Javier Fumero

A Sánchez y Calviño se les ha quedado cara de Ione Belarra

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, en el Congreso.

Al PSOE le acaban de explotar en la cara dos asuntos muy graves a pocos meses de las elecciones del 28 de mayo. Como si la rebaja de penas en cascada tras la aprobación de la Ley del sólo sí es sí fuera poco bochorno, ahora tienen que lidiar con el socialista Tito Berni (estafa, mordidas, prostitutas, drogas) y la marcha de una gran empresa de España que alega inseguridad jurídica.

Son dos temas muy sensibles. El primero porque no sólo mancha al partido de Pedro Sánchez por el flanco donde más sacude al PP y la vía que le permitió llegar al poder gracias a una moción de censura (la corrupción) sino porque toda la historia de este mediador está salpicada de machismo recalcitrante (ese catálogo de meretrices es ignominioso) y de contradicciones flagrantes: el mismo día que Berni votó contra la prostitución en el Congreso se fue de juerga con trabajadoras sexuales de pago. Es un tema suficientemente pringoso, sucio y sórdido, como para que sea especialmente difícil de reconducir. Y tampoco se le puede endosar esta cuestión a cuadros dirigentes del pasado (como se hizo con los ERE): esto es responsabilidad del actual PSOE.

La segunda cuestión es también de amplio respiro porque supone un misil en la línea de flotación más querida del presidente: su imagen internacional. No en vano, la intención de Sánchez a medio plazo es salir de La Moncloa hacia un gran puesto en Europa. Ese es su deseo más profundo, al margen de esa otra narcisista preocupación sobre cómo le recordará la historia. De ahí que se entienda perfectamente que haya sacado los tanques a la calle: desde las primeras portadas del diario El País desvelando los contratos cerrados por el Estado español con Ferrovial en los últimos años, hasta la agresiva intervención de la mismísima ministra de Economía Nadia Calviño horas después de conocerse la noticia.

Lo llamativo del caso es que uno tenía a Calviño por una de las personas más sensatas del Gobierno, reacia siempre a entrar en batallas populistas. Pues va a ser que no. Fíjense en que la también ministra Ione Belarra salió al paso del anuncio de la constructora sacando toda la artillería panfletaria:

-- “Nuestro país no puede permitirse empresas pirata como Ferrovial que se aprovechan del dinero público y luego se van a otro país para no pagar los impuestos que les corresponden. Presentaremos una iniciativa en el Congreso para que devuelvan hasta el último euro que se llevaron”.

Como deslizó un agudo comentarista en redes sociales, ha sido la manera más clara de darle la razón a Ferrovial. “Amenazar con represalias flagrantemente contrarias al Derecho de la Unión Europea por ejercer una libertad fundamental que este Derecho reconoce a todas las personas y empresas europeas” es declarar abiertamente al mundo que la empresa ha hecho lo correcto, porque esto es precisamente lo que ha argumentado para salir de España: el riesgo a un intervencionismo ideológico.

Pues en esta misma línea argumental se ha situado Nadia Calviño y el propio presidente Pedro Sánchez. Una vez más, el Gobierno ha sido presa de un ataque de nervios, lo que demuestra una bisoñez sorprendente en otra gestión de crisis de manual. Le ha faltado empatía, explicaderas, cabeza fría y afrontar esta cuestión de forma razonable, sin sacar los dóberman a pasear. Ellos sabrán.

Más en twitter: @javierfumero

 
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