Paquetes bomba como cortina de humo

Así están las cosas. Uno no es nada partidario de las teorías de la conspiración. En absoluto. Me ponen de los nervios. Puedo pasar por ingenuo, pero cuando me hablan de pérfidas campañas secretas diseñadas desde el Club Bilderberg, con George Soros siempre en la pomada y alineando a oscuros urdidores de estrategias tremendas para beneficiar a unos pocos y engañar a los pánfilos ciudadanos me suelen entrar escalofríos.

Con este planteamiento, todo te suele cuadrar. Porque hay muy poco que se pueda demostrar de forma efectiva y el montaje se compone con medias verdades: siempre suena bien. Si uno manifiesta su escepticismo suele ser atacado con gruesos calificativos: cándido, pardillo, cegato. O peor: eres acusado de no querer ver la evidencia.

Dicho esto, este Gobierno se ha ganado a pulso que nos quedemos siempre con la duda. Por ejemplo, sobre si esta campaña de paquetes bomba contra embajadas y organismos del Estado no será una estrategia urdida desde Moncloa como una cortina de humo para tapar la polémica por la tramitación en el Congreso de la rebaja del delito de sedición, por poner un caso.

Cuando un Ejecutivo pierde la confianza del pueblo, pasan estas cosas: que el ciudadano no se fía. Si un presidente ha sido pillado varias veces en mentiras y contradicciones desplegadas con el único objetivo de permanecer en La Moncloa, uno se pregunta si ese modo de proceder tiene un límite o todo está justificado para el protagonista con tal de seguir dirigiendo el Boletín Oficial del Estado.

No lo creo, sinceramente. Sería demostración de una inconsciencia y una maldad con pocos precedentes. Inconsciencia porque hoy en día es difícil que una operación de ese estilo no se termine sabiendo. Y como alguien pueda demostrar que algo así ha sucedido, adiós al Ejecutivo. Un riesgo así no suele compensar.

Pero insisto: uno ya no sabe a lo que atenerse con este presidente y este Gobierno: eso es lo más sorprendente. A este punto hemos llegado.

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