Cinco

Lo celebro. Cumplo estos días cinco años disparando artículos semanales desde este rincón de la red, desde El Confidencial Digital. Sin duda, el más riguroso y fiable de los confidenciales españoles. Tal vez, el único que se ha mantenido fiel desde el primer día a las genuinas características de la llamada “información confidencial”, sin abandonar su suerte a tácticas para lograr audiencia fácil, a metamorfosis periodísticas de diverso signo, ni a romances partidistas de incierto presente y oscuro futuro. Un ejemplo de profesionalidad que tiene su premio en la legión de lectores diarios, que saben que la de ECD es una cita obligada para aquellos que quieren saber más que los demás y antes que el resto. Además, cualquier colaborador o columnista de un medio de comunicación sabe que lo más importante en esta tarea es la garantía de poder publicar en libertad. Por eso, en el plano más personal, agradezco sinceramente la libertad de la que he gozado siempre aquí, en mis posicionamientos –no siempre amables- políticos, ideológicos, culturales e incluso deportivos. Desde el primer día.

Han cambiado muchas cosas desde marzo de 2004. Alguien –y digo alguien- organizó una masacre indiscriminada en Madrid y desde entonces España no ha vuelto a ser la misma. Se ha instalado en el ambiente el cinismo, la mentira y la ley del odio. En la gente, en los medios, en la clase política, en la calle. Sirvan las heroicas excepciones para subrayar el conformismo de una masa social enferma de egoísmo, a la que sólo perturba aquello que afecta directamente a sus lentejas, a su cama y a su metro cuadrado de playa en agosto. Fría y calculadora hasta el horror. O más bien, precisamente ahí, en el horror. Y en el terror.

Se cumplen hoy cinco años del 11-M y lo he escrito tantas veces que me aburre insistir de nuevo: pese a quién pese, no sabemos quién ordenó colocar las bombas de los atentados de Madrid, ni quién las puso. Ni por qué, ni cómo. No sabemos casi nada, se pongan como se pongan los que han hecho suya la mezquina victoria del terror y los que celebran como propio el triunfo del silencio y las tinieblas sobre la verdad y la justicia. Avergüenza un poder político tan cobarde, tan ruin, capaz de no acudir al homenaje a las víctimas del atentado por una medida maniobra de protesta política completamente ajena al dolor de las familias de los muertos. Avergüenza más aún la indiferencia de España, en sus gentes e instituciones, ante el quinto aniversario del 11-M. No sé si es vergüenza o es asco. Pero algo es. Frente a este paisaje desolador, es justo mencionar a unas decenas de internautas, un puñado de periodistas y unos cuantos miles de ciudadanos, que no se han resignado al silencio. Que quieren hacer justicia e investigar uno de los episodios más misteriosos de nuestra historia. Por ellos, más que por muchos otros, merece la pena ser español. Y no es pena menor.

En lo político todo se ha enrarecido, a izquierda y derecha, en estos cinco años. Pesan menos las ideas y cuentan más las estrategias y eslóganes electorales. Sobre la degeneración de la clase política publiqué hace poco “¡Un ministro en mi nevera!” (DyalNet, 2008). Lo escribí tratando de encontrar una clave para sobrevivir a políticos y gobiernos tan omnipresentes, tan agobiantes, tan cursis, tan omnipotentes, tan cansinos. Y, como era previsible, la encontré al refugio del humor y la sátira. ¿Dónde si no?

En lo musical, por ejemplo, las cosas tampoco van mejor que en 2004. Internet ha roto definitivamente la cáscara protectora de la industria musical y las vergüenzas están al descubierto. El indiscriminado canon digital ha acelerado la “autodestrucción” de la que habla Steve Knopper. Lo que nos salva, como siempre, son las individualidades: porque uno escucha el nuevo disco de Second, por ejemplo, y se le quitan las ganas de hablar de crisis musical durante algunos meses.

No crean que de cinco años aquí todo va a peor. Ni mucho menos. El fútbol, por ejemplo, va estupendamente. Piensen en esa emotiva Eurocopa. La justicia también va mucho mejor, porque ahora ya sabemos realmente lo que hay y nos ahorramos el circo. Y los medios digitales también van en la buena dirección, porque siguen creciendo, y con ellos, la libertad de prensa.

Termino pasando la página de estos cinco años, sin espacio ni tiempo para profundizar. Lo cierto es que en más 250 artículos hay espacio suficiente como para entretener y aburrir, sorprender y enfadar, acertar y equivocarse un montón de veces. Lo bonito es que haya alguien al otro lado dispuesto juzgarlo cada semana.

 
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