Javier Fumero

Tres razones para obviar a cenizos del estilo “nos espera el apocalipsis”

Investigadores Coronavirus
Investigadores de un laboratorio trabajando en un proyecto de vacuna contra el coronavirus

Me pasa últimamente que leyendo a los analistas y escuchando opinadores suelo saltar de mensaje, quitar el sonido o cambiar de canal cuando irrumpe el clásico agorero del estilo “nos espera el apocalipsis…”, “otro dato inquietante…”, “no vamos a salir de esta…”.

Pero veo que no soy el único. Ayer, sin ir más lejos, un profesor de Periodismo comentó por las redes el siguiente titular: “Bill Gates da su pronóstico para los próximos seis meses: serán los peores”. Y añadió lo siguiente: “¿Otra vez? ¡Otra vez!”. Efectivamente, otra vez. Erre que erre. Ya está bien. Me explico.

Yo intento evitar el discurso pavoroso por tres motivos:

a) Primero porque todos los datos son ahora penosos, pero eso es lo normal. Cualquier predicción tiende ahora al catastrofismo. Porque se sustenta sobre el argumento de “si seguimos así…” acabamos con índices espantosos. Pero, insisto, es lo normal. ¿Alguien se imaginaba lo contrario? ¡Hemos detenido tres meses un país casi por completo! Pero hay más: llevamos nueve meses sin turismo, sin consumo normalizado, sin viajes normalizados, sin contactos, sin trabajo presencial… Lo lógico es que haya datos estrepitosos.

Por eso, siendo las cifras espeluznantes y muy reales, no aportan mucho. Bueno, sí. Una extraña sensación de vértigo con la que es difícil convivir a diario. "Entonces, ¿qué propone usted?", me puede decir alguien. "¿Obviarlas?". Nooooo. Ni mucho menos. El realismo es fundamental para solucionar problemas. Mi propuesta es que, una vez hayamos interiorizado la magnitud de la dificultad y hayamos tomado decisiones para salir del pozo, no estemos cada hora recordando el abismo. Porque eso no ayuda: todo lo contrario.

b) Segundo porque se ha demostrado que las predicciones más terroríficas han saltado por los aires. Ojo con la futurología. O se tiene una bolita mágica muy afinada o uno patina. Insisto en el ejemplo de las vacunas. Algunos calculaban un mínimo de dos años hasta dar con las primeras dosis fiables. Decirlo era lo razonable, no lo niego. Pero hay elementos no previstos, fruto del trabajo, del ingenio, del esfuerzo personal que se suma al colectivo, capaces de hacer saltar por los aires las predicciones. De ahí que se eche en falta más moderación en las conclusiones más pesimistas.

c) Tercero porque ponerse en lo peor dificulta objetivamente el progreso. Optar por la visión más negativa no cambia nada: la realidad sigue siendo la que es. Pero desgasta mucho y además –ojo al dato- impide acometer propósitos y tareas. Por ejemplo, si me domina la impresión de que una llamada va a ser infructuosa (“no se va a poner”, “no me va a ayudar”, “le voy a caer fatal”, “se va a reír de mi” …) es muy probable que no la hagamos. Total, para pasarlo mal y no sacar nada. O sea, que el pesimismo es dañino porque desincentiva, frena la audacia.

Y lo contrario: el optimismo, la mirada esperanzada, además de salir gratis, abre puertas. Uno se lanza a realizar la llamada (total, el NO ya lo tengo) y te llevas sorpresas: el interlocutor colabora, te trata sorprendentemente bien y accede a lo que le ibas a proponer.

Más en twitter: @javierfumero

 
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