Otoño caliente

No parece que vayamos a llegar a las huelgas obreras italianas de 1969 y 1970 pero nuestro particular y patrio "autunno caldo", a fuego rápido y a la hispana, se está cociendo con una serie de ingredientes entre los que mayoritariamente abundan el odio, el rencor y, en gran medida, la provocación. Ésta, por cierto, in crescendo.

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Huelga.

Tampoco hemos de remontarnos al Reino Unido de Margaret Thatcher para exhumar la revuelta minera que, desde marzo de 1984 y durante todo un año, trajo en jaque a la dama de hierro y a una sociedad que se había quedado sin alma hasta el punto de empezar a gestarse un conflicto realmente serio por la duración y pretensiones de unas víctimas, los mineros, del sistema thatcheriano surgido en 1979. Como muestra, les recomiendo GB84 de David Peace.

Y no tiene pinta porque los sindicatos ya andan "calentitos" o, al menos, en hibernación con la millonaria inyección económica que han recibido del recién "aterrizado" en la Moncloa. Pedro Sánchez, además, parece que de medios aéreos y sus prestaciones también va bien servido, casi como la famosa canción Spaceman de, ¡qué casualidad!, los americanos The Killers. Seguro que, por la música o el avión, les suena. Y al advenedizo, también.

Como consecuencia, el habitual síndrome de protesta inoculado en diversos sectores de nuestro espectro social se ha ido diluyendo como un azucarillo, casi al mismo tiempo que las arcas gubernamentales inyectaban miles de euros al sindicalismo que, a su vez, ha propiciado un sorprendente efecto hipnótico en una población en pie de guerra no hace muchas semanas. La presencia de las subvenciones tiene, por lo visto, un efecto devastador en las frágiles memorias de los receptores.

Pero no han quedado ahí las dádivas del susodicho. De una u otra manera, Moncloa se ha anticipado a los Reyes Magos con regalos y prebendas para independentistas, traidores, terroristas o George Soros, gurú del mundialismo. Todos han pillado "cacho" tras pasar por taquilla. También, algunos allegados ideológicos que, mediante enchufe o "decretazo", han recibido el inesperado premio "Gordo" de su vida en forma de director de tal institución o tal organismo. El salario anual de seis cifras es ciertamente tentador, ¿o no? Un chollo, como el que han encontrado Angela Merkel y la decrépita Europa en el buen vasallo de una frontera sur debilitada hasta convertirla en el "happy hour", final feliz con prestaciones incluidas, de migrantes, refugiados, mafias y alguna que otra ONG.

Y en esta tesitura, nos encontramos con que no hay plato del día a nivel político que no incluya su ya acostumbrada oferta en el "sabroso" menú diario que el Gobierno pone a nuestra entera disposición. El cocktail  ya está preparado para su servicio aunque, con el periodo vacacional por medio, el españolito de a pie tiene otras opciones, destinos y "platos" suculentos que sirven para mitigar su disgusto, cabreo y, el cada vez más latente, deseo de enfrentamiento.

Sin embargo, hay vasos que no aceptan una gota más. Están colmados. Ni menús que toleren abundancia de sal. Sólo hay que echar un vistazo a aquel tórrido verano de 1936 para tristemente rememorar el sentido y destino de la condición humana. Entonces, la gente no acostumbraba a ir tanto a la playa con los descarriados caminos que, desde años antes, había tenido que recorrer y soportar.

Pero, por el contrario, el cántaro sí que daba viajes de un sitio a otro. Y dio tantos que, de ir a la fuente tan frecuentemente, acabó rompiéndose y regando de sangre una España que, también entonces, pedía a gritos el enfrentamiento para poner fin a la fractura socio-política del momento, la propiciada por la tendencia a la que la nación se había visto abocada.

Hoy, de un plumazo, se han acallado las protestas, se han congelado las reivindicaciones y las pataletas callejeras de diversa índole han pasado a mejor vida ante la irrupción de un presidente, repudiado hasta por cabezas visibles de los suyos, con una representación política a niveles históricamente ínfimos en el Congreso y con menos fiabilidad que el regalo sorpresa diverking de la famosa franquicia de hamburguesas.

Venía con la lección y la receta bien aprendidas. Si no, como hienas, ya estaban lanzándose a su yugular Europa, las ONGs, los nacionalistas, los independentistas y, allí más a la izquierda, los portadores de la revancha. Todos ellos con la fusta de castigo, los cargadores llenos, el odio en los estandartes y grandes sacas de sal para verter en las heridas reabiertas por la Ley de Memoria Histórica de 2007 del ínclito Zapatero; predecesor no sólo en el cargo, sino en gestos y políticas que condujeron a España al borde del abismo nacional o la indiferencia internacional.

 

Afortunadamente, ahora jugamos con ventaja al conocer nuestra historia, pero no la gestión o el comportamiento de los nuevos invitados a la fiesta política. Eso sí, en sólo un par de meses, ya sabemos de qué pie cojean. El rastro que van dejando no puede hacernos concebir grandes esperanzas en lo venidero. Y lo peor para España, además de los complejos y el exceso de consensos, es la incipiente ausencia del sentido común; separado de leyes, sentencias y decisiones que inexorablemente nos conducen al fondo del precipicio, el de la palmaria inestabilidad política y la provocada confrontación; como en aquella Italia de los años de plomo, la protesta callejera del sistema opresor inglés de hace tres décadas o, más lejos, la desgraciada guerra fratricida de nuestra nación.

Como dijo Stanley Horowitz, el otoño es el mosaico del resto de estaciones; del grabado invernal, la acuarela primaveral o el óleo veraniego. Veremos cómo Pedro Sánchez y sus socios pintan la situación del país tras los primeros y titubeantes envites, la resaca de agosto y las escasamente prometedoras iniciativas en los primeros pasos del nuevo gobierno español.

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