Aproximaciones a la envidia

Aproximaciones a la envidia
Aproximaciones a la envidia

I. Definición lingüística

Etimológicamente, la palabra envidia procede del latín invidia que deriva del sustantivo invidere, cuya nomenclatura se integra por la partícula in, adversativo, que denota oposición o contrariedad, y   videre que quiere decir   «hacia dentro».

En el Diccionario de la Real Academia, en la actualización de 2023, define la envidia en su acepción 1.ª, como la tristeza o pesar del bien ajeno.  En el Reino Unido, el diccionario Merriam-Webster la califica como conciencia dolorosa o resentida de una ventaja que disfruta otro junto con el deseo de poseerla. En Alemania, el Deutsches Wörterbuch (DWB), ofrece una definición descriptiva empleando estos apelativos: actitud hostil, odio, rencor, ira, enemistad en general. 

La envidia, como pasión, se encuentra reconocida en los diccionarios de muchas lenguas en todos los lugares del mundo, lo que indica que es algo generalizado y podríamos decir que innato en algunos hombres. Otra cosa es si la envidia es ejercitada con una misma o distinta intensidad en todas partes. Otra cosa más es si la envidia, como ímpetu destructivo, se agota en la   negatividad de su acción o produce otras consecuencias diferentes.

II. Algo de historia

Los griegos creyeron en la envidia que sentían los dioses hacia los hombres que generaban desdichas y pesares. Se encuentra reflejada en el canto IV de la Odisea, de Homero, cuando escribe:

«Y nada nos habría distanciado en nuestra amistad y mutuo contento, hasta que nos encubriera la negra nube de la muerte. Pero acaso eso suscitó la envidia de algún dios, el mismo que a él, desdichado, a él solo, lo privó del regreso».

Hesíodo (700 a. C.) constata su existencia del atento estudio de las acciones de Pandora y Prometeo en sus Teogonías. Periandro (627-587 a. C.), segundo tirano de Corinto y uno de los siete sabios de Grecia, escribió: Oculta tus desgracias para no deleitar a los que odian. No solamente es necesario ocultar la felicidad, hay que hacer lo mismo con la desdicha. Píndaro (518-438 a. C.), de estirpe espartana, lamenta que el espíritu del hombre se dejara arrastrar tan fácilmente por la envidia: las obras de la inteligencia son pasto de los envidiosos que no atacan a los malos sino a los buenos. Gorgias de Leontino (483-376 a. C.), gran retórico, expresó un deseo: Que yo me atreva a decir lo que quiero y que quiera decir lo que debo esquivando la venganza divina y la envidia de los hombres. Antistener (445-365 a. C.), discípulo de Sócrates, reflexionó que así como el hierro es consumido por el óxido, el envidioso lo es por su pasión.

Demócrito (460 a. C.), filosofo presocrático que influyó en el Timeo de Platón y en Epicuro, desarrollo una ética de la moderación. Sobre su teoría atomista y la experiencia de vida, afirmó que la envidia y la ambición son incompatibles con una vida orientada al bien, lo que nos indica las imposibilidades que produce un carácter envidioso.

 

Para Platón, en su Diálogo Filebo, el acto de la envidia atormenta el alma, pero el acto principal es el goce por el mal de los amigos. Por ello la justicia, como expone en su Diálogo Timeo, consiste en que cada uno se ocupe de sus asuntos y no en los ajenos. De este modo se cumple, como apunta Fernández de la Mora, su función social.

Aristóteles, en su Moral a Eudemo, la envidia consiste en disgustarse por la felicidad que alcanzan los que la merecen, pero también el regocijo por el mal del otro. Son dos goces diferentes.  Esta distinción ha tenido su plasmación en el idioma alemán. La palabra Schadenfreude, es conjunción de la palabra Schaden, que se traduce como daño, y Freude, que   indica alegría. Schadenfreude significa el sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro.

En su Retórica, califica a la envidia como una emoción característica de personas de “alma pequeña”, amantes de la fama y de los honores. Aristóteles la condena no solo porque es penosa para quien la sufre, sino porque es vil, es decir, deleznable, bajo o despreciable.

En Roma, se plasma por Virgilio, en La Eneida, es citada en el Libro XI. Otros textos abordan la cuestión, como en la tragedia perdida de Accio, Melanipo, referida por Cicerón en sus Disputaciones Tusculanas, III.  

Lo relevante en los autores romanos no era el pesar anímico, sino el mal de ojo que supuestamente pueda transmitirse al envidiado.  Por esto se comprende el pasaje admonitorio de Lucrecio, para quien envidie a un ciudadano poderoso que camine con claro honor. Ese odio lo hará débil y provocará que se vuelva hacia las tinieblas y se revuelva en el cieno.

Hay una diferencia importante en la concepción de la envidia entre Grecia y Roma. Mientras en Grecia es considerada como una emoción horizontal, envidia generada entre los próximos; en Roma la envidia es vertical, de la comunidad   hacia las élites, la cercanía o proximidad entre las personas no es ni mucho menos necesaria. Esto explica el porqué del pavor a las maldiciones generadas por la envidia y el empleo de talismanes y amuletos para evitar estos supuestos males.

Para Agustín de Hipona, la envidia es el pecado diabólico por excelencia porque produce las mayores atrocidades. Es causada por la soberbia y el orgullo. Sobre la envidia la combate con el pensamiento de que cualquier cosa que posea mi hermano, si no siento envidia por ello y lo amo, es mío. No lo tengo personalmente, pero lo tengo en él.

