Les enfants de la Patrie

Al país de la guillotina no ha llegado un día de gloria, sino de infamia. Ha alzado el estandarte de su Carta Magna ensangrentada. Es sangre de sus propios hijos. Ya no será la de los impuros la que regará sus campos, sino la de los más pequeños de los suyos, por ellos acuchillados. Jamás verán el cielo de Francia. Sus gritos, violentamente silenciados, claman piedad, reclaman justicia. Un día la verán.

La fraternidad ha muerto con el ocaso de la compasión; y la igualdad, con la imposición de la ley del más fuerte. Tampoco cabe libertad, cuando se tergiversa la verdad. Y la existencia de vida humana en el seno de la madre es una verdad científica irrefutable.

A pesar de ello, su legislativo ha consagrado como derecho constitucional intocable el crimen de los más inocentes e indefensos.

En sus concebidos sacrificados ha muerto la esencia de Francia.

Si tuviesen sindicato, ¿se atreverían sus políticos y gobernantes?

En una muestra más de soberbia, fanfarroneaba su presidente, Macrón, con enviar tropas europeas al escenario ucraniano. ¿Serán mercenarios, o los extranjeros “contaminados” de su legión?

Fiel a su mandato, y a su compromiso con la defensa de los más débiles y necesitados, levantó su voz la Iglesia, que reza en sufragio por los eliminados, y pide arrepentimiento y clemencia para verdugos, nuevos Herodes y espectadores. La melodía de su oración parece evocar un réquiem por la nación de los martirizados.

 

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