A la cera de enfrente

Sencillamente se llevaron un maniquí que dejaba de hacer falta. Con Urdangarín ya van dos veces, y eso puede conformar categoría: el vendaval de la calle entra en las salas y arrolla lo que no ha de estar porque se considera indecoroso. Las figuras degradadas, si pudieran, entornarían los párpados para que no les viéramos en los ojos de vidrio una mirada perpleja y zaherida.

Es bastante insólito que de un museo se retiren piezas al dictado de la actualidad. Más que nada porque los fondos, del tipo que sean, suelen constituir material sedimentario, en general indiscutido, ajeno al torbellino de los días. Cosa distinta son las exposiciones temporales, o la multiplicidad de muestras, exhibiciones y ferias para dar a conocer lo último, donde a veces hay que descolgar un cuadro, una fotografía, o apartar cierta escultura por tal o cual polémica.

Los museos de cera son un híbrido extraño de pasado y presente, de muertos que se hacen presentes en una vida rígida como de hachón funerario con rasgos y pose, y de vivos que van haciéndose historia, pasado prematuro, cuando les modelan el sosias perdurable. La diferencia es que por ejemplo don Rodrigo, que ya se cargó una vez la monarquía, no va a salir en los medios por ningún caso de apropiación indebida ni malversación de fondos. No digo yo trece siglos, pero ¿quizá podría esperarse un poco, antes de exhibir la réplica de quien luego va a motivar que se retire?

Pues acaso no se deba, porque está claro que esa movilidad vivifica un museo oreado con el ventarrón de la calle, como se decía arriba, frente a casi todos los demás museos, replegados sobre sí mismos. Adquiere así un aire de mundo paralelo, mimético del real, en el que el descenso figurado a los infiernos de la opinión pública se materializa en un descenso auténtico e inapelable: a un oscuro almacén, caso de Marichalar, y a la sección de los deportes –veremos si como fase transitoria antes de recalar en el mismo sitio que su ex cuñado–, caso de Urdangarín.

El paso siguiente consiste en que no solo muevan a los yernos del rey, sino a todo aquel, de entre los vivos, cuya estima general se vea oscurecida por la razón que sea. Que un futbolista de los presentes en el museo se demuestra fullero, al almacén. Que se descubre como plagiario a uno de los cantantes, al almacén. Que alguno de los actores perpetra cuatro películas malas seguidas, al almacén. Quien lo merezca por veredicto popular, que cruce la calzada de la historia y quede relegado al almacén de la cera de enfrente.

 
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