La derecha se orienta

No queda claro si el abultamiento de los errores del gobierno Zapatero superará su manifiesto poder de hipnosis pública para que Mariano Rajoy empiece la mudanza a la Moncloa allá en el mes de marzo. Como en un arte marcial o en un viejo volumen de estrategia militar, es presumible que uno sólo gane por el fallo ajeno. Ese es un buen asidero para la escalada demoscópica, más en este caso español en que –tradicionalmente- la oposición gana porque el gobierno pierde. En la circunstancia de la Conferencia Política del PP, el mensaje incidió más en la alternativa que en la crítica. Véase ahí la mano de un Rajoy con respeto sacral por el ‘fair play’.

Incidir más en la alternativa equivale a postular una ilusión en vez de pregonar el apocalipsis. En el caso de Zapatero, el apocalipsis parece que se aleja. Tampoco se soslayen por su parte efectismos efectivos, una capacidad de arrastre de la opinión pública que en no pocas ocasiones ya le funcionó: como siempre, el Gobierno lucha con un sable toledano donde la oposición sólo tiene el recurso de la faca, con menos puertos de comunicación, con menos funcionarios entendidos como terminales de defensa parlamentaria. Más allá de esto, un Gobierno que se mira cada día en los espejuelos de la estadística, emprendió tácticas de reacción que han pasado –por ejemplo- por una recarga de patriotismo más real o más falaz. Se pueden añadir contingencias de fortuna: el vaivén estatutario parece quedar lejos, ETA parece quedar en la recámara, las hipotecas han subido pero la vivienda bajará. Una cómoda continuidad en lo económico amortigua descréditos internacionales y derrumbes en la educación. Son suplementos momentáneos de favor que socorren a Zapatero cuando en realidad ETA mata y matará y hay disposición a negociar, las reformas estatutarias alteran equilibrios institucionales y la política internacional o la educación han sido siembras de sal para el futuro. En todo caso, el cortoplacismo sólo atiende a lo que está pasando y estamos viendo y –por eso- se prevé una campaña más larga y más estrecha, más determinante y más luchada.

Serán muchas las dotes de seducción que ha de aportar una derecha con público abundante pero no se sabe con cuánta pegada. En ocasiones, le ha funcionado la comunicación, aunque la comunicación se ha reducido a algo entre los vídeos y sus réplicas. Según Ortega, es intrínseca a la política española la necesidad de seducir para persuadir. Por parte del PP, no es lo mismo postular una ilusión que generar un entusiasmo. Aun así, se programan rebajas del IRPF, avaladas por la experiencia de dos gobiernos de mucha seriedad fiscal. Surgen las necesidades del día o las cuestiones a la moda, de la conciliación al cambio climático, quizá como el impulso de una nueva compasión que busca importar fórmulas de éxito aunque abone el consenso socialdemócrata. También se apela con vaguedad a un nuevo consenso, todavía un poco incógnito. Como con el PSOE, con el PP quedan por saber demasiados extremos del programa, desde el alcance de la reforma constitucional hasta la cuestión de la inmigración. Son cosas que veremos de aquí a poco, atentos y algo boquiabiertos ante las propuestas, brillantes de purpurina electoral.

Una de las reincidencias más notables del electorado español es el castigo a la desunión en los partidos, por mucho que por otra parte se hable de sobrecarga partidista. Ahí la derecha deberá evitar la tentación centrífuga o mirarse demasiado en los periódicos. A Rajoy, los mandarinatos de la opinión pública ya le piden que siga tras marzo pase lo que pase o le aplican una defenestración preventiva. La Conferencia Política del PP tuvo no poco de retiro espiritual aunque fuera en el IFEMA. Se optó por la alternativa, articulada a través de un pragmatismo, del IRPF a las guarderías. Como estrategia de seducción, desechar la jeremiada y proponer la alternativa busca proyectar confianza. En principio, es lo más fiel al recuerdo de los gobiernos del PP y lo más indicado contra la convulsión.

 
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