José Apezarena

La España disgustada y la España del no

Manifestación en Francia de los chalecos amarillos.
Manifestación en Francia de los chalecos amarillos.

He leído en la prensa de Francia algunos análisis sobre las elecciones presidenciales, que se decidirán el domingo, en segunda vuelta, entre Macron y Le Pen.

Lo ocurrido en la primera vuelta pone de manifiesto, una vez más, la existencia de una “Francia del no”, es decir, la realidad de unas zonas del país que se sienten fuera de foco, excluidas, olvidadas, donde, por ello mismo, el voto de protesta, del no, se ha convertido en mayoritario.

Sumando los abstencionistas sistémicos, los votos en blanco y nulos, y los emitidos a favor de candidatos antisistema, superan el 75% del censo. Y aquí puede jugarse la segunda