Para Tomás de Aquino, en el Tratado de las pasiones del alma, dentro de su Suma Teológica, define la envidia como la tristeza del bien de otro.  Y en el Tratado de las virtudes en general, la califica como un vicio. Ofrece un ejemplo de lo que supone el celo de la envidia en aquellos que pretenden destacar, cuando la emprenden contra los que parecen sobresalir como si fuera un impedimento de su propia grandeza. Para paliar este celo, Aquino remite al Salmo 36.1.

III. La vil pasión

La envidia ha sido objeto de muchos estudios en distintas disciplinas.  Es considerada como un pecado capital porque su ejercicio produce otros pecados y males contra el hombre. Se encuadra junto a la soberbia, la avaricia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza.   A la envidia se le opone la virtud de la caridad, que es el mayor mandamiento social: respeta al otro y a sus derechos, es decir, respeta la dignidad de la otra persona, con sus capacidades y sus carencias. La caridad implica la práctica de la justicia y es la única que nos hace capaces de esta. 

Es perversión porque no se aplaca con nada y crece en avidez mientras encuentra el alimento. El hambre es producida por la posibilidad de realidad, nos dice Zambrano. Se trata, de una sed nociva fruto del desequilibrio entre la realidad íntima y personal del envidioso y su realidad desnuda sin ornamentos y atavíos. Esa discrepancia azuza el fuego de lo inconfesable. Es la enfermedad de la realidad que se debate, en su curva de progreso, entre lo que puede ser y no es. Un ejercicio de prospección personal entre lo futurible y grato y lo descarnado de una actualidad fea.

En el hombre existe la inclinación natural de ser aceptado por los otros, subyace un deseo de imitar a aquellos que tienen poder y estatus, de ser algo más de lo que somos. Esa imitación exterioriza los sentimientos de admiración, reconocimiento, de negación y asimilación, nos dice el sociólogo George Simmel. Pero quisiera puntualizar que cuando esa inclinación se malogra, sustituyendo la imitación graciosa en voluntad destructiva del otro, es cuando se manifiesta la envidia en su perversión. 

La estrategia del envidioso en su afán de borrar y destruir su oscuro objeto de deseo puede revestir otras modalidades más complejas y expansivas. Abordo la problemática de la envidia no limitada al sentimiento personal e íntimo de la persona, sino a la acción que reviste actitudes   más expansivas y comunicativas en una colectividad.  La propagación de murmuraciones e imprecaciones no son otra cosa que propaganda destructiva de los más diversos matices y contenidos, a veces revestidas, como dice Guillermo Rodríguez, de «justa indignación», sin pruebas que avalen, ni hechos precisos que corroboren su actitud.

Cuando estas acciones se realizan sin que la víctima pueda tener la más mínima opción de defensa, cuando la envidia se refugia en el silencio cómplice «de los demás» es cuando alcanza su plenitud. En esos supuestos, envidia y sospecha crean una mixtura tóxica y destructiva.

No es algo nuevo, es una estrategia usada a lo largo de los tiempos y que ha provocado muchas desdichas. El suicidio, la renuncia a lo más sagrado que posee el hombre, la autodestrucción en sus muchas variantes, no se encuentra alejada de los efectos de la acción envidiosa. Impedir la dimensión social del hombre frustra la legítima aspiración de la persona para alcanzar la felicidad, como nos indican Yepes Stork y Aranguren Echevarría en sus Fundamentos de Antropología: un ideal de la excelencia humana.

Sobre este escenario me fijo en algo preocupante. La crisis de la individualidad y de lo distinto y el triunfo de lo vulgar, que para mí supone la crisis de lo creativo, la crisis de toda innovación.

 Amando de Miguel conecta envidia y resentimiento. Circunstancias que promueven la envidia son aquellas derivadas de la extrema competitividad y falta de reconocimiento.  Estima el sociólogo que se produce con frecuencia cuando en el círculo cercano del envidioso existe alguien que posea algún tipo de excelencia.

IV. Causa de la envidia

Desde la psicología concurren distintas explicaciones. Para Umberto Galimberti, es un sentimiento de hostilidad y rencor hacia quien posee algo que el sujeto envidioso desea, pero que no posee.  Otros autores han explorado aspectos más clínicos. Para Klein, implica una relación con una persona y puede rastrearse hasta la primera relación exclusiva con la madre. Encontramos aquí la causa de este fenómeno: Los celos infantiles que se sufre por el afán de posesión excluyente del seno materno. 

En este mismo sentido, Ernest Jones, psicólogo inglés y discípulo de Freud, escribió que «era necesario que los estudios genéticos de la investigación psicoanalítica demostraran la influencia duradera y profunda que los celos infantiles pueden ejercer sobre todo el rumbo de la vida de una persona».

Con esta aproximación a la envidia podremos comprender la magnitud de este fenómeno humano, que no es ni mucho menos anecdótico. Para mí, desde luego, lo más trágico es ver sucumbir lo provechoso y útil para todos que pueda aportar una persona simplemente para no incomodar la vanidad de unos pocos que no aportan, que no suman, que no crean, que solo destruyen.

Video del día

Detenida en Madrid una kamikaze borracha y
con un kilo de cocaína en el maletero
Comentarios
Envíanos tus noticias
Si conoces o tienes alguna pista en relación con una noticia, no dudes en hacérnosla llegar a través de cualquiera de las siguientes vías. Si así lo desea, tu identidad permanecerá en el anonimato