Por una disuasión positiva

Paz.
Paz.

¿Otra disuasión es posible? Para empezar, diría que merece la pena intentarlo. Y continúa siendo necesaria, porque las guerras no son una mera posibilidad, sino que siguen produciéndose, y no sólo en países menos desarrollados o incivilizados, sino también en los más avanzados, con prolongada historia a sus espaldas, y a pesar de tener una experiencia colectiva plagada de batallas, con sus muertos y mutilados, con sus huérfanos y familias destrozadas, y su larga estela de ruina material y moral. Da la impresión de que el hombre le hubiese cogido gusto a esto de pelearse. Lamentablemente, existe el convencimiento general de que los enfrentamientos seguirán por los siglos de los siglos, aceptando que la especie humana lleva la confrontación en su ADN. Es como un tabú sociológico, que oculta y echa tierra sobre otras posibilidades reales de vivir y convivir y que, desde luego, están más a la altura de la verdadera grandeza del ser humano. Mientras no admitamos que, ciertamente, somos capaces de lo mejor, y que esta posibilidad no es algo utópico, sino alcanzable (con esfuerzo, eso si), continuaremos resignados a lo de siempre, y lo que ya conocemos seguirá siendo así. Este es el primer obstáculo a salvar. Nuestra propia autolimitación y nuestro conformismo. Debiéramos concedernos la oportunidad de plantear la disuasión con un enfoque nuevo, dejando a un lado la perspectiva negativa: “No hagas tal cosa, que yo también te la haré a ti y más”. Para ello, sería un error, en mi opinión, arrancar del mismo punto de partida, apoyarse en los mismos cimientos sobre los que se ha construido el edificio disuasorio actual. Hace falta un Proyecto diferente, con más puentes y viaductos, y menos casamatas y trincheras. Capaz de plasmar en obras todo lo que favorece la comunicación, las salidas y el enriquecimiento mutuo, antes que multiplicar fortificaciones, encerronas y emboscadas. Un Diseño con la visión positiva que se necesita para dejar atrás los paisajes de la desconfianza, del odio y la desolación. ¿Cómo superar el enfoque negativo y presentar la disuasión desde un punto de vista positivo? Pasar del “no hacer”, porque lo pagarás muy caro, al “hacer” o, mejor dicho, hagamos. No en contra, sino hacer con. Es evidente que la disuasión más eficaz es la que se dirige a la causa de los conflictos, antes que a evitar sus efectos. Disuadir a quien puede generar choques antes de que lo intenten. Desactivar a tiempo a quien siembre intolerancia y alimente la violencia. Y esta acción será mucho más efectiva cuando sea ejercida, en primer lugar, por la propia comunidad, por los suyos.

El desconocimiento produce desconfianza y, con frecuencia, juicios equivocados sobre las intenciones del otro, al que fácilmente prejuzgamos. Atajar esta carencia, entendida también como punto débil de nuestras decisiones, nos ayudará, sin la menor duda, a conjurar numerosas situaciones indeseables, evitando que lleguen a producirse. El conocerse, el compartir, hacer cosas en común, experimentar que nos necesitamos, y sentir el apoyo y la solidaridad del vecino, ¿no sería una buena manera de reducir las desavenencias?. ¿No lo pensaríamos dos veces antes de tomar un camino que nos hiciese perder todas las ventajas, de las que disfrutamos gracias a la cooperación? No dejo de beligerar por temor al estacazo que pueda recibir como respuesta, sino porque pierdo los beneficios que ya estoy disfrutando. Por eso, todo lo que vaya en la línea de establecer y fomentar lazos de unión, bien sea mediante el deporte, el intercambio de estudiantes, de ciencia, la promoción del turismo, el compartir recursos y su producción, generar sinergias en las economías respectivas, junto con el respeto a las diferentes culturas y creencias ajenas,… nos aleja del riesgo de hostilidades o, si las hubiese, nos facilitaría el encuentro de soluciones negociadas que satisfagan a todas las partes. Con estas actitudes y disposiciones, no solo nos protegeríamos alejando la desgracia del enfrentamiento armado, sino que crecería el rechazo en la población a esta pretendida solución y, consecuentemente, los gobernantes se verían obligados a buscar hasta la extenuación otras medidas de defensa más propias del ser racional del siglo en que vivimos. Se recurriría a la fuerza únicamente en casos verdaderamente extremos e inevitables. Por otra parte, se produciría un efecto colateral nada baladí: el de coadyuvar en la consecución de una sociedad mejor, vacunada contra los totalitarismos de cualquier signo, y que excluye absolutamente las armas de destrucción masiva. Repensemos la disuasión. Decidámonos por la vía positiva, la que lleva semillas de paz, que nos enriquece como personas y como sociedad. Rehagamos el camino, comenzando por lo más urgente: el desarme nuclear. Y, en paralelo, busquemos con decisión el rearme moral y ético, de las personas y de las sociedades. Todo lo que sea subir su nivel nos estará alejando de las acciones carentes de ética, y del fantasma de la guerra y de la destrucción. Sin el fortalecimiento ético y moral no es posible desarmar la violencia enquistada en cada uno y en el conjunto. Lo que mejor define a las sociedades avanzadas, no es lo que tienen, sino cómo son, lo que son sus ciudadanos, y el ordenamiento que se han dado en aras del bien común y de la protección de los derechos individuales. Es propio de las sociedades avanzadas tomar determinaciones razonadas. Y son las reacciones instintivas las que califican a las sociedades primitivas.

Esta evolución no solo es posible, sino que es una necesidad y un reto común, porque exige el concurso general de voluntades. Precisa tiempo, prudencia, y tener los pies en el suelo para no caer en la ingenuidad. Adicionalmente, es más ecológica. Si, para la conservación de la naturaleza del ser humano y de su entorno. Pero con una ecología de verdad, no la de los ultras que vociferan en contra del buen uso de la energía nuclear, y guardan el más estricto silencio ante la fabricación y posesión de armamento basado en la misma energía por parte de los rusos, por ejemplo, números uno del mundo en posesión de cabezas nucleares. Igual que callan cuando los poseedores son otros de la misma cuerda ideológica, la comunista. A lo peor, esa ecología selectiva tiene por objeto el desarme unilateral de occidente, sabiendo que, tanto el gobierno ruso como el chino, y sus adláteres, seguirán a lo suyo, mientras nos contemplan divertidos. Desde altas esferas surge y se ofrece una solución dispar. Propugnan un Árbitro que resuelva las contiendas. Una especie de Gobierno Mundial, como instrumento capaz de poner coto a las guerras, dotado de los elementos de coacción necesarios para hacer cumplir lo que decrete. He de decir que no me inspira excesiva confianza la idea, particularmente por su origen. ¿Un gobierno designado por unas élites que nadie ha elegido? Me suena más a trama de oligarcas, que a la concreción de la voluntad libre de las personas, que se saben ciudadanos y no súbditos. Es como empezar la casa por el tejado en lugar de por la base. Y ésta la conforman los Pueblos. Más digno de crédito sería un Organismo que saliese del consentimiento soberano de los pueblos, que quieran sumarse, discrecionalmente, sin sufrir represalias por no hacerlo, sin verse obligados a revertir su identidad y sus costumbres para adoptar las que les quieran imponer, y que ceden las competencias que consideren necesarias, durante el tiempo que estimen conveniente, y al que encargan de la gestión de la cosa común, y al que pueden remover si no cumple correctamente su cometido. Un “gobierno” de los Pueblos, establecido por ellos, para los Pueblos y no contra los Pueblos. ¿Podría ser?...

 

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