Todo debe cambiar para que nada cambie

Aplauso a cuantos combaten frente al Coronavirus
Aplauso a cuantos combaten frente al Coronavirus

Seguramente los lectores y yo estemos de acuerdo en considerar al egoísmo intrínseco a la especie humana, yo añadiría, que además es propio de sociedades colmadas de derechos, buen momento para recordar cómo con total aplomo se ha exhibido en numerosos momentos a lo largo de esta pandemia y además lo ha hecho sin el menor asomo de que el aprendizaje nos haya calado, no al menos lo suficiente. Me sigue llamando la atención cómo la privación de la libertad nos hace merecedores, por ser capaces de llegar hasta donde llegamos, de que nos tachen de absolutos salvajes sin que la aptitud de reflexionar en las consecuencias que tienen nuestras conductas haga su aparición estelar.

Occidente una vez más ha mostrado estar a lo suyo y ese individualismo tan característico de algunas sociedades como la norteamericana, a la que siempre hemos mirado con un cierto desprecio y recelo, con esos ojos europeos que parecían dotarnos de cierto derecho para sabernos culturalmente contrarios a él, sintiéndonos parte de sociedades que rechazan esa forma de relacionarnos, más aún diría, creyéndonos mejores por parecer más preocupados por el otro, es el que ha resultado al final ser también protagonista de nuestros excesos.

 Sin embargo, no es menos cierto que el comienzo de este más que largo último año nos sorprendió a casi todos, nos estremeció de forma muy parecida en los distintos países y creímos, sólo por unos maravillosos y crédulos instantes, que de este problema saldríamos mejores como seres humanos. Los gestos tan generosos como hermosos que vimos al principio, con la sociedad casi al completo entregada en agradecimientos a nuestros sanitarios, nos animaron a creer sin margen para la duda, que esto iba a ser un momento en la historia que nos marcaría y cambiaría. Sobre lo primero creo que no hay duda de que será así, ya lo está siendo de hecho, respecto a lo segundo, pocas cosas tienen el poder real de significar cambios potentes y de transformar verdaderamente las cosas.

La ingenuidad y estupidez humanas son inmensas y cuesta, y a mí personalmente me indigna, tener que traer a la conversación el recuerdo de dos guerras mundiales y todos los conflictos bélicos que llevan sucediéndose a lo largo de los siglos XX y XXI, para reconocer que ninguno de estos acontecimientos han logrado sacudir la conciencia humana hasta el punto de hacernos sentir indignos de formar parte de la raza humana. Parece entonces sensato pensar, que la intensidad que pueda transmitir cualquier concepto al que añadamos el elemento compositivo pan, asusta desde luego por la inmensidad que alcanza, pero no tiene en sí mismo la capacidad de provocar ningún cambio real.

El último y significativo hecho lo encontramos en los viajes de fin de curso y en la inmensa irresponsabilidad una vez más de los adultos. Y aquí se pueden repartir las culpas entre muchos, los principales culpables para mí sin duda los padres y madres, que han aceptado esta crónica de un contagio masivo anunciado, las agencias que promocionan  este tipo de viajes y por supuesto las distintas administraciones implicadas. Un auténtica vergüenza ver el dinero dilapidado para hacer regresar a esos jóvenes a sus lugares de origen evitando ahora sí, tarde y mal por supuesto, otro escarnio más.

Me parece que sería un buen ejercicio mirarnos y estudiar por qué resulta tan difícil educar en la  frustración. Antes nos frustrábamos por muchas cosas, ahora parece que sólo está permitido sentir y legitimar la frustración si es casi completamente inalcanzable.  El modelo de educación ha cambiado radicalmente dando más permiso y entrada a sistemas laxos que se han ido incorporando lentamente a nuestra educación apoyados cada vez más por pobres argumentaciones cuando no justificaciones.

España con su tardía democracia ha tenido serias dificultades para lograr una coherente transición que fuera a la vez clara y no perdiera sutileza, y permitiera transitar desde un origen falto de libertad absoluta, en donde el control del Estado era todo, hacia a una valiente, complicada y mal resuelta liberalización tratando de colocar al individuo en el centro de todo.

Sin embargo España no es única, no al menos en estos términos, aunque por momentos temamos su deriva, pues compartimos con el resto del continente europeo así como con la mayor parte de los países a los que la globalización ha devorado, ese exiguo interés por lo que antes tanto se nombraba, no sé si entendiendo bien la dimensión de su importancia, y que ahora directamente ha desaparecido del lenguaje cotidiano, que es la cultura del esfuerzo.

Idiosincrasias culturales aparte, el debate que debería motivar cualquier sociedad responsable y comprometida y que tiene garantizados unos derechos fundamentales, es discutir cómo se está contribuyendo individualmente a potenciar individuos cada vez más egoístas, y en paralelo, qué modelo de sociedad en cuanto a identidad colectiva se está sufragando.

 

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