Extraña merienda

Capítulo I

Hyde Park.
Hyde Park.

No había llovido en toda la jornada. Se podía disfrutar de una preciosa tarde otoñal en Hyde park. El sol se reflejaba en su gran lago y la hacía más agradable todavía. Pero lo de verdad grande y hermoso era que me tocaba sacar a mi nieta ese día. 

Jugamos un rato persiguiendo hojas muertas e importunando ardillas. Luego, al banco. Había que merendar. Ella siempre lo hacía desmenuzando pan, para darles su ración a sus amigas las palomas, tirándoles migas; y también a los patos, que las tomaban confiados de sus propias manos. 

Por el sendero, al rato, se acercó con caminar pausado otro abuelo. Mayor que yo. Venía solo. Un asiento cercano estaba libre, y se sentó. Nos saludó con un gesto cortés. No tardó en sonar su móvil. Se le iluminó la cara cuando vio en la pantalla quien le llamaba. Por lo que trascendió de la conversación posterior, era su hijo de España. No es que yo tuviese interés en saber de que hablaban. Era imposible no enterarse. Su teléfono en manos libres a todo volumen lo cantaba. El buen señor necesitaba audífonos, pero no los usaba. ¡Por Dios, cómo cambió su rostro en nada! Se le empezó a descolgar la cara. Se le nubló la mirada. En un abrir y cerrar de ojos se transformó en la viva imagen del abatimiento y la desolación. El altavoz acababa de escupir la noticia descarnada: su nieto del alma había ingresado en la comunidad de los que se cobijan bajo el paraguas multicolor.

Abuelo- ¿Estás seguro?, ¿has hablado con el?, ¿desde cuando?, preguntaba atropelladamente.

Hijo- Hace un tiempo tuve sospechas. Luego las despejé, cuando me advirtieron de lo que publicaba en redes sociales. Hablé con el, y me lo confirmó. 

A- ¿Y quién más de la familia lo sabe? 

H- Pues, desde luego, sus hermanos, que le aplauden. Y su madre. Los demás no sé, pero lo doy por hecho. Yo he sido de los últimos en enterarme. Y ahora tu, claro. 

No se cómo actuar. Y no quiero ni pensar que se presente en casa con su compañero.

A- ¡Ay, hijo, es un cambio trascendente, una elección vital! Ahora te necesita más que nunca. Lo más desacertado por tu parte sería despreciarlo y echarlo de tu lado. El también sabrá valorar que no chaqueteas de tus principios, y no perderá del todo su referencia. Cuando no entienda por qué, en lugar de alegría, lo que tu has sentido es frustración y tristeza, háblale con franqueza. No hay justificación para ocultar o disimular lo que piensas, o para decirlo a medias, si no va contra nadie y no es más que poner de manifiesto lo que observas y que cualquiera puede ver. Y aún creo que se debería agradecer que se exponga, con delicadeza, eso si. No le juzgues, ni le ofendas. Por otro lado, en general y en todos los temas, hemos de tener claro que la exigencia del respeto a las personas, que siempre se ha de practicar, no obliga a aceptar sus errores. Al contrario, la consideración que merecen se manifiesta precisamente al plantearles con sinceridad tu discrepancia, y ofrecerles tu punto de vista, argumentos, referencias, indicios o evidencias que les puedan ayudar a identificar su equivocación. Muchos preferirán callar por temor a enojarles o a perder su favor. Pero, sería una falsedad y una hipocresía confirmarles en su yerro con un silencio o un parabién, sea de palabra, con una palmadita o con un “like”.  

 

H- Ya, el típico parabién dado para mal, que es una actitud más habitual de lo que se pueda imaginar, especialmente entre los más próximos, familia y amistades y, particularmente, en todo lo relacionado con las relaciones amorosas entre las personas.  

A- Así es. Y perdona que insista, quede fuera de toda duda que las personas se respetan. El mismo Dios lo hace, aunque elijan caminos de autodestrucción. Pero, donde tu veas engaño y error has de ponerlo de manifiesto y confrontarlo con la palabra. No hay caridad sin verdad. Ni tampoco respeto.

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