Desigualdad, divina catástrofe; desmantelamiento y triste socorro

Barrio de Santa Catalina en Aranda de Duero (Burgos)
Barrio de Santa Catalina en Aranda de Duero (Burgos)

Cierra un año 2020 ciertamente oscurecido. Las peores consecuencias actuales sólo muestran la “patita” de los zarpazos y las turbulencias que pueden acarrear estos meses de resaca en el consumo, la producción, los salarios, los precios y, consecuentemente, en los empleos.

La recesión prevista alcanza niveles desastrosos, y el estado de las cosas es, siendo generoso y precavido, preocupante. 

Por poner un ejemplo, algo sencillo y gráfico para que todos nosotros podamos hacernos una vaga idea de las circunstancias vigentes: 

Una fábrica en Burgos cerró y envió a todos sus trabajadores al ERTE o directamente prescindió de ellos y, o bien se reconvirtió, o bien directamente quebró. Este primer eslabón de la cadena tuvo como efecto la contracción violenta e inmediata del consumo de tantas familias como de ella dependieren. 

Así, la familia burgalesa que perdió, si tuvo suerte, sólo una fuente de ingresos en su unidad familiar, quedó en tirillas y hubo de dejar de ir con tanta frecuencia a la pescadería, al quiosco, al bar de la esquina, al café de la salida, a la frutería, a la repostería, a la tienda de ropas invernales, etc., para ir menos —o dejar de ir por, imposibilidad o prioridad— y más barato; o directamente optó por las grandes superficies comerciales, que en su amplísima mayoría permanecieron abiertas y con esos precios tan competitivos sólo al alcance de los pocos privilegiados del sector que manejan la sartén por el mango. 

De ese modo, el frutero —por ejemplo— que, hasta donde llegamos, no ha cerrado todavía, ve como sus naranjas, sus peras y sus frutas de la pasión perecen antes de tiempo ante la falta de clientes en su barrio, obligándole a: primero, bajar los precios para deshacerse del stock restante y que no supongan únicamente pérdidas y más pérdidas y, segundo, una vez se plantee el próximo pedido de deliciosas frutas murcianas y valencianas, menguar considerablemente la cantidad de éste. 

Ahora bien, en éstas no sólo el agricultor murciano o valenciano ven sus pedidos mermar como amapolas en verano, sino que, además, la empresa granadina de logística, encargada de llevar la fruta y traer de vuelta los palés, siente esa notable merma en los pedidos, habiendo de, también, reducir su flota —o plantilla mejor dicho; es decir, despedir y/o mandar al ERTE a otros tantos— para hacer frente a esta crítica situación. 

Ah, bueno y, no olvidemos que por supuesto, el agricultor, a partir de la bajada del consumo habrá de hacerse hueco a través de, normalmente, una bajada de precios. Bajada que compensará con otra bajada del salario de sus empleados; o con despidos, lamentablemente. 

Entonces, tenemos el caso de nuestra empresa burgalesa sumida en una quasi-bancarrota, con sus empleados en casa, sin cobrar un duro. Sus facturas —tanto las de las familias como las de la empresa— aún pendientes, y las previsiones de crecimiento son, siendo una vez más generoso, preocupantes. Su entorno —sí, el de ambas, pues siempre hay un bar, una tiendecita y, por supuesto una empresa de componentes industriales, logística una vez más, mantenimiento o lo que fuere que trabaja para esta empresa X y que, visto lo visto, dejará de trabajar— arruinado hasta las trancas. 

 

Adicionalmente, cabría señalar que por entorno no queremos referirnos únicamente al consumo puramente de primera necesidad que, como ya hemos visto antes con la fruta y el frutero, también se verá afectado; sino que piensen ahora en la cantidad de bares en persiana bajada, cines que ya luchaban contra las plataformas en línea, tiendas de todo tipo de deportes, concesionarios de cualquier vehículo, empresas de autobuses de líneas intra-regionales o intra proviciniales, jugueterías soportando el embiste de una gran empresa tras otra, librerías que acababan de reinventar su modelo de negocio, cafés recreativos, restaurantes con nuevos menús y aperitivos… y así hasta una larguísima lista de infinitos pequeños y medianos negocios —que son los mayores empleadores y creadores de riqueza en este país— abandonados a su suerte y de los que viven, por ser leve, unas cuantas familias. 

