José Apezarena

Un año de rey

Un año se cumple hoy del anuncio de abdicación de don Juan Carlos en su hijo Felipe

Cuando, aquel día hace un año, se dio a conocer la noticia, me asaltaron dos intensos sentimientos: sorpresa e inquietud.

Sorpresa, porque de ninguna manera esperaba yo (ni prácticamente nadie) una decisión semejante. Entre otras cosas porque, cada vez que me había dirigido a La Zarzuela para plantear un posible relevo en la Corona, siempre había escuché la misma respuesta: la abdicación no forma parte de la tradición de la monarquía española, donde lo que se aplica es el principio de a rey muerto rey puesto.

Y sorpresa también porque no había trascendido el menor indicio de que algo así se estuviera preparando.

Por iniciativa de don Juan Carlos, en La Zarzuela estaban pergeñando ya el escenario de una renuncia que, sin embargo, se precipitó a partir de la Pascua Militar, aquel acto en el que el rey, además de ser un monarca con muletas, ofreció la penosa imagen de balbucear y perder el hilo cuando pronunciaba su discurso ante la cúpula de los tres ejércitos.

Una vez tomada esos días la decisión definitiva de abdicar, el anuncio se produjo aquel 2 de junio de forma precipitada. Motivo: se había detectado una grave filtración, estaba a punto de publicarse en la prensa, y don Juan Carlos no quería que dieran la noticia otros que no fueran él mismo.

Que fue un adelanto imprevisto lo prueba que algunos detalles técnicos todavía no estaban resueltos, como el contenido del decreto-ley de abdicación, el procedimiento a seguir en el Congreso, o el aforamiento de don Juan Carlos, aspecto este último que fue solventado de mala manera.

El segundo sentimiento aquel 2 de junio, la inquietud, tiene que ver con las incógnitas que ofrecía un relevo tan delicado como era sustituir al rey que había traído la democracia a España y que resistió un golpe de Estado. ¿De verdad era el momento adecuado? ¿No resultaba demasiado pronto?

Un año después, se ha comprobado que aquella súbita e inquietante abdicación fue la mejor solución posible. A los hechos, al balance de este año, me remito. ¿Qué ha pasado desde entonces?

 

En primer lugar, el relevo se desarrolló en un ambiente de tranquilidad y de normalidad que ha asombrado fuera de nuestras fronteras.

En segundo lugar, la figura del nuevo monarca ha encajado en la vida del país sin estridencias ni sorpresas. Tanto, que muchos tienen hoy la sensación de que Felipe era el rey desde siempre.

Su encaje con la encrucijada que vive este país ha resultado casi perfecto porque en España acaba de emerger y tomar protagonismo un nuevo sector de población con el que cuadra absolutamente. Son esos españoles más jóvenes que han cambiado el panorama electoral como acaba de escenificarse en los comicios de mayo.

Un monarca de setenta y muchos años, físicamente impedido y lejano, ha sido sustituido por un rey de cuarenta y tantos, cercano a la media de edad del país, moderno y muy de estos tiempos. Que además se expresa de forma, por así decirlo, normal y por tanto se le entiende.

Si hablamos de balances, no puedo dejar de citar dos datos más. Que ha desaparecido del debate público la polémica monarquía-república, una cuestión que llenaba las primeras páginas y las calles del país hace un año. Y que, desde entonces, la valoración de la institución ha mejorado sensiblemente en las encuestas.

Detrás de la pacífica situación que hoy atraviesa la actual monarquía se esconde, por supuesto, un cuidadoso y prudente plan de aterrizaje del nuevo rey, diseñado con todo detalle, lleno de gestos medidos que poco a poco van calando en la opinión.

No hace falta extenderse demasiado en enumeraciones, pero tienen que ver con la política de transparencia implantada en la Casa del Rey, con la explicación y auditoría de los dineros que gasta, con el alejamiento de cualquier actividad económica y el rechazo de regalos, con el código de conducta impuesto al personal... Y también con otros pequeños gestos de cercanía, que incluyen pisar la calle frecuentemente y abrir la puerta a grupos sociales del más amplio espectro.

A Felipe VI le está ayudando, sin duda, el correcto desempeño de la reina Letizia. Y también la presencia y compañía de sus dos hijas, que, además, ratifican la condición de familia que es consustancial a las monarquías.

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