Javier Fumero

Por qué hay tanto estrés, angustia y cansancio

Foto Artic Apología del suspenso
¿Son las nuevas generaciones personas más débiles o es que la vida en sociedad se ha vuelto más insoportable?

¿Estamos ante algo coyuntural o un fenómeno endémico? ¿Es la guerra, que actúa como gota que colma el vaso (por ejemplo, de la pandemia) o es un movimiento más profundo? ¿Son las nuevas generaciones personas más débiles o es que la vida en sociedad se ha vuelto más insoportable? ¿Hay menos capacidad de aguante o estamos creando ciudadanos incapaces de gestionar el fracaso?

Esta semana hemos sabido que dos tenistas de primer nivel abandonan el circuito profesional exhaustas: Victoria Azarenka y Ashleigh Barty (la joven actual número uno del ranking) han declarado que no pueden más, que están consumidas, con síntomas de estrés extremo. Pero no son excepciones. Hay muchos casos a nuestro alrededor y no sólo de famosos: familiares, amigos, colegas, vecinos…

Me parece un importante tema de reflexión. Pero, como he dejado claro desde el primer párrafo, tengo más preguntas que respuestas. Recuerdo, eso sí, que hace unos diez años, pregunté a un experto psiquiatra por el auge de las enfermedades mentales y su tesis era que esta sociedad que estamos construyendo es un caldo de cultivo ideal para enfermedades psíquicas inéditas. ¿Por qué? Porque nuevos son también los desafíos. Por ejemplo:

-- Todo a nuestro alrededor ha cambiado. Cada vez hacemos más vida en la ciudad y menos en el campo, por ejemplo. Con lo que esto último tenía de reparador. La vida rural maneja otros tiempos, más acordes a la naturaleza humana. Las plantas exigen un tiempo para crecer, no se puede forzar su desarrollo. Los animales también siguen ritmos pautados a los que resulta sencillo amoldarse. El clima también educa en la espera y en la paciencia. El campo curte en la gestión de los contratiempos –los hay y muchos- pero reconcilia con las propias limitaciones: hay frutos a poco que uno siga esas reglas milenarias.

-- La competencia laboral ahora no tiene parangón con el pasado: ese frenesí por obtener más y mejores resultados es también el germen de un sinfín de congojas. No da tiempo ni a disfrutar del éxito, porque el que se detiene pierde. Ese más, más, y más, sin límite, hace saltar por los aires a cualquiera. Antes éramos más conformistas y esa palabra (conformismo) no era sinónimo de fracaso, como ahora, sino de sensatez y equilibrio. Después está la competencia brutal con nuestros semejantes, por un puesto, por una plaza, por una vivienda, por un reconocimiento, por ser aceptado entre los demás, por un amigo/a…

-- Paradoja: pese al progreso científico, cultural, educativo, sanitario, tecnológico… que hemos experimentado, ahora vivimos una vida más precaria. El empleo ha dejado de ser un valor seguro, se construye la existencia sobre deudas asfixiantes y el futuro parece cada vez más incierto: la guerra (Rusia-Ucrania), las catástrofes (volcán en La Palma) y la pandemia (Covid-19) han acrecentado estos días esta sensación. Volviendo a la vida rural, el campo asegura una subsistencia, modesta pero digna. La ciudad, no.

-- Ahora recibimos más información que nunca, disponemos de un conocimiento más global: pero ¿estamos preparados psicológicamente para llevar ese peso? Hay un nuevo cansancio (de tipo psíquico) derivado de la excesiva exposición a las noticias, generalmente informaciones inquietantes, negativas. Ahora lo sabemos todo, de todos, en un instante. Dramas, catástrofes, mezquindades, salvajadas, miserias. Todo llega de golpe, sin solución de continuidad, y va entrando sin excesivos filtros en esa mochila que llevamos a la espalda. Debemos seguir con nuestra rutina como si tal cosa, pero no es cierto: están todas esas piedras que cargamos porque nos afectan y mucho.

Más en twitter: @javierfumero

 
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