Mi futuro deportivo

Joven. Atlético. Vigoroso. Atravieso un estado tan sensacional de forma física que no dejan de lloverme ofertas para la próxima temporada. Un año más, después de un gran curso balompédico, numerosos equipos están interesados en hacerse con mis servicios de delantero centro. Colecciono llamadas perdidas de Abramovich, tengo el contestador atestado de equipos suplicando mi fichaje, y los observadores de Florentino anotan hasta las cañas que consumo cada día para enviar informes diarios. En mis tiempos a los chivatos no se les pagaba, se les pegaba. Pero esa es otra historia.

La prensa ucraniana especula con mi fichaje por el Chelsea y me apresuro a desmentirlo aquí, en riguroso directo. No jugaré en ningún equipo de fútbol en el que haya que correr. Además, ya no me debo al balón, como Guti. Mi futuro inmediato pasa por el mousse de chocolate, la tumbona, y el daiquiri veraniego. Cuelgo las botas hasta septiembre.

Están todos muy equivocados conmigo. Es cierto que marco goles, pero soy problemático en el vestuario. Organizo frecuentes reyertas con los porteros, y conspiro a diario contra el entrenador. Atizo sin pensármelo a cualquiera que llame “míster” al míster, me cae bien Mourinho, y le hago la del Oso Pardo al preparador físico cada vez que pretende que entrene resistencia. No soy un buen partido. Y reparen en el hábil juego de palabras. Partido.

No pienso mover un músculo. Este mes de agosto no me encontrarán practicando deportes violentos en la playa. No entiendo a esa gente que corre hacia todas partes como si el mundo fuera acabarse ahora mismo. Si el mundo va a terminarse ya, ¿qué importan esos kilos de más? Y si no va a acabarse, ¿por qué tanta prisa? Y a esos otros que juegan a las palas en la orilla golpeando y salpicando a los bañistas, los enviaría a los Juegos Olímpicos. De antorcha.

No soy carne de gimnasio porque soy alérgico al olor a sudor ajeno. Mantengo que el sufrimiento deportivo debe practicarse en secreto, como un ritual masónico, sin ánimo de ofender a mis amigos los masones. Ni en broma me verán nadando ni practicando deportes que mojan, ni lanzando dardos. Les asombraría saber la cantidad de gente que ha fallecido después de engancharse una oreja con un dardo en pleno lanzamiento. Alguno, incluso, ha hecho diana después de muerto. Diana póstuma. Honrosa gesta. Lástima de entrevista en exclusiva al día siguiente. Es tan difícil arrancar declaraciones a alguien para su propio obituario. En fin, el eterno drama del periodista.

Volveré al fútbol en septiembre, cuando mis músculos superen el test de estrés de entrar en Madrid en hora punta quemando la pierna del embrague. Y tal vez, entonces, me dejaré querer por alguno de esos clubes que ahora me ofrecen el oro y el moro. De hecho, el moro siempre es el que ofrece más oro.

Agosto será sólo un paréntesis. No creo que pierda mis cualidades en este tiempo. Golpeo el balón con firmeza constitucional, donde pongo el balón pongo el balón, y soy capaz de driblar a un defensa sobre la punta de un alfiler; pinchándole con él en un ojo.

Mantendré el tipo durante estos meses de comilonas con lo de siempre. Pestañeo suave. Postura de gacela inmóvil. Leve alzamiento de hombro e inmediata relajación. Respiración pausada. Movimiento circular de lengua. Carraspeo. Las prácticas habituales de mi ronda de ejercicios matutinos con los que me conservo en plena forma, como Jane Fonda pero sin tener que comer las cochinadas que anuncia Carmen Machi; a quien desde aquí deseo de corazón que al fin haya podido aliviar su dolor después de tantos meses de sufrimiento televisado.

Y si algo falla y en septiembre ningún equipo quiere hacerse con mis servicios, da igual. De injusticias está el mundo lleno. Siempre me quedará el periodismo. En el periodismo no hay que correr demasiado, pagan más o menos lo mismo, puedes golpear a los de tu propio equipo sin sanción alguna, y nadie te limita los cigarrillos y los litros de cerveza que puedes ingerir a diario. O mejor aún, combinaré el fútbol con el periodismo, alcanzando el grado sumo de felicidad. Suplicaré a José Antonio Abellán o a Josep Pedrerol que me injerten en sus tertulias deportivas, a ver si de este pequeño capullo sale un bonito tertuliano deportivo en flor, capaz de marcar goles en el cielo vibrante de ese gran show que es Punto Pelota. Y sabré al fin qué se siente debatiendo sobre la posesión de pelotas.

 

Itxu Díaz es periodista y escritor. Ya está a la venta su nuevo libro de humor «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

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