El perfecto excursionista

La primavera es el momento perfecto para salir al campo. Allí encontraremos todo lo que habíamos estado añorando durante los oscuros meses del invierno. Una vez que lo hayamos visto, tocado, y olido, querremos regresar a casa, buscando desesperadamente un antihistamínico. Pero en eso consisten las excursiones al campo. El objetivo es que al término de la jornada usted recuerde que se come mucho mejor en su hogar que sentado en un tronco de roble. Quiere usted salir a la montaña y no sabe cómo hacerlo. Bien. No se preocupe. Me hice columnista para hacer feliz a la gente. Así que voy a solucionarle su problema. Después ajustaremos cuentas en el bar de la esquina.

Para empezar, elija un monte al que pueda acceder fácilmente. Cuanto más cerca, mejor. Pero considere que ni el Jardín Botánico ni el Parque del Retiro son exactamente “monte”. Si se le ocurre sacar a pasear la barbacoa en alguno de estos lugares, tardará menos en entrar en prisión que si intenta alunizar su coche contra la Audiencia Nacional. Se lo garantizo. Busque una montaña de verdad en un mapa de la zona, y cuando la localice, ponga una lata de cerveza abierta encima para no perderla. Aunque se despiste y retire la lata, quedará para siempre el cerco –truco de viejo excursionista número 1-.

Cuando haya seleccionado el monte perfecto, tendrá que preparar su mochila de explorador. El accesorio básico del excursionista es la navaja. Ésta debe ser de grandes proporciones. Lo más importante de la navaja es que esté bien lavada, especialmente si la sacó a pasear anoche en esa inesperada reyerta vecinal. En el campo deberá utilizarla para todo. Desde untar mantequilla e insectos en el pan, hasta cortar zarzas latosas, pasando por abrir en canal a una boa que se ha comido su cámara de fotos, o fotografiarse con ella en los dientes. Un excursionista del siglo XXI que no sube una foto a Facebook encaramado a una roca, con los brazos en forma de uve, y con una navaja entre los dientes, no es un auténtico excursionista del siglo XXI.

Otro accesorio esencial del montañero es la cantimplora. Es una cosa metálica forrada de material de cantimplora, y que si se la cuelga del cinturón y se echa a andar, suena como una cantimplora. Lo ideal es que la lleve vacía, porque el agua pesa muchísimo. Limite la carga de líquidos a la bota de vino, que en cambio deberá ir llena. En la montaña, la bota de vino se utiliza en todo momento. Cuando hace frío, para entrar en calor. Cuando hace calor, para refrescarse. Si le muerde una serpiente, para calmar el dolor. Y si no le muerde, para divertirse. Porque una excursión al monte sin mordedura de serpiente o arañazo de oso, créame, es un plan aburridísimo salvo que recurra al poder evocador del vino.

Incluya siempre en su macuto una linterna. Como su excursión será diurna, puede caer en el error de pensar que no la necesitará. Pero una buena linterna es imprescindible para golpear mortalmente en la cabeza a un lobo que ha decidido comerle, o a un turista alemán que se ha emborrachado en lo alto del monte, se ha desorientado, e intenta ahora acoplarse a su excursión hablando en el incomprensible y faltón idioma de Angela Merkel. En último caso la linterna tiene pilas y, si ha de hacer noche accidental en el monte, siempre puede necesitarlas para reponérselas al gallo salvaje que deberá despertarle a la mañana siguiente. Creo que se meten por detrás, donde está las plumas más largas, pero pregunte a su biólogo de cabecera antes de meter la pata. Los despertadores de ahora son complicadísimos.

Los expertos dicen que el último de los accesorios esenciales del excursionista es el silbato. No hagan caso. Es mucho más importante el mechero. Con un mechero, una bota de vino, y tabaco de liar se puede sobrevivir en el monte durante varios meses, incluso sin tener nada que comer. En cambio, con un silbato, lo más que puede hacer allí es montar una manifestación en contra la reforma laboral. Si lo hace, lo más probable es que se lo coman las hienas antes de que caiga la noche. No dejarán ni el silbato. Y ni siquiera podrá salir en el periódico denunciando a esas hienas fascistas.

Introduzca una ingente cantidad de chorizos en la base de la mochila. Meta también zumos y dulces y toda clase de cosas que se puedan derretir o derramar sobre su ropa de repuesto. Volver a casa oliendo a monte es una ordinariez. Un auténtico excursionista siempre regresa al hogar desprendiendo olor a Nocilla, con la ropa manchada de zumo de melocotón, y cientos de avispas enredadas en ella.

Cuando todo esté listo, deje el macuto en la puerta de casa, acuéstese y ponga el despertador a la cuatro de la madrugada. Desconozco las razones de esta extraña costumbre del montañero. Es como si los animales y las plantas exóticas sólo existieran a horas intempestivas. Cuando suene el despertador busque desesperadamente una excusa para suspender la excursión. La amenaza de lluvia está bien. Salga en pijama a la calle, mire al cielo, y dígase “va a llover”. Cancele el plan, vuelva a la cama y siga durmiendo. Nada más placentero. Recuerde después que hay en la parte baja de la mochila unos chorizos que podrá asar, montando la barbacoa en el salón de casa. Si le parece poco agreste, esparza las tortugas por el suelo del salón, vacíe las plantas sobre los sillones, suelte al canario por el pasillo, y trate de cazarlo con la escopeta de balines. El resto de la aventura consistirá en apagar el fuego, limpiarlo todo, y explicárselo al casero. Terminado el lío, no podrá negarme que se lo ha pasado en grande.

Itxu Díaz es periodista y escritor. El 21 de marzo sale a la venta su libro «Yo maté a un gurú de Internet». Sígalo en Twitter en @itxudiaz

 
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