El valor del tiempo

El tiempo es oro, dice el refrán popular, que como todos ellos tienen su punto de razón. ¡Y no digamos en el campo de fútbol! Esos minutos finales angustiosos, esos minutos de prórroga, a veces tan decisivos…

Pero noviembre es un mes que por tradición se presta a meditar sobre temas trascendentales: muerte juicio, infierno, gloria.

Cierto que a uno le da un poco de repelús la consideración de los novísimos. Por eso, saliendo por la tangente, voy a escribir unas breves líneas sobre el aprovechamiento del tiempo.

San Bernardino de Sena afirma que un instante de tiempo vale tanto como Dios, porque en ese momento, con un acto de contrición o de amor perfecto, puede el hombre adquirir la divina gracia y la gloria eterna. El razonamiento es contundente e indiscutible.

El problema, o más bien la incógnita, surge en la determinación, en la identificación de ese instante final en la vida de cada persona: cualquier momento de esta hora, de este día, de esta semana, de este mes, de este año… puede ser el señalado con tal identidad. Lo que nos lleva a velar por una total seguridad y es la de ganar la partida en cada momento de nuestra vida.

Hasta la literatura más profana nos muestra esta afirmación doctrinal; en la escena final de Don Juan Tenorio (representación teatral tan propia de estos días) se recoge este parlamento:

“¡Aparta, piedra fingida! /

Suelta, suéltame esa mano, /

que aún queda el último grano /

 

en el reló de mi vida. /

Suéltala, que si es verdad /

que un punto de contrición /

da a un hombre la salvación /

de toda una eternidad, /

yo, santo Dios, creo en Ti: /

si es mi maldad inaudita, /

tu piedad es infinita… /

¡Señor, ten piedad de mí!”

                                          

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