Más allá de los símbolos

La princesa Leonor, el rey Felipe, la reina Letizia y la infanta Sofía en el homenaje a las víctimas del coronavirus el año pasado
La princesa Leonor, el rey Felipe, la reina Letizia y la infanta Sofía en el homenaje a las víctimas del coronavirus.

Hace pocos días tuvo lugar el Homenaje de Estado a las víctimas del Covid-19 y deseo ofrecer una reflexión respetuosa del mismo. Los humanos estamos connaturalmente necesitados de gestos y símbolos; por eso, para evitar que aquel acto decayera en un insufrible vacío, además de las palabras se requería la presencia de los símbolos. De ahí el pebetero en el centro de la plaza, con sus lenguas de fuego en recuerdo de las víctimas. Y más símbolos: el ofrecimiento de rosas blancas en torno al fuego. Como acto de un Estado aconfesional, que no laico, poco más podía hacerse, y cada uno lo habrá vivido según su propia conciencia.

He leído en la red bastantes comentarios, muchos con valoraciones negativas del acto. No me sumo a ellas porque quiero ser positivo y, sin embargo, invito a mirar más lejos y más arriba de lo que allí se vió. Tal vez esas críticas negativas apuntaban a lo que daba a entender una sencilla ilustración que me envió un amigo por esos días. Puede que no se refiriese al acto que comento, pero lo cierto es que en el dibujo aparecían dos personajes: uno rubio y con gafas; otro, frente a él, un indio apache; y entre los dos, ardía un fuego. El hombre rubio preguntaba: “¿Qué pasa con el mundo?”; y el apache respondía: “Han cortado la conexión con el espíritu”. Me sugirió, de inmediato, que por ahí podían ir, en el fondo, las intenciones de los comentarios críticos a que me he referido; vendrían a decir: lo visto no me basta, siento algo por dentro que me dice: yo quiero más…

Todo creyente, en efecto, desea más. Sabe que los símbolos no terminan en lo que se ve sino, propiamente, en la fuente última que les da origen, si es que se puede llegar tan lejos y tan alto.  Los cristianos entendemos que el símbolo del fuego, por ejemplo, lo ha tomado Dios para presentarse a sí mismo: no en vano se manifestó a Moisés, para hablarle desde la zarza ardiente, sin consumirla. Además, millones de cristianos en todo el mundo creemos también en las palabras de Cristo cuando nos dice que vino a traer fuego a la tierra. No son casualidad las dos referencias al fuego.

Y como “lo cortés no quita lo valiente” ni “lo no confesional lo religioso”, invito a ir más allá y más arriba de los símbolos: sin rechazar los que hemos visto en este Homenaje, es bueno abrir confiadamente el corazón a la trascendencia: al Espíritu, con mayúscula, que quién sabe si no estaría también en la intención del apache junto al fuego o, más bien, en la del artista que le dio vida en la ilustración. No podía menos de faltar tampoco, en aquel Homenaje, un símbolo y gesto que ya viene siendo tradicional en estos casos: el minuto de silencio por las víctimas; también algo bueno y positivo, nada rechazable, pero insuficiente. Fue un minuto que muchos aprovechamos para elevar una oración a Dios y rezar por las almas de quienes en aquel acto fueron los protagonistas principales: descansen todos ellos en la paz del Señor.

 

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