José Apezarena

2023 va a ser peor y la culpa es... de la política

Imagen corporativa del Banco Mundial

Una gran parte de los mensajes intercambiados con motivo del nuevo año han incluido este deseo: “Y que 2023 sea mejor que 2022”. Seguramente muchos de nosotros lo hemos dicho y hecho.

Pues parece que no. Parece que el nuevo año puede ser incluso peor que el recién finiquitado. Eso dicen algunos analistas y pronosticadores conocidos.

No me resisto a glosar un artículo publicado en Le Monde por Joseph Stiglitz, con este preocupante titular: “La mayor amenaza para la economía global es política".

Ya sé que Stiglitz tiene sus ‘manías’, por así decirlo, pero no obstante esas reflexiones me parecen dignas de ser tenidas en cuenta. Hasta para discrepar de ellas.

Nacido hace ochenta años (el 30 de febrero de 1943), en Indiana (Estados Unidos), profesor de la Universidad de Columbia, Premio Nobel de Economía en 2001, es conocido por su visión crítica de la globalización, de los que él llama "fundamentalistas del libre mercado", y del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Desde 2005 dirige el Instituto Brooks para la Pobreza Mundial (Universidad de Mánchester), está considerado el inspirador de la Nueva Economía Keynesiana, en 2008 fue el economista más citado en el mundo, y en 2012 ingresó en la española Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras.

En síntesis, en el artículo citado Stiglitz, critica a los gobiernos, que, por dogmatismo, no han tomado las medidas necesarias para evitar las catástrofes que van a venir.

La economía ha sido denominada -escribe- “ciencia lúgubre”, un término al que el año 2023 va darle la razón. Estamos -dice- a merced de dos cataclismos que, pura y simplemente, escapan de nuestro control.

En primer lugar, la pandemia de Covid-19 continúa amenazándonos a través de sus variantes nuevas, más mortales, más contagiosas, o más resistentes a las vacunas. La epidemia ha sido particularmente mal gestionada por China, principalmente porque el país no ha proporcionado a sus ciudadanos vacunas de ARNm, de fabricación occidental, más efectivas.

El segundo cataclismo es la guerra de agresión de Rusia en Ucrania. El conflicto no deja entrever ningún desenlace, y plantea un riesgo de escalada con efectos aún más significativos. Hay que esperar más perturbaciones en los precios de la energía y los alimentos. Y, como si estos problemas no fueran suficientemente serios, todo indica que la respuesta de los líderes políticos transformará un contexto serio en una situación aún más catastrófica.

 

Por ejemplo, es posible que la Reserva Federal de Estados Unidos lleve más lejos y más rápidamente el alza de los tipos de interés. La actual inflación es principalmente el resultado de la falta de oferta de suministros, en algunos casos en vías de solución. Elevar más los tipos de interés podría resultar contraproducente. Eso no producirá más alimentos, ni petróleo ni gas, y hará más difícil la movilización de inversiones capaces de contribuir a aliviar la escasez.

Sigo leyendo a Stiglitz. El endurecimiento monetario puede conducir a una desaceleración mundial. Algunos comentaristas, convencidos de que la lucha contra la inflación pasa por el dolor económico, se resignan a una recesión. Cuanto más rápida y violenta, mejor, dicen, sin pensar en el riesgo de que la cura pueda ser peor que la enfermedad. Si un dólar más fuerte moderará la inflación en los Estados Unidos, es porque debilitará a las otras monedas, y agravará la inflación en otros lugares. Para mitigar esos efectos, los demás países, incluso los más frágiles, se ven obligados a elevar los tipos de interés, lo que debilitará aún más su economía. Tipo de interés más elevados, monedas depreciadas y una desaceleración mundial, colocan ya a docenas de países al borde de la suspensión de pagos.

El aumento de los tipos de interés y de los precios de la energía conducirá a la quiebra a muchas empresas. Las sociedades y los hogares sentirán el estrés del endurecimiento de las condiciones financieras y de crédito. Catorce años de tasas de interés ultrareducidas han llevado al sobreendeudamiento de muchos Estados, empresas y hogares, y han creado múltiples riesgos invisibles, como lo ha demostrado el casi hundimiento de los fondos de pensiones británicos este otoño. Las asimetrías de vencimientos  y tasas de cambio son marca de las economías poco reguladas y de la proliferación de derivados opacos.

Estas dificultades económicas serán particularmente dolorosas para los países más vulnerables, porque creará un terreno aún más fértil para los demagogos populistas, determinados a sembrar las semillas de la amargura y el descontento.

La mayor amenaza para el bienestar mundial y la economía hoy en día es política. Más de la mitad de la población mundial vive actualmente bajo un régimen autoritario. Incluso dentro de Estados Unidos, uno de los dos partidos principales se ha convertido en una secta, que dedica a su líder a un culto a la personalidad y rechaza cada vez más la democracia. Su modus operandi consiste en atacar a la prensa, a la ciencia y  las instituciones de enseñanza superior, inyectando en la cultura tanta desinformación e información falsa como sea posible. Ha terminado el tiempo de optimismo que prevalecía al final de la Guerra Fría, cuando Francis Fukuyama podía anunciar "el fin de la historia", sobreentendiéndose la desaparición de cualquier adversario serio del modelo democrático liberal.

Ciertamente, todavía existe una agenda positiva, susceptible de evitar una caída en la regresión y la desesperación. Pero, en numerosos países, la polarización y el estancamiento políticos lo están alejando. Si nuestros sistemas políticos funcionaran mejor, habríamos podido movernos mucho más rápidamente para aumentar la producción y la oferta, y así disminuir las presiones inflacionarias a las que se enfrentan nuestras economías. Después haber pedido durante medio siglo a los agricultores que no produjeran al nivel de sus elevadas capacidades, Europa y Estados Unidos habrían podido invitarles a producir más.

Estados Unidos podría haber ampliado soluciones de guardería infantil para que más mujeres pudieran entrar en el mundo del trabajo, y reducir así la supuesta escasez de mano de obra. Europa habría podido intervenir más rápidamente para reformar sus mercados energéticos e impedir la explosión de los precios de la electricidad. Y todos los países del mundo podrían haber aumentado los ingresos fiscales a partir de las ganancias inesperadas de las empresas, a fin de alentar la inversión y moderar los precios, y utilizar estos ingresos para proteger a los más vulnerables invirtiendo en la resiliencia económica. Como comunidad internacional, podríamos haber decidido levantar toda propiedad intelectual en torno a Covid-19, reduciendo así la amplitud del apartheid vacunal y el rencor que ha engendrado, atenuando el riesgo de nuevas mutaciones peligrosas.

Algunos países han realizado avances en la consecución de este programa, y deberíamos reconocérselo. Sin embargo, casi ochenta años después de la publicación de “Camino de servidumbre”, de Friedrich Hayek (1899-1992), hoy vivimos todavía con la herencia de políticas extremistas, que, con Milton Friedman (1912-2006), han anclado en la corriente económica dominante. Esas ideas nos colocan en una trayectoria peligrosa: la ruta hacia un fascismo versión siglo XXI.

Hasta aquí la prospectiva trazada por Siglitz. Parece, en fin, que 2023 no va ser mejor que 2020.

editor@elconfidencialdigital.com

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