Jueves Santo: Málaga y la Legión

Traslado del Cristo de la Buena Muerte, de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).
Traslado del Cristo de la Buena Muerte, de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).
Cristo de la Buena Muerte de la Congregación de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).
Cristo de la Buena Muerte de la Congregación de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).

El trayecto anual alcanza su parada final y Málaga, expectante en estos primeros coletazos del mes de abril, anhela la llegada de un nuevo Jueves Santo que culmina con el matutino desembarco de la Legión en un puerto en el que confluyen arraigo, tradición y emociones varias entre las que no faltan el amor fraterno que este día celebra la Iglesia Católica y el sentido poema de un antiguo legionario:

Jueves Santo malagueño,

sentimiento y tradición,

desde El Palo a Gibralfaro,

hoy se respira Legión.

 

¡Cristo de la Buena Muerte!,

son tus hijos, míralos,

vienen a honrar tu memoria,

 

a abrazarte y darte las gracias, Señor.

Porque no se puede ser más grande,

ni el Cristo ni la Legión.

 

Las calles engalanadas,

las flores visten su mejor color.

La mar silencia sus olas,

sólo se oye a la Legión.

 

Soy un viejo legionario

que observa con ilusión

como su pequeño nieto 

sueña con ser gastador.

 

¡Abuelo!, dice orgulloso,

yo voy a ser gastador

de la Décima Bandera,

la del nombre del fundador, 

aquel hombre tullido

que, en heroicas batallas,

tanta sangre derramó.

Y al que el de la Buena Muerte iluminó 

para convertir a unos proscritos

en caballeros de honor.

 

¡Abuelo! ¿Por qué algunos hombres olvidan

el Credo de la Legión?

No pasa nada mi niño, 

por unas monedas de plata

también Judas vendió a Dios.

Han pasado muchos siglos

y aquí estamos tú y yo

honrando al de la Buena Muerte

como lo hace la Legión.

 

Judas murió deshonrado

y al de la Buena Muerte

le veneran hombres de honor.

¡Viva el de la Buena Muerte!

¡Viva la Legión!

¡Vivan los hombres valientes!

¡Viva nuestro fundador!

 

(Elisa Muro Barquín)

Como el eco de esos versos y la mezcla de olores a azahar, salitre y mar, atrás queda en la memoria de la ciudad aquel primigenio Tercio de Extranjeros y su participación en la Semana Santa de Málaga cinco años después de su fundación en 1920 dando continuidad a otras unidades militares en las procesiones de la ciudad.

En concreto, el Jueves Santo de 1925, en presencia de autoridades como Miguel Primo de Rivera o el propio teniente coronel Franco, Jefe de la Legión por aquel entonces, la invitación de la Cofradía de Mena había permitido un primer acercamiento a la Legión hasta que, tres años más tarde, se anuncia al Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas como Protector de la unidad dirigida por el coronel Sanz de Larín. Y ese Cristo y esa "buena muerte" no podían ser más ilustres testigos en cualquier despedida postrera al que en vida, con entrega y arrojo, lo mereció. Para Él, como para la Legión, no hay dolor ni rencor, sólo la gracia y el perdón de Dios.

Mena, Málaga y la Legión, pues, dieron inicio a una singladura conjunta, a una perfecta simbiosis, que, como los que hemos servido en la Legión en diferentes épocas, apunta ya a una relación centenaria desde ese final del primer cuarto del pasado siglo a pesar de las interrupciones originadas por tristes o inesperados acontecimientos a lo largo de nuestra historia.

Y para ello, para compromisos y espiritualidad, Millán-Astray supo crear un credo compuesto por doce espíritus que, a su vez, sirven para vertebrar sentimientos, deberes y códigos de conducta de cualquiera que porte un chapiri y el verde sarga. La Legión, como a Málaga los legionarios que procesionan por sus calles, te deja su sello, el recuerdo en tus vidriosos ojos, su impronta grabada a fuego en lo más profundo de, incluso, el más rudo corazón.

