Javier Fumero

La cabeza

Una persona con ansiedad.
Una persona con ansiedad.

Vuelvo de vacaciones (un saludo a todos los que me siguen) y, después de pensarlo un poco, he decidido escribir sobre la cabeza, la salud mental, el equilibrio psíquico. Me parece una cuestión cada vez más importante y me alegra que los Juegos Olímpicos hayan centrado el foco en esta cuestión tan actual.

Varios gimnastas han reconocido abiertamente que la angustia, el estrés y la gestión de sus pensamientos les ha jugado una mala pasada. La norteamericana Simone Biles ha sido muy valiente al admitir públicamente su situación y afrontarla sin rubores. Pero el medallista español Ray Zapata ha puesto el dedo en otras llagas interesantes.

Nuestro gimnasta se tiró meses sin dormir más de dos o tres horas por las noches obsesionado por el éxito: consideraba un fracaso ser segundo y no podía controlar su ansiedad. Pidió ayuda y logró centrar el foco, aceptar sus limitaciones y combinar el deseo de llegar lo más alto posible con la posibilidad de no lograrlo.

Basta una mirada a nuestro alrededor para comprobar que esto no sólo les sucede a los deportistas de élite. Es habitual en jóvenes y adultos de nuestro entorno. Lo más llamativo es que hay muy poca formación sobre la materia. No es sólo que nadie te prepare para afrontar algo así, ni en lo personal ni en la ayuda a los demás. Es que hasta ahora era una cuestión incómoda, tema tabú, asunto humillante.

Por lo pronto, esta sociedad del rendimiento manda señales en una dirección que no facilita las cosas: “triunfar es ser primero”; “vales tanto como tus logros”; “el fin puede justificar los medios”; “tus resultados te definen”; “siempre puedes dar un poquito más”; “si te paras, admites tu fracaso”…

No sé qué experiencia tiene el lector sobre esta cuestión o si tiene muchos casos en su entorno. Pero a la vista está que esta materia comienza a ser de la máxima importancia.

Por cierto. No creo que haya que fijarse solo en los casos relacionados con la salud mental sino abordar la propia gestión del pensamiento. Sobre esto me insistía este verano un amigo experto en la materia. Se trata de descubrir el efecto que tiene en nuestro ánimo la forma de percibir las cosas. No es que al sentirme triste entre en un estado de ánimo melancólico, sino al revés: el pensamiento genera la emoción y, además, en ocasiones exagera, se equivoca y provoca un auténtico desastre emocional.

Por eso, es preciso reeducar nuestra mente: reflexionar de manera objetiva, aprender a disfrutar del presente, valorar las cosas buenas (reales) que hay en nuestra vida, llevarse bien con uno mismo, no exagerar ni sacar las cosas de quicio, comprender (y disculpar) errores ajenos, evitar el celo amargo, aprender a desconectar y descansar…

Es decir, no se trata de vivir en la inopia, de llamar bueno a lo que es malo, ni de cerrar los ojos y los oídos mientras nos repetimos un mantra buenista hasta que escampe. Se trata de evitar sufrimientos innecesarios por nuestro distorsionado modo de entender lo que nos pasa y sucede a nuestro alrededor. Hay tarea por delante.

 

Más en twitter: @javierfumero

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