José Apezarena

Culpables de los macrobotellones

Botellón.
Botellón

Una ola de botellones masivos recorre España, precisamente ahora que la amenaza de la pandemia se iba difuminando. ¡Qué paradoja! Parecería como si alguien pretendiera que el virus vuelva a ganar terreno y a imponerse.

Las concentraciones han proliferado, como si nadie, de entre los colectivos de jóvenes y en las distintas poblaciones, quisiera ser menos o quedarse atrás. Algo así como una fiebre de imitaciones irracionales, cuando no suicidas.

El primer petardazo se dio en el macrobotellón de la Ciudad Universitaria de Madrid, que congregó a 25.000 jóvenes en los alrededores de las facultades de Derecho y Filología, y que cogió totalmente de improviso a las autoridades académicas, pero sobre todo a la policía, que no desplegó un dispositivo previo que impidiera la concentración y solo pudo dedicarse a minimizar incidentes.

Teóricamente, el objetivo era celebrar el comienzo del curso universitario. Se convocó a través de grupos de whatsapp, sin que la policía se enterase de nada. Los congregados se reunieron sin mascarillas, sin respetar la distancia de seguridad, con abundancia de alcohol por todas partes. Las imágenes fueron espectaculares.

La Policía Municipal llegó a media noche, vio que disolver a 25.000 personas era tarea imposible, y se limitó a evitar incidentes graves. El Samur atendió a once jóvenes por intoxicación etílica, ninguno de ellos grave, y a otro por un botellazo en la cara. Y la fiesta dejó un rastro de miles de botellas tiradas en el suelo y de suciedad por todo el campus.

A partir de ahí, y siguiendo el ‘ejemplo’ de lo ocurrido en Madrid, los macrobotellones se han repetido sin parar, aquí y allá. Como si desatara una carrera de imitaciones.

Siguiendo sus peores tradiciones, Barcelona no se ha quedado atrás, y en la noche del sábado al domingo consiguió el record: un macrobotellón de más de un kilómetro en las playas, con 40.000 asistentes.

Era el tercer festejo seguido de ese tipo, en plenas fiestas de La Mercé, y miles de jóvenes llegados de todos los barrios de Barcelona y de poblaciones cercanas, de en torno a los 18 años, bebían, cantaban, bailaban al son de altavoces de todo tipo, y, según las crónicas, algunos aspiraban el gas de la risa (óxido nitroso, la droga de moda), que circulaba en pequeñas bombonas a globos de plástico.

Muchos conocieron la convocatoria en Instagram, otros se enteraron por la tele y cogieron el coche para llegar hasta las playas. Tampoco aquí se vio a la policía, y la fiesta se saldó con 30 detenidos y 39 heridos.

 

¿Pasa algo por que miles de jóvenes se concentren por la noche para divertirse, estar juntos, bailar y reír? Nada en especial. Ni siquiera aunque tantos de ellos se emborrachen hasta perder el sentido. Eso no sería para tanto.

El problema principal es que lo están haciendo cuando este país, que tanto ha sufrido, y que tiene las cifras de víctimas en decenas de miles, aún no se ha librado del virus. Y que se reúnen sin guardar las precauciones básicas, con lo que se exponen a contagios, y, peor aún, a convertirse en contagiadores indiscriminados.

Es la hora de las preguntas. ¿Quién ha llevado a los botellones a esos cientos de miles de jóvenes a pesar de la pandemia?

Les han colocado ahí quienes tenían que haberles educado, quienes no les han formado suficientemente como para no protagonizar conductas antisociales.

Ha habido una dejación irresponsable, porque no ha existido una transmisión de valores básicos y cívicos, de hábitos de comportamiento, de principios respecto a los demás. O ha sido una transmisión insuficiente.

En consecuencia, hay que mirar a quienes tendrían que haberlo hecho. A la escuela, a los colegios, a la Universidad, a los padres…. Todos son responsables. Lo mismo que lo son la sociedad, las instituciones, los políticos y el Estado. Sin olvidar, por supuesto, los medios de comunicación.

Ellos son los que han educado, más bien deseducado, a esa juventud que protagoniza botellones alcohólicos en pandemia.

Con esto no pretendo exonerar totalmente a los que se concentran en plaza y playas. Pero sí quiero dejar claro que detrás existe desidia y dejación por parte de muchos. Y hay que decirlo.

Se nos había llenado la boca diciendo que esta era la generación mejor preparada. Viendo estos fenómenos, ¿de verdad lo es? ¿Ellos representan el futuro? ¿Los miles de concentrados en la Complutense, en principio todos ellos universitarios, constituyen una base fiable para construirlo?

Podemos ir un poco más allá. La situación es la que es, pero ¿se está haciendo algo por remediarlo? Prácticamente nada. Nada serio. Es que preferimos cerrar los ojos.

editor@elconfidencialdigital.com

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