Ahora, imaginen que todos esos ERTES y ayudas o, no llegan, o llegan mal, en menor cantidad de lo prometido y tarde. Imagínense que incluso llegan muy tarde. 

Ahora, multipliquen por decenas de miles los ejemplos de arriba por todas las provincias, ciudades, pueblos y barrios del país. 

¿Qué hará la familia burgalesa? ¿Y la valenciana? ¿Y la murciana? 

¿Qué hará España y los españoles cuando los plazos del alquiler venzan? 

¿Qué hará España y los españoles cuando las ayudas se agoten, cuando la deuda no se soporte, cuando los bancos de alimentos, las parroquias y los comedores sociales no lleguen a todos en todas partes? 

¿Qué pasará entonces? 

Esta crisis se augura profunda y descabellada, y acabará por ahondar las diferencias ya pronunciadas y derivadas de nuestro anterior San Martín de 2008. 

Los españoles con menos ingresos que comenzaban a salir al paso, pagar sus deudas, empezar una nueva vida después de sudor, pensiones del abuelo, batallas judiciales con bancos y empresas, y ayudas de amigos y cercanos, se ven repentinamente azotados; de nuevo en la calle, con poca o ninguna posibilidad de, como les dijeron hace 12 años, empezar de nuevo. Ellos sufrirán duramente las consecuencias de esta crisis desordenada y atrozmente mal-gestionada. 

La clase media, objeto, sostén, garante y garantía de este sistema democrático, una vez más — como parece ser la norma— empujada a decantarse de un lado u otro de la partida. Los medianos más ricos pasarán a ser ricos — aún no habiendo obtenido más e incluso habiendo ganado menos que hace unos meses, pero las comparaciones son odiosas y la realidad es que un país empobrecido lo es en la medida en la que empobrece su población, y si uno o dos destacan entre tanta pérdida y frustración, no pueden sino pasar a formar parte de esa “élite” en esta crónica de una tragedia anunciada—. 

Y los medios, medio-pobres, hartos de deuda tras abrir su café vanguardista, su despacho de arquitectura, su floristería madrileña o su restaurante asturiano, o simplemente empleados suficientemente cualificados para ocupar puestos relevantes en la empresa X, se ven apartados de sus aspiraciones y traicionados en sus inversiones. Éstos, se llevarán la peor parte. 

A todo ello deberíamos sumarle la expansión del crédito que se vino a dar en España desde finales de 2014 hasta marzo de este aciago año, que no crea riqueza, sino deuda y deudores. Coches, casas, títulos universitarios, locales de todo tipo, permisos, propiedades etc. que se convertirán en condena para muchos en los próximos meses, contribuyendo al empobrecimiento y la miseria de tantos. Pues, el que pidió un préstamo para comprar su local en Barcelona de 200.000 € ahora, con ese mismo local valorado, por el momento, en 170.000€, habrá de seguir pagando su préstamo por 30.000€ más de lo que vale ese local; cerrado e insolvente en todo caso; del que por de pronto no sacará beneficio alguno. Y el precio bajará más, previsiblemente, y Dios quiera que no haya puesto en aval su casa, o la de sus padres… 

Por último tenemos a los ricos, la clase alta que posee ahorros, inversiones, propiedades ajardinadas y demás. Ellos, en principio, no notarán la escasez en el barrio, la bajada del consumo o el desempleo agolpado en las puertas del INEM. El rico es rico por lo que tiene en su haber, y no por ello debe dejar de serlo o pedir perdón de ningún modo. No me malinterpreten, no voy por allí. Sin embargo, todos sabemos que el impacto será mucho menor en una persona que cuenta con más y mejores recursos, mejor educación, experiencia, contactos y facilidades al fin y al cabo. Y no sólo son ricos los súper ricos que podemos tener en mente — que son minoría absoluta—; como líneas arriba mencionamos, en esta nueva España de la crisis y la desigualdad, rico o clase alta será todo aquel capaz de llevar a sus hijos a la universidad, comprar uno o dos coches, y tener una casa en la ciudad y otra en el campo en la que poder disfrutar de vacaciones, organizar cenas, o cuidar de un jardín bien plantado. 

