Una lección magistral de las víctimas

A todos los que tuvimos la suerte de poder asistir el pasado día 26 al homenaje que los jóvenes estudiantes de la Universidad CEU-San Pablo tributaron a las víctimas del terrorismo, será muy difícil que se nos olvide lo que allí vimos, oímos y, fundamentalmente, vivimos.

El testimonio público de dieciséis de las 150 víctimas que acudieron a este homenaje constituyó sin ningún género de duda, la mejor lección magistral que en toda la historia de esta Universidad privada, obra social de la Asociación Católica de Propagandistas, se ha podido escuchar en su Aula Magna.

La fortaleza moral de las víctimas del terrorismo, su ejemplo de dignidad, de resistencia ante el sufrimiento infringido un día por la barbarie asesina, de rebelión serena pero firme ante la política de cesión y de negociación del actual Gobierno de Zapatero, quedó patente en todas sus intervenciones.

Que personas como José Antonio Ortega Lara, que estuvo secuestrado 532 días por la banda terrorista ETA tenga que llegar a hacer una crítica tan dura y tan contundente como realizó en la Universidad CEU-San Pablo a la política antiterrorista de Zapatero, debería ser algo que al actual Presidente le hiciera reflexionar. Pero lo mismo se puede decir de lo dicho por Pilar Elías, la valiente concejal del PP en el Ayuntamiento de Azkoitia, que tiene que soportar el cruzarse todos los días con el asesino de su marido; o de María del Carmen Heras, viuda del histórico militante del PSE, Fernando Múgica Herzog o de Francisco José Alcaraz, Presidente de la AVT que ha sabido plantar cara movilizando a la sociedad contra la negociación con ETA emprendida por el Presidente del Gobierno.

Por no referirme al testimonio absolutamente conmovedor de Pilar Díaz Ríos, hija del policía nacional Máximo Díaz Barderas, asesinado por ETA en San Sebastián en mayo de 1985. Pilar, en medio de una profunda emoción que cortaba la respiración, pudo a duras penas leer una supuesta carta que su padre le hubiera escrito a su madre, a ella y a sus otros dos hermanos, en caso de no haber sido asesinado. Y acabó su intervención, implorando, suplicando, exigiendo, a los jóvenes universitarios que le ayudaran a luchar y a conseguir lo único que quería: que se hiciera justicia con los asesinos de su padre y de todas las demás víctimas.

En el homenaje de los universitarios a las víctimas del terrorismo, aquellos fueron también protagonistas. En el Manifiesto que fue leído por tres jóvenes estudiantes de Económicas, Derecho y Humanidades, se resumía en siete los compromisos que querían adquirir con las víctimas.

Oír decir a los jóvenes universitarios que “tenemos muy claro que el respeto a la memoria y a la dignidad de las víctimas exige que ningún gobierno democrático lleve a cabo un proceso de negociación con los terroristas en el que tenga que pagar un precio político para que estos dejen de matar, y en el que las víctimas puedan ser utilizadas como moneda de cambio” debería ser suficiente para golpear y remover las conciencias y las políticas del actual Gobierno.

Las víctimas del terrorismo son, con mucho, lo mejor de nuestra sociedad. Ellas nos ayudan a sacar de cada uno de nosotros lo mejor que toda persona alberga en su corazón. La deuda que todos tenemos con las víctimas será imposible de saldar de forma plenamente satisfactoria para ellas, porque es imposible devolverles lo que más ansían: a sus seres queridos, que un día la sinrazón terrorista les arrebató de su lado. Pero al menos, tienen que sentir el afecto, el apoyo y el cariño de todas las personas de bien. El homenaje que hace unos días recibieron en la Universidad CEU-San Pablo no solamente fue justo, sino también necesario para seguir manteniendo muy viva la memoria y la dignidad de las víctimas y para contribuir a la exigencia de que se aplique todo el peso de la ley, que se haga justicia con los asesinos.

 
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