguido mantener unida a la nación española, como un territorio precioso, multicultural, solidario, en crecimiento constante, y poblado por individuos libres e iguales? ¿Celebramos que en su lugar contamos con diecisiete sabandijas chupando de los últimos escombros de lo que supuestamente algún día fue una gran nación? ¿Celebramos que no ha cesado la violencia terrorista –lamentablemente, acabamos de confirmarlo otra vez- ni la justificación política de carácter independentista que la sustenta, alimenta y alienta a diario? ¿Celebramos que de una clase política culta, con principios y más o menos preparada para ejercer el gobierno hemos pasado a unos representantes del pueblo de baja talla intelectual, cuyo principal objetivo es ganar las próximas elecciones, y cuya meta menos importante es el servicio a la sociedad? ¿Celebramos que la libertad de culto ha sido sustituida por la dictadura laicista? ¿Celebramos que en tan sólo diez años se han duplicado los abortos en España mientras que los distintos gobiernos sólo ven en esta masacre una disputa de carácter religioso y no una privación salvaje del derecho a la vida? ¿Celebramos que las famosas heridas de la guerra civil cicatrizadas en aquel texto han vuelto a abrirse ahora con rencores renovados? ¿Celebramos la persecución de los castellanohablantes? ¿Qué celebramos?

Puede que la Constitución del 78 fuera entonces un mal menor y necesario. Pero hoy es una marioneta moldeable, al servicio de los que mandan, de sus intereses y de sus ambiciones. Por eso no sé qué celebramos con tanto entusiasmo. Salvo que esto sea un entierro y no me haya enterado bien. Nuestros políticos, ahí los tienen, haciendo lo de siempre. La foto, la sonrisa y las palabras vacías de todos los acontecimientos institucionales. Risas, canapés y, los más golfos, un brindis por cada artículo del texto. Muchos creerán, como yo, que la única salida viable es una reforma de la Constitución. Pero observen las cualidades políticas e intelectuales de los padres de la Constitución Española del 78 –con sus defectos- y compárenlas con los que tendrían que negociar hoy un nuevo texto. ¿Se imaginan a toda la tropa política que sufrimos discutiendo una nueva organización territorial del estado? Huyamos.

 
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