Por otro lado, aunque íntimamente relacionado con todo lo anterior, tenemos otro asunto alarmante: el paulatino desmantelamiento —acelerado muy bruscamente por esta crisis— del pequeño comercio de los barrios españoles, que afectará tan sólo a aquellos que viven en dichos barrios en los que éstos se asientan, puesto que las clases medias-altas acostumbran a vivir en zonas únicamente residenciales a las afueras, o en barrios céntricos rodeados de tranquilas oficinas, donde no encontramos este tipo de comercios y, si los encontramos, son francamente anecdóticos y diferentes a los que describiremos en unos instantes. Claro también que podemos tener excepciones a todo esto, pero la norma y la tendencia suele ser ésta. 

Así pues, pongamos el ejemplo de una panadería en tal sector de tal barrio. Ésta, aunque se llame “Panadería Ani” no es sólo una tienda especializada en la venta de un variado de pan. La panadería, que seguramente venda más que pan, es un lugar muy peculiar. Es un punto de encuentro; un estructurador de la calle en torno a las conversaciones, las colas que se forman, los favores y los feos gestos que se hacen. En la panadería del barrio se crean vínculos entre vecinos y entre panadero y comprador. Las palabras a diario y los comentarios crean algo así como una atmósfera propensa al desarrollo de una auténtica pequeña sociedad en la barriada. ¿Saben eso que suele decirse de que el roce hace el cariño? Pues esto es parecido pero yendo a comprar el pan siendo niño. “Y ¿qué tal tu madre?”, “Hace tiempo que no os veía”, “¿Sabes algo del Miguel?“¿Os fuisteis de vacaciones?” o “Este gobierno no hay quien lo entienda” son sólo unas de las pocas frases repletas de contenido social que allí se suceden. Una auténtica red de vecinos casi por accidente; y esto sólo es la panadería, imagínense la mercería, la zapatería, la pescadería,… 

Bien, pues este modelo de comercio, básico para la organización y creación de consciencia de barrio —y todo lo que ello conlleva—, está casi obsoleto. Impotente ante la llegada a domicilio de absolutamente todo de la mano de compañías de cuyo nombre no quiero acordarme. El vínculo, desaparece y se reduce al que guarda un repartidor “autónomo” con el repartido cosmopolita, que de tantos cosmos y polis que ha visitado, no es capaz de salir de su casita para dar un paseíllo el sábado de mañana, y de paso llevar los calzoncillos a arreglar en vez de encargar unos nuevos, comprar un chicharro en “Pescadería Charo” en lugar de encargar sushi a la mejor sushi taberna del centro y el periódico a Juan Miguel, quiosquero de la plaza, que siempre estuvo ahí para pagar por adelantado nuestros cromos de La Liga; pero hoy, hoy ya no compramos cromos. 

Hoy, el dinero que gastamos no fluye y confluye por el barrio, si no que acaba en una empresa que desgrava todo lo posible, factura en Países Bajos o Altos y subcontrata jóvenes estudiantes universitarios que, aún todavía, no han encontrado el trabajo cualificado que les prometieron. 

Ahora, compramos el pan en el supermercado y, si somos suficientemente educados, acompañaremos la compra con hola, adiós, buenos días nos de Dios. Y sí, podremos charlar alegremente con el cajero y tener una relación de lo más cordial con él, pero pueden mañana cambiarle de turno, de día o de caja; puede que no haya cola, puede que le toque ordenar el almacén ahora; puede que haya demasiada gente que atender en demasiado poco tiempo, y no tengamos tiempo para preguntar qué tal las vacaciones en Benidorm. Parece algo simple y llano a primera vista, pero creo que saben perfectamente de la importancia que tiene esto para los barrios de toda España, que dan cobijo a infinidad de gentes de muy diversos orígenes y sensibilidades y cuyo primer soporte y contacto social son sus vecinos y comerciantes. 