Debido a la cercanía de Málaga con el norte de África y el papel logístico desarrollado por su infraestructura portuaria en la Guerra de Marruecos, a hechos como el luctuoso traslado del cuerpo inerte del teniente coronel Valenzuela camino de Zaragoza o episodios como el desembarco de Alhucemas, la ciudad andaluza había logrado estrechar sus lazos tras la creación de hospitales de sangre que acogían a cientos de evacuados de los combates de aquel conflicto bélico. 

La ciudad malagueña se había convertido en uno de los lugares de paso obligado para oficiales y tropa que apuraban sus últimos momentos de paz antes de batirse el cobre con el enemigo en tierras africanas. Así, la plaza empezaba a sentir el honor y orgullo de ser parte de la vida y esperanza de los legionarios en sus continuas idas y venidas al norte de África y, de esta forma, respiraba y sentía Legión, mimetizándose con el espíritu de aquellos bravos hombres de la Patria, punta de lanza del valor y honor demostrables en los combates al otro lado del Mediterráneo.

Por otro lado, los puestos de vanguardia de los legionarios conllevaban grandes riesgos que, en ocasiones, les conducían a la Península si, por fortuna, lograban contarlo. En el peor de los casos, sin embargo, ese riesgo se traducía en un viaje sin retorno al punto de origen del combatiente previo paso por una Málaga acostumbrada a rendir cumplido tributo en el último adiós de aquellos desconocidos héroes de España.

Los malagueños se sentían afortunados de tener a aquellos legionarios en su ciudad y, en la medida de lo posible, procuraban serles de utilidad, allanarles el camino y devolverles la alegría haciéndoles sentir como en su propia casa tras las típicas penurias de campañas de guerra que se libraban en la costa opuesta.

De esta forma, en abril de 1930 con el coronel Liniers al mando de la Legión, el Jueves Santo malagueño abrió sus puertas a aquellos sufridos y bregados legionarios que, desde el puerto de Málaga, desfilaron por la calle Larios hasta el Cuartel de Capuchinos aclamados por una población entregada a los orgullosos descendientes de los Viejos Tercios.

Desde aquel 17 de abril de 1930 pasaron varios años, Guerra Civil incluida, en los que la presencia de la Legión no estuvo regularizada hasta que, en 1943 y con la nueva talla del escultor local Francisco Palma, parcialmente recuperada de la original de 1660 vilmente mutilada en mayo de 1931, se institucionalizan los actos de Mena con la inclusión de la Legión en la guardia al Protector y el tradicional desfile procesional del Jueves Santo.

Desde entonces, han transcurrido ochenta años y la Semana Santa malagueña continúa siendo un escaparate mundial para la Legión. Hoy no hace falta cruzar el mar hacia África. La Legión arriba al puerto; la ciudad y sus gentes, extasiadas al recibir a los herederos de aquella guerra, se paralizan y visten sus mejores galas para la exclusividad de una ocasión sin parangón.

Ese nuevo amanecer, los legionarios, independientemente del Tercio en el que sirven, despiertan de su sueño para vivir y sentir una nueva realidad, la de estar ahí el Jueves Santo, bajar los escalones de la rampa del "Contramaestre Casado" hacia el pantalán de Levante, formar en el muelle y, con las pulsaciones a mil, iniciar su recorrido por el Palmeral de las Sorpresas hasta la Plaza Fray Alonso de Santo Tomás. 

En ese trayecto; su icónica estampa, su enérgico braceo y su ágil paso marcial se manifestarán en el brío de frenéticas pisadas que, ligeras y acompasadas, volarán provocando la aceleración de los corazones de un público enfervorizado mientras incontenibles lágrimas se deslizan por anónimos rostros de los allí presentes con los primeros compases de "El Novio de la Muerte".

Cristo de la Buena Muerte de la Congregación de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).
Cristo de la Buena Muerte de la Congregación de Mena, en Málaga (Foto: Álex Zea / Europa Press).

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