No sin mi iPhone

Es hora de decirlo. Vivimos en una cárcel de redes. En un enjambre electrónico. Las nuevas teccnologías nos están arruinando la vida. Antes de que un idiota inventara la aspiradora, nadie se veía en la obligación de pasarla varias veces a la semana. Antes de que otro sabelotodo creara el robot de cocina, no era necesario aprender a cocinar para no saber cocinar. Y antes de que se inventará la aspiradora automática, usted no tenía que abrir el despósito de ese aparato y retirar cuidadosamente los miles de pelos de gato que se quedan enredados en los rodillos. Si bien es cierto que le está bien, como sabe, por tener gato. La gente que tiene gusanos de seda, por ejemplo, no tiene que pasarse el día recogiendo sus pelos. Y si los trata bien, cada diez años, consigue seda suficiente como para un batín. Vamos, digo yo. Le confieso que nunca he tenido gusanos de seda. Hace más de una década que encabezo un movimiento protesta que pedirá cuentas en el más allá a Noé, por haber metido en el Arca a arañas, loros, serpientes, gusanos, y, en general, a toda clase de bichos que arrastran su abdomen viscoso por el suelo.

Desembalamos con irracional entusiasmo cada nuevo aparato electrónico, como si fuera el paquete más grande en la noche de Reyes más ilusionante de nuestra infancia. Como un reflejo de la niñez. Pero un reflejo equivocado. Una plancha no es un juguete divertido. Ni siquiera aunque la utilice para planchar lonchas de queso, que es el no va más en los restaurantes de lujo; al queso quemado le llaman crujiente de queso. Sabe a queso quemado. Pero cuesta una pasta.

La modernidad lo arrasa todo. Y más aún la modernidad electrónica. Nos están robando nuestra libertad. Cuando su nevera pita insistentemente de madrugada, usted se ve obligado a levantarse de la cama e interactuar con ella. Yo no lo hago, y al día siguiente me veo obligado a interactuar con la fregona, que no resulta un plan mucho más placentero. La alarma del móvil cansina, infinita, y acomapañada de una horrible vibración, ha logrado que retire en casa mi viejo veto a los relojes de cuco. Y el mando de la tele de ahora no funciona como el de los años 80. Antaño sintonizábamos el televisor golpeándolo en su parte superior con el mando. Hoy es imposible sintonizarlo. Con golpes o sin golpes.

Incluso los artilugios médicos nos hacen la vida imposible en el hogar. Los termómetros electrónicos tienen infinitas ventajas con respecto a los viejos de mercurio. Pero infinito y nada es lo mismo cuando su mecanismo consiste en medir una temperatura diferente cada vez. Tengo la teoría de que están programados para ofrecer temperaturas aleatorias en un rango de 36 a 38 grados, lo justo para tranquilizar al paciente hipocondríaco. Lo demás, da igual. Es lo de siempre. Con mal cuerpo, 37 es mucha fiebre, y usted debe quedarse en casa y no ir al trabajo. Y con buen cuerpo, 37 es poca fiebre, y usted puede bajar de copas.

Internet nos ha traído muchas cosas buenas, como El Confidencial Digital, y muchas cosas malas, como el teletrabajo. El teletrabajo, que supuestamente nos iba a liberar del yugo del hacinamiento en la oficina y los horarios estrictos, consiste en la práctica en que usted trabaja todo el día desde cualquier lugar del mundo gracias a diferentes dispositivos electrónicos conectados a internet. Es decir: no tiene escapatoria. El teletrabajo se vende como algo muy novedoso pero en realidad es tan antiguo como el periodismo. El periodismo es una especie de teletrabajo sin el adobo tecnológico. El primer teletrabajador fue un periodista con un bolígrafo en la mano en su propia luna de miel.

Al fin, ahora que las tecnologías del futuro han ganado la batalla dentro de nuestro hogar, lo mejor es la huída al pasado. Dicen que una retirada a tiempo es una victoria. Por eso propongo que volvamos todos a las cuevas. Vivamos como nuestros antepasados. Cacemos bichos. Asémoslos. Comámosnoslos. Bebamos y brindemos. Apaleemos romanos. Vivamos como Asterix y Obélix. O conquistemos territorios. Portugal estaría bien. Francia sería divertido. Y el viejo sueño de Hispania reunida daría lugar a intermiables festejos españoles de un extremo al otro del orbe, y eso no suena nada mal. Fumemos en pipa. Bailemos sevillanas. Disfrutemos de la vida como sólo el hombre antiguo sabe hacerlo.

Así que ya lo saben. Urge poner rumbo al paleolítico y olvidarse de este mundo moderno electrónico y traidor. Problemático y febril, como rezaba el tango Cambalache. Huyamos hoy mismo. Yo ya tengo preparadas las maletas. Vayan yendo ustedes delante, que no sé dónde he metido el iPhone.

Itxu Díaz es periodista y escritor. Desde el 21 de marzo está a la venta su libro «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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