El barrio, que desde hace unos meses también verá como hasta sus bares más frecuentados y veteranos echarán el cierre víctimas de una asfixia endeudada, se ve vacío, desconectado de sí; desconocidos vecinos que resultan vivir juntos y pegados mas, aparte de eso, poco más los relacionará. 

Por no hablar de que, a mayor desconocimiento mutuo, menor seguridad en las calles, pues nadie quiere que su niño —al que todo el mundo conoce— sea visto haciendo algo que no debiera hacer por las calles del barrio; calles por las que la policía nunca tuvo hábito de circular tanto como por otras de la ciudad. 

Cuando nadie te conoce, cuando no eres más que un miembro más de una comunidad inexistente, no eres nadie, ni tú, ni tus niños, ni nada de lo que hagas o deshagas. 

Y así, nuestra España zozobra en todas sus poblaciones, las desigualdades se acrecientan, nuestras gentes se pierden y se ensimisman en una nueva cultura egoísta, que cree que ya ha hecho suficiente por el resto, confundiendo la almohadilla con el “hashtag” y consiguiéndolo de una estupidez que desde donde fuere le piden compartir y difundir en redes sociales. 

España se distancia de sí, se desentiende, se polariza. España vuelve a caer en ideas radicales y enfrentamientos puramente accesorios. Porque, piensen conmigo ¿acaso no es difícil hoy guardar una buena relación con aquel amigo de ideas en las que diferimos? 

España —por ser generoso una última vez— me preocupa. Y no es culpa de los españoles, ni de los pobres, ni medio-ricos, ni riquísimos. Ustedes saben como yo quiénes son los responsables de que el timón se atore viento en contra sin ninguna vela. 

Y a todo esto, le sumamos este 2020, esta crisis para la que España no estaba preparada, porque España ya estaba desmantelada en muchas de sus variedades. A España ni se la esperaba en esta lucha contra el virus; y bastante han hecho innumerables sanitarios, militares, transportistas y nobles servidores a la sociedad en suma. Simplemente, esta pandemia ha venido como una fuerte e inesperada colleja, a mostrarnos la crudeza de la situación en la que nos sumimos, consecuencia de una sociedad individualizada, desigual e irreconocible; porque no se conoce a sí misma. 

Mas, lo crean o no, con todo ello y dejando mi generosidad ya a un lado, algo hay en España y los españoles que me esperanza. Ese carácter y ese arrojo de Santiago a Cartagena, esa fuerza de isla en isla, del valle a la sierra, del Guadalquivir al Sadar. A España la hicieron los pueblos de España, y a los españoles los hizo España; un ciclo que gira desde hace siglos y que nos dio lo que hoy somos: unas gentes acogedoras, amables, apasionadas, diversas y tolerantes, abiertas a las grandes ideas, generosas con los necesitados y pacientes con los rezagados. 

Por eso, por los españoles, aún guardo fe en este proyecto que tanto costó construir; en esta democracia que quiso incluirnos a todos, darnos abundancia, prosperidad, paz, concordia y libertad por varias décadas. 

No serán estos próximos años calmados, ni fáciles, ni pasarán sin sacrificio ni renuncia. Pero habrán de pasar y pasarse de la mejor forma, y en nuestras manos no está el paso del tiempo, pero sí la forma en que lo pasamos. 

No dejen de cuestionarse qué hacemos bien, y qué podríamos mejorar, como tampoco se dejen caer pasto de lo radical; las ventas de humo que nunca nada bueno traen ni traerán. 

Algo hay en España que me empuja a creer que, aún con estos pronósticos, España saldrá de ésta. 

Como de tantas otras hizo antes. 

Feliz y próspero año nuevo a todos ustedes, que sacan adelante a los suyos y sus cercanos como mejor pueden y devuelven esperanza en esta Navidad tan distinta de las anteriores. 

FJ. 

En Aranda de Duero a 30 de Diciembre de 2020

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