El gran reto

Me parece conveniente empezar recordando que hoy en día, más de 663 millones de personas viven sin suministro cercano de agua segura, lo que provoca que tengan que lidiar con los impactos derivados del uso de agua contaminada o que deban realizar largos recorridos hasta llegar a suministros más lejanos. Una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), impulsados por la ONU, es que en el año 2030 todo el mundo tenga acceso a agua segura. Para poder alcanzar este propósito, no podemos olvidarlo, se debe trabajar en diferentes aspectos de la gestión del agua.

El agua es un elemento esencial del desarrollo sostenible. La agricultura emplea en torno al 70% del abastecimiento de agua dulce del planeta. En todo el mundo, más de 330 millones de hectáreas están destinadas a regadío, representando el 20% de la tierra cultivada total, contribuyendo con el 40% del total de alimentos producidos en todo el mundo. Sin duda, un recurso clave que se encuentra bajo presión debido a la creciente demanda de agua, la contaminación derivada de la actividad industrial y agrícola-ganadera, y al incremento de competencia entre ciudades, agricultores y medioambiente a medida que la población aumenta.

Dado que el sector del agro es el que mayor uso hace del agua total disponible, es importante que se produzca una mejora en la administración de este recurso. El cambio comienza con un uso más eficiente del agua en agricultura. En Europa, de media, el 44% del agua se destina a agricultura, muy por debajo de la media mundial. Sin embargo, en los países meridionales el porcentaje aumenta notablemente, situándose en valores como 60,51% (España), 73% (Portugal) y 89,3% (Grecia).

Es por ello, que medidas como creación de políticas (Directiva Marco Europea del Agua), técnicas de riego mejoradas y reducción del uso de fitosanitarios están en auge. Entre las nuevas técnicas agrarias capaces de permitir un uso más eficiente del agua se encuentran los cultivos transgénicos, una potente herramienta para el desarrollo sostenible. Los sistemas de cultivo dirigidos a una mayor conservación del agua necesitan de una serie de características que las variedades biotecnológicas pueden aportar. Los atributos más apropiados, en este caso, son la resistencia a sequías y la tolerancia a herbicidas.

Recuerdo que hacer frente a condiciones limitadas de agua se consigue gracias a: a) la integración de caracteres que permiten disminuir la cantidad de agua irrigada, b) crecer la raíz a mayor profundidad en busca de zonas con mayor humedad y c) reducir la deshidratación. En 2013, en Estados Unidos, se comercializaron los primeros híbridos de maíz con tolerancia a sequía. En África subsahariana, al menos 40 millones de pequeños productores están obteniendo beneficios de más de 200 nuevas variedades de maíz tolerantes a sequía generadas a través del proyecto Maíz Tolerante a la Sequía para África (DTMA).

Las prácticas agrícolas tienen un alto impacto en la calidad del agua ya que fertilizantes y fitosanitarios pueden llegar a contaminar las aguas, por ello la reducción de su uso implica beneficios. Los datos de la industria sugieren, que tras el periodo 1996-2007, se ha acumulado un ahorro de productos fitosanitarios de 359.000 toneladas métricas de ingrediente activo, equivalente a una reducción del 17,2% de impacto ambiental. En parte, ha sido gracias a la menor toxicidad del glifosato, el herbicida usado para cultivos transgénicos HT (herbicida tolerantes).

En definitiva, un uso más eficiente de los recursos hídricos en agricultura es uno de los pasos a seguir para la conservación del equilibrio ambiental. Sin ese progreso, no seremos capaces de alcanzar un desarrollo sostenible ni un futuro eficiente en recursos.

 

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