La nueva normalidad

"Nueva normalidad". Es la etiqueta de moda. ¡Causa furor! Y no me cabe la menor duda de que te estás preguntando de qué va el oxímoron de marras o, por otro lado, si guarda algún tipo de relación con el manido neologismo, la "desescalada", que, no exento de polémica y en arbitrarias fases, irrumpe cual redentor para liberarnos de esta obligada reclusión de meses.

Lo que realmente rompe nuestros esquemas es la aparente contradicción del binomio léxico. Considerar novedoso lo que, desde un punto de vista temporal, merece y requiere tiempo para ser determinado, juzgado o calificado es, cuando menos, osado.

Pero, ya puestos, el lenguaje político se ha envalentonado últimamente de tal forma que, entre rectificaciones varias, todavía queda algún hueco en ese cajón de sastre que recoge el cúmulo de errores, contradicciones, dimes y diretes o despropósitos sufridos por los españoles en tan poco tiempo. De hecho, muchas declaraciones son dignas de cualquier tasca repleta de taburetes bajos de madera y litronas a 1,50€.

Y el asunto tiene arrestos, lo de la creación lingüística; de bravuconadas en forma de decreto a hurtadillas, con mayúsculas o letras de oro si hace falta, o, como la que nos ocupa, léxicas. ¿Quién dijo miedo?

O, tal vez, del desconocimiento de ese taimado enemigo que, efectivamente, nos ha obligado a transformar radicalmente nuestro "modus vivendi", la realidad que, desgraciadamente, hemos conocido con el calzador de los dubitativos e inconsistentes consejos sanitarios o, en el peor de los casos, la imposición de unas reglas de un juego al que, cada vez con menos agrado, no nos ha quedado más remedio que participar.

Así, de sopetón; de golpe y porrazo, nos hemos topado con una desconocida realidad, inexplorada para unos y otros, que hemos intentado sobrellevar en nuestro disciplinado confinamiento físico y mental después de tantas prórrogas. Porque todo pesa y, a pesar de los trágicos y luctuosos momentos acumulados que seguimos soportando, no es momento de lanzar campanas al vuelo ni de exhibir muestras de confianza.

No hay tiempo para celebraciones a pesar de que se empeñen en convencerte de que decenas de muertos representan una paradójica victoria. Es su nueva normalidad. No lo olvides. Infame.

Pero es falso, única y exclusivamente el pretexto de una pírrica distancia, como la que separa la hasta no hace mucho experiencia vital de las decenas de miles de muertos, de aquellos cuyo último tránsito por la vida ha sido privado de un justo reconocimiento y el merecido adiós familiar.

¿Y la normalidad? Para nada. Ni mencionarla. Tendrán que transcurrir muchos meses y años para que seamos capaces de asimilar otra emboscada lingüística que, como expertos trileros, intentan colarnos para edulcorar el desastre inicial recientemente vivido en este país. Las pérdidas humanas y económicas, en ausencia de gestión y medios efectivos, pasarán factura.

Como hace doce años con la crisis económica cuando también la "nueva normalidad" hizo acto de presencia. ¿Recuerdas? Lo peor estaba por llegar. La resaca, aunque por otros motivos entonces, sacudió las cifras de empleo con un impacto del que tardamos en recuperarnos. Y, lógicamente, también se resintió nuestra economía como, desde hace semanas, lo viene haciendo hasta alcanzar límites insospechados cuando comenzaba este nuevo tramo de un siglo XXI que, como aquella misma década del siglo pasado a la conclusión de la Primera Guerra Mundial, nos prometíamos felices.

Sin embargo, ha sido flor de un día; concretamente, de un par de efímeros meses hasta sucumbir ante el zarpazo de un marzo siniestro y encubridor de los sibilinos meses anteriores. La mentira entró en acción y corrió su tupido velo sobre la confiada realidad que disfrutábamos. Luego, adormecidos y embelesados, la irresponsabilidad, la negligencia y el interés ideológico hicieron el resto dando cobertura a la mayor de las tragedias contemporáneas que recuerda España. Fue el abril más cruel, como T.S. Eliot venía a decir en su "Tierra baldía".

La nueva normalidad apunta al producto final como consecuencia de no hablar con propiedad, del desmesurado uso de la mentira oficial o la pandémica proliferación de las verdades a medias. Luego, ¡claro!, los bulos o las "fake news". Justo todo aquello que se alimenta con este inapropiado tratamiento del lenguaje, de la gestión del léxico en formato neolengua, con evidentes reminiscencias del "newspeak" de George Orwell, para hacer que la falacia suene creíble, customizada cuando se precise, y la deshumanización sea el pan nuestro de cada día con la fria certificación de miles de difuntos a los que, en desventaja y desigualdad de condiciones, nuestro abnegado personal sanitario no pudo salvar ni prolongarles una vida cercenada en la mayoría de los casos por la falta de previsión y la egolatría de los aspirantes al poder absoluto.

Todo bien orquestado, muy "orwelliano", con recorte de libertades incluido y el control geolocalizador estatal para que el dictado de la verdad sea la excusa perfecta para la represión, para una visita a la habitación 101, donde perecen los intentos de cualquier acto de rebelión que pueda hacer tambalear los cimientos de un dubitativo estado y su pensamiento único, su nueva normalidad.

 

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