José Antonio Primo de Rivera, la república liberal y el antihispanismo en Colombia (1930-1946)

Reproducimos en este trabajo un artículo publicado en la Revista Colombia, por F. Fandiño, sobre el papel de Primo de Rivera en la política colombiana y, en casi toda América, durante la República Liberal (1930-1946), cuando como resultado de la ruptura de las fuerzas políticas, bifurcadas entre franquismo y antifranquismo, pudieron simular la situación española en América.

Resulta, entre parte de los historiadores de América, usual, impreciso e históricamente reprochable, la tendencia dogmática y simplista de ocupar las tendencias “conservadoras“ como puramente “fascistas”. Más aún la comparación, unificadas, de las corrientes nazi-fascista-falangista resta seriedad a los Panamericanistas. Otorgar a Franco el poder de Hitler, a la “Falange Exterior” una fortaleza superior a la Gestapo o las SS, y a las Juventudes Hitlerianas minimizadas ante el “Poder “de la OJE, es simplemente imposible, inaceptable históricamente, políticamente deshonesto. Los “fascistas” o “conservadores “procedían del legado hispánico, que -tras varios siglos- los liberales colombianos, describían como “convencida de la inferioridad o la decadencia de la raza colombiana” (sic) El Panamericanismo en estado puro.

La emisora de radio «Voz de Colombia», en las costumbres y prácticas de los años 30, tenía programas matutinos (que aparecía en El Siglo) como una exaltación y un homenaje a Primo de Rivera:

«El acto se desarrollará así: Himno Nacional de Colombia. La vida heroica de Primo de Rivera. De Francisco Fandiño Silva a las juventudes de derecha del país y “Málaga estaba llorando” del poeta español Rafael Dunyos. 

Las misiones de propaganda enviadas por los nacionalistas y después por el régimen del general Franco, lo fueron, con renovada intensidad, a la Argentina durante la Guerra Civil española (1936-1939). Por ejemplo, la actriz española Manuela Fresno recitó los romances: “Málaga está llorando” de Rafael Duyos y el soneto: “José Antonio Primo de Rivera” de Eduardo Marquina.

Utilizaban un tipo de escenificación preferida en los actos, tanto republicanos como nacionales durante la guerra: la del rapsoda, es decir, la recitación de poesía interpretada por un actor ante el gran público. El malagueño (de Cartama) José González Marín, que participó activamente en estas campañas elaboradas por el régimen de Franco en Hispanoamérica, alcanzó una fama internacional en esta forma, considerada artística. Duyos introdujo este tipo de representación en muchos de los eventos que lo tuvieron como protagonista, a la vez que sus poesías fueron leídas en más de una oportunidad. Asimismo, sus romances alcanzaron cierto grado de difusión a través de la grabación de un disco de gramófono titulado: Cuatro romances de guerra. 

La intensa reclamación de “antisemitas” -que no existía en España- a los conservadores colombianos, lleva a olvidar las proclamas del Caudillo Liberal, López de Mesa. Luis López de Mesa, fue en 1934, durante la administración de Alfonso López Pumarejo,  nombrado ministro de Educación. En 1938, Luis López de Mesa designado, ministro de Relaciones Exteriores, por el presidente Eduardo Santos: prohibió que los judíos perseguidos por Hitler pudieran refugiarse en Colombia: « (que) los cónsules bajo su jurisdicción  opongan todas  las trabas humanamente posibles  a la visasion de nuevos pasaportes a  elementos  judíos,  sin establecer entre ellos distinciones privilegiadas por razón de su origen o nacionalidad. (…). De lo que se trataba ahora, es de impedir hasta donde sea humanamente posible, que entren a Colombia judíos rumanos, (Judíos) polacos, (Judíos) checos, (Judíos) búlgaros   (Judíos)  rusos,  (Judíos)  italianos”. La peculiaridad de López de Mesa es objeto de estudio, no obstante fue liberal y del único gobierno liberal que trato a los judíos en la línea por ellos imputada al conservatismo.

 

REVISTA COLOMBIANA. ESPAÑA, ORIGEN Y FUTURO DE AMÉRICA. 

Por F. Fandiño Silva. Octubre 1940.

 

De no haber intervenido España, ¿acaso América no hubiera sido descubierta? Evidentemente, no podemos responder categóricamente a esta pregunta. En el campo de las posibilidades el horizonte que se abre a la mente es demasiado grande para poder circunscribirlo a los términos de dilema único.

Pero, lo que sí salta a la vista, es que precisamente por haber sido España la descubridora, conquistadora y evangelizadora de América, los países indolatinos del nuevo continente conservan en el fondo, y a pesar de todo, la modalidad esencial del "ser español".

Muchos preguntarán, entonces: ¿qué se ha hecho, en dónde está esa modalidad española? ¿Acaso nuestra manera de ser hoy no es una réplica a todo lo que España fue, y volverá a ser?

Es verdad. Dolorosa verdad, pero innegable. La realidad hispano-americana apenas nos ofrece la Religión y la Lengua como lo único supérstite de la madre común. Por lo demás, hemos renegado del ancestro, de la tradición y de la historia para entregarnos, ingenuos y gozosos, a otro espíritu, distante, importado y acomodaticio.

Nacimos españoles, pero pensamos en francés. Somos católicos, pero amamos y practicamos el libre examen, y no ocultamos nuestro desdén, cuando no nuestra hostilidad contra la Iglesia y sus ministros. Hablamos la lengua de Castilla, porque no podemos hablar otra, pero en toda casa vivimos espiando la ocasión de corromperla adoptando, con infantil vanidad, toda expresión foránea que coopere a nuestra despersonalización, a nuestro vasallaje.

