Javier Fumero

Feliz como yo te diga

Este Gobierno parece sentir rechazo hacia la libertad individual y la legítima autonomía de los ciudadanos
Este Gobierno parece sentir rechazo hacia la libertad individual y la legítima autonomía de los ciudadanos

A este Gobierno se le entiende todo. Por eso, cada día que pasa, considero un acierto cada vez mayor la elección del lema de campaña que utilizó Isabel Díaz Ayuso con tanto éxito en Madrid: “Libertad”. Sin más aditivos. Sólo eso: libertad.

Porque, hoy en día, eso no es poco. Pedro Sánchez y sus 22 ministros (principalmente, los comunistas) son muy poco amantes de la libertad individual. Basta un análisis sosegado de la realidad para descubrir tics autoritarios diseminados en propuestas, leyes y decretos. La tesis de fondo: yo te voy a decir cómo debes ser feliz, y punto. Es decir, el que se salga de ese carril marcado hacia el bienestar y la excelencia será castigado, perseguido, vilipendiado.

La iniciativa individual, en este contexto, no está nada bien vista. Todos debemos estar sometidos al imperio del bien supremo designado por un ser superior, omnisciente, que ha elegido por ti. Los que detentan el poder saben más que tú y te debes acomodar. Siempre por tu bien, faltaría más.

Esta forma de gobernar exige una especie de fideísmo laico: confiar a ciegas en la experiencia, el saber y las buenas intenciones de papá Estado. Aunque algo no te convenza del todo, déjate llevar y no protestes. Doblégate y quédate callado, no vayas a caer en el fascismo. Hazte el muerto.

Por el bien supremo, se van a meter a calcular el precio del alquiler que un individuo debe poner a su piso. Por el bien supremo, te van a decir qué perros puedes tener y cuáles no, deberás hacer un curso sobre cómo criar petirrojos y en qué condiciones. Por el bien supremo, te van a obligar a hacer abortos, aunque tengas un grave impedimento moral que te lo haga insoportable. Por el bien supremo, no te salgas del carril, insisto.

¿Propone usted entonces que cada uno actúe como le parezca oportuno? No. Una sociedad debe tener sus límites. Pero serán pocos y circunscritos siempre al ámbito social, a esos espacios compartidos que exigen que todos nos acomodemos un poco para que la vida sea más confortable.

Por eso, sí a los semáforos, sí a los permisos para manifestarse, sí al derecho a la huelga y los servicios mínimos (no a los piquetes, por cierto), sí al pago de impuestos, sí a la disposición que me conmina a dividir la basura en colores, sí al penoso control de equipajes en los aeropuertos, sí a los sindicatos que velan sinceramente por los trabajadores…

Pero quite las manos de encima de mi vida privada, de mi forma de entender el mundo y de organizarme la felicidad.

Más en twitter: @javierfumero

 
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