Cultura es poder

Tomando como referencia la cultura, deberíamos hacer una reflexión sobre la necesidad de protegerla como símbolo de prosperidad. Algo difícil de entender para determinados sectores de la sociedad que, envalentonados por las artimañas oscuras de líderes bajo sospecha, difieren del sentido de la mayoría y demuestran alegremente ser protagonistas de unas manifestaciones que se alejan mucho de la legalidad y saltándose las normas del Estado de Alarma, campan a sus anchas por las calles de nuestras capitales al son de sus tapaderas y alentados por estratagemas urdidas con tela de araña del populismo de la extrema derecha, creyéndose inmunes a un virus que esta matando cada día a decenas de compatriotas.

Ese nacionalismo proteccionista de intereses fanáticos subleva a un determinado colectivo de gente que acata el mensaje de personajes poco acertados en sus declaraciones, carentes de disimulo y nulos de capacidad política; esos mismos que barajan su suerte a un despacho apartado del lugar dónde se alimenta; como si los afortunados y afortunadas que ejercen su actividad laboral con el tele trabajo tuvieran la desfachatez de hacerlo al lado de donde se cocina un rico potaje de garbanzos. Claro que estos últimos ni tienen capacidad económica para alquilar un lujoso apartamento, ni cuentan con la ayuda de la conciliación familiar para ejercer su trabajo de la mejor manera posible. Pero a pesar de todo, la dignidad acentúa sus valores y conviven bajo el mismo techo cada día trabajo, familia y guiso sin verse amenazada por ello su tarea profesional.

Puede que cometamos el error de no ver de que pasta están hechos algunos dirigentes políticos, tal vez obren acertadamente al considerar un gesto de generosidad aplacar el desánimo del mercado inmobiliario haciendo un favor a algún propietario con el pago de un alquiler con el beneplácito de sus propios medios. Aunque considerando la propiedad pública de sus sedes en atender las demandas del dirigente, mediante la desinfección del espacio el ejercer su labor es del todo compatible con la de residir en sus instalaciones; más aun en Madrid con el desembolso que en su día hizo con su faraónica obra quién siendo del mismo partido, ejerció la presidencia.

No, no es chismorreo, pero sí lo es increpar continuamente al Gobierno Central creando una situación esperpéntica fuera de la demanda social que realmente interesa a la ciudadanía. Atravesamos una situación caótica, un momento que nunca creíamos iba a aparecer en una vida más o menos cómoda y con fuertes visos de regeneración económica tras la crisis de ajustes y recortes a la que nos vimos sometidos durante la legislatura de quienes ahora se han vuelto científicos de la salud, investigadores de la economía y baluartes de progreso con una política ineficaz, atrapada en un extremismo presuntamente casi fascista; el que les motiva para orquestar manifestaciones sin aprobación, despreciando las normas establecidas de medidas sociales.

Pulsar el buscador para acceder a la web que hace posible visualizarlas declaraciones de unos y otros en el lugar representativo de la soberanía del pueblo es poco menos que atentar a la vulnerabilidad de los que depositaron su confianza en semejantes titiriteros de lo que la política significa. El personalismo, el carisma partidista y la vulgaridad de sus opiniones hacen concebir que el virus nos ha abierto los ojos a una nueva forma de ver a quién elegimos en su día para cuidar un Estado de cierto bienestar, una calidad de vida uniforme a todos los colectivos que conforman la sociedad y un interés denodado por salvar de la situación a los más débiles y vulnerables.

Ahora todo vale, vuelve de nuevo la rabia concentrada de hechos pasados en los que cualquier barbaridad se consideraba legítimamente transferible como mitin parlamentario, las víctimas son utilizadas como argumento, como en su día paso con el terrorismo yihadista o los años de miedo producto de los asesinatos de la banda terrorista ETA; la cuestión es echar los muertos encima del contrincante, aquél que les quitó de los primeros lugares de la gobernanza sintiéndose denostados por el sistema y desplazados en sus objetivos de poder.

Tristes son los tiempos que vivimos, dramáticos para la salud de muchos ciudadanos y ciudadanas que han caído en las garras de un virus letal y desconocido, miles de familias y amigos que han perdido a seres queridos sin poder darles un adiós digno, a pesar de contar en su último aliento con la compañía de esos que no gustan llamarse héroes de la pandemia, los que han estado en todo momento luchando por salvarles la vida, los mismos que han sentido cada fallecimiento como algo suyo, con respeto y entereza, incluso han llorado en silencio por ellos, con el único consuelo de sus propias compañeras y compañeros.

Hablemos de cultura por favor, esa es la solución al problema que vendrá tras salvar esta pandemia como mejor podamos; propaguemos esa cultura entre todos para salvaguardar la dignidad de la mayoría. Adoptemos posiciones encontradas, diálogos colaboracionistas, discusiones razonables y educadas, recursos todos ellos que sacaremos de la cultura, la única y veraz solución al problema que tenemos delante, el de progresar debidamente en pro de la regeneración económica que vuelva a ponernos algo de positividad en un largo camino hacia el mañana. Recordemos que la política es una ciencia, pero la cultura es la base sobre la que se sustenta y fundamenta su creencia.

Porque la cultura es el máximo tesoro de un país y la esencia del razonamiento humano, tengamos la decencia de atenderla como se merece o caeremos en una ignorancia que arrasará con todo cuánto hemos logrado.

 

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