José Apezarena

Cataluña: cómo y por que hemos llegado al borde del precipicio

En los tiempos del franquismo, se contaba como chiste un presunto discurso del general en el que proclamaba: “Estábamos al borde del abismo… y hemos dado un paso al frente”.

Cataluña se encuentra al borde del precipicio. Parece una evidencia. Como elemento de fondo hay que citar el nacionalismo, una pulsación atávica y elemental que sobrevive a casi todo y que difícilmente muere.

Tan fuerte es, que, por ejemplo, ochenta años de feroz opresión por parte de la Unión Soviética, con ocupación militar, represalias, traslados forzosos de población, detenciones y cárceles, no lo pidieron borrar en las naciones ocupadas. Y, cuando la URSS se derrumbó, floreció en todas ellas como si nunca hubieran estado reprimidas.

Esa pulsión, ese telúrico sentimiento, insistentemente azuzado en Cataluña, hábilmente manipulado, ha ido calando hasta llegar a la actual situación: un amplio sector de los ciudadanos se han creído el mensaje de que son una nación oprimida por España, y se muestran dispuestos a pelear por una independencia que en realidad es un imposible.

Detrás de la catástrofe se esconden muchas causas y concausas, un aluvión de errores y carencias, de olvidos, manipulaciones y hasta conspiraciones.

¿Cómo y por qué hemos llegado a esta situación? Estos son algunos elementos principales.

-La existencia de una educación dirigida y manipulada, difundida durante casi treinta años en casi todos los centros de Cataluña, ejercida sobre una niñez y juventud que ahora ha llegado a la madurez y está tomando el protagonismo político, social y económico.

-Es fruto maduro de un sistema educativo que durante décadas ha estado suministrando a las inteligencias (y a los afectos) de los pequeños una visión falsa, mentirosa, sobre lo que es Cataluña, lo que es España y cómo han vivido juntos durante estos quinientos años.

-Como consecuencia de ello, se ha asentado una historia reinventada y falsa que, a fuerza de ser repetida, han creído amplios sectores ciudadanos.

 

-Y, junto a la educación, la difusión de una realidad inventada. Se ha descrito una situación política y económica falsa, concretada en el poderoso eslogan “España nos roba”, junto con el España nos oprime, que tantos han creído a píes juntillas.

-La crisis económica también ha tenido su papel, con unos ciudadanos que han padecido recortes y retrocesos, de los que en tantos casos culpaban al Estado, cuando en realidad detrás se escondía un nefasta gestión autonómica, traducida en limitación de servicios sanitarios, sociales y educativos.

-Todo ello apoyado, sostenido y divulgado por unos medios de comunicación al servicio del independentismo, bajo estricto control político, entre los que destaca una televisión pública dirigista y sectaria, TV3, y la ayuda de periódicos alineados, en muchos casos porque han estado y están subvencionados por la Generalitat.

-Son protagonistas también unos gobernantes acomplejados, vinculados sobre todo a Convergencia, que han renegado de sus postulados iniciales, el catalanismo moderado, para, obnubilados por la presunta presión de la calle y el temor a perder su espacio electoral (que al final han perdido) se han pasado al lado del extremismo y el rupturismo. En primera posición, un errático y acomplejado Artur Mas.

-Y, ahora, la presencia de un gobernante fanatizado y enloquecido como Carles Puigdemont, que está deseando convertirse en el mártir de la independencia y pasar a la historia al nivel de Companys.

-Parte de la responsabilidad hay que adjudicarla también a un Rodríguez Zapatero que abrió la espita de manera suicida cuando dijo aquello de “aprobaré lo que venga de Cataluña”. Y lo que llegó fue un Estatut inviable, que, por si faltaba poco, fue sometido a referéndum y resultó ratificado por los catalanes. El recurso ante el Tribunal Constitucional para que lo afeitara casi fue peor remedio que la enfermedad.

-Antes se había producido la lamentable rendición del socialismo local, la deriva del PSC hacia el catalanismo, iniciada por un nefasto Ernest Maragall, que trasladó el partido a posiciones nacionalistas, renunciando así a una visión integradora y española.

-Y también el sistemático olvido desde Madrid a la situación y problemas de Cataluña. Durante décadas no se ha hecho política respecto a ese territorio y a sus gentes. Con increíble ceguera, con su pasividad, han dado carrete al hilo, hasta que se ha convertido en maroma, en madeja irresoluble.

-Sin olvidar, más recientemente, la nula política de comunicación del Gobierno de Rajoy, que ha propiciado que fuera de España el problema catalán sea interpretado como la opresión a un pueblo independiente.

-Detrás está también una ley electoral que convierte a los partidos nacionalistas en árbitros de la estabilidad parlamentaria. Unos partidos que han dado mayorías a unos y otros, socialistas, populares, a cambio de contrapartidas costosas, en trasferencias, en dinero, en permisividad, y a veces hasta en indultos a corruptos de partidos locales.

-Frente a todas estas carencias, el nacionalismo se ha tomado de verdad en serio su trabajo. Ha puesto medios, personas, inteligencia y recursos, dedicación y hasta sacrificio, algo que no ha abundado, sino todo lo contrario, en la otra acera.

-Y, por si fuera poco, hay que fijarse en los catalanes en general. Una población silenciosa, escondida, camuflada, que ha mirado a otro lado, incluso sabiendo que son mayoría. Un fenómeno que recuerda a la sociedad vasca descrita en la novela “Patria”: callada, cuando no cómplice, con la violencia y con el terrorismo etarra.

Y así hemos llegado al borde del precipicio. Ahora hay que saber si damos el paso al frente, o bien podemos iniciar una marcha atrás, comenzando con la aplicación del artículo 155, pero no solo.

En este último caso, desmontar todo lo que ha conducido a la actual coyuntura no va a ser nada sencillo. Y tardará tiempo. Pero, con todo, creo que es posible conseguirlo.

editor@elconfidencialdigital.com

En Twitter @JoseApezarena

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