¿Y las consecuencias de semejante traición?

También salta a la vista: Una veintena de pueblos sin cauce propio, sin orientación, sin destino. Veinte repúblicas de opereta en donde el pueblo está ausente de las esferas en donde se decide su suerte miserable. Veinte países dedicados al juego unas veces sangriento, otras burlesco, pero siempre falso de la democracia liberal, masónica y atea. Gobiernos entregadizos y cobardes, sometidos a poderes extraños que les imponen todo.

El panorama es tan triste, tan desolador que es perfectamente explicable el imperialismo saxoamericano: todavía somos tierra de conquista. Fuimos libertados, pero jamás supimos hacernos dignos de esa libertad. La utilizamos para destruirnos internamente y para destruir todo aquello que un día nos pudiera capacitar para ser libres, y para ser grandes, por eso la perderemos.

Por eso, Bolívar, el Genio de América, bebió en sus últimos instantes de proscrito la copa de todas las desesperanzas. Su obra se destruyó apenas iniciada. Se destruyó no porque fuera imposible, sino porque no la supimos comprender. Aún tantos no la comprenden, y si la comprenden la detestan.

¡Hispanoamérica, tierra de vasallaje! Cada día se aprieta más el dogal saxoamericano en la garganta de la América Española. Unas veces es de hierro, duro y cruel. Otras de seda suave y pérfida.

Nos fingen mentirosos peligros ultramarinos para engañar nuestra torpe credulidad y hacer más fácil la empresa colonizadora. La guerra que se libra en Europa entre un mundo viejo y un mundo nuevo, todavía en gestación, ha servido maravillosamente para desorientar nuestras miradas, y adormecer definitivamente nuestro espíritu en una confianza que es traición.

Lo único que nos queda de España, la Religión y la Lengua, es objeto de una tenebrosa conjura, porque es lo único que aún nos puede salvar. Tenemos el ejemplo doloroso de Méjico, el cual recordaba con extraordinaria exactitud, hace pocos días, Laureano Gómez. Pero, ese ejemplo es lo que se busca, por eso Alfonso López lanza su programa: "La mejicanización de Colombia".

Una vergüenza, pero una realidad: de nuestra propia casa son los que pactan con el dominador ambicioso. De nuestro propio suelo salen los que nos han entregado.

La tierra colombiana no ha sido totalmente estéril para los traidores. Nombremos uno solo: Esteban Huertas.

¿Y cuántos nuevos Huertas no nos tendrá reservado el cercano porvenir? Con la diferencia de que no son oscuros sargentones que se venden ante el público, sino distinguidos y beneméritos hombres de negocios que se desvelan por la suerte de la patria. Mañana, después de todo, les levantaremos estatuas de bronce.

Pero, ¿tenemos derecho a generalizar? ¿Lo que ocurre en Colombia, ocurre también en las naciones hermanas del continente? ¿Todo será irremediable? ¿El porvenir de Hispanoamérica estará encerrado, inevitablemente, en un círculo de oprobio?

Interrogantes vitales sobre los que debemos meditar.

Un día de octubre de 1933, cuando España se debatía convulsa, bajo el marxismo -que desde el gobierno aniquilaba su destino- se levantó una voz juvenil de esperanza buscando el corazón, la entraña íntima de la patria agonizante. Las palabras de José Antonio Primo de Rivera, por verdaderas y auténticamente españolas, hallaron eco en el pueblo español. Una bandera de redención se dibujó en el horizonte lívido de la Península. Era el "profeta del imperio"; el heraldo de una lucha gigante, que habría de ser admiración del mundo y pasmo de la historia.  España estaba salvada: había recuperado la ruta, se había vuelto a encontrar.

Esa es la palabra que deberá sintetizar la aspiración salvadora de la América Hispana: "volverse a encontrar". Regresar, tornar en busca del sendero perdido, recuperar el espíritu del pasado, su tradición y su historia, única manera de realizar su destino.

Aquí también se han levantado ya estandartes de fe y esperanza. También se han dejado oír palabras de orientación, cargadas de fecundas posibilidades. ¡Todo no está perdido!

Todavía se oye el eco profundo, con que, un día del último agosto, la palabra de Laureano Gómez sacudió a la nación para decirle la verdad del futuro, para indicar los caminos del mañana: El Imperio Católico-Hispánico.

En esa ocasión el vocero conservador no habló para el partido. Habló desde su partido para toda la nación. Era la voz auténtica de Colombia, como auténtica había sido la voz de José Antonio para España. Por eso sus palabras constituyen el hito inicial de la lucha porque la patria recobra los perfiles que tuvo al surgir, esplendorosa de la hornaza del Genio. Ideal empresa de sacrificio a la cual llegarán las juventudes colombianas, como hijos de agua pura que buscan afanosos su cauce más profundo, su destino. Allí no habrá vallas que dividan y separen: la gran bandera cobijará a todos los buenos, a todos los leales, a todos los verdaderos colombianos.

En frente, en la opuesta orilla, estarán los traidores, los vendidos, los malos hijos de la patria.

Y volveremos a España. Las Cinco Flechas de Fernando e Isabel, símbolo de la unidad en la catolicidad, serán también nuestro símbolo. En torno a él se irán congregando las juventudes heroicas de nuestro continente, porque si España fue el origen de América, en ella está escrito su futuro por la mano inescrutable de la Providencia.

F. FANDIÑO SILVA. Bogotá, octubre de 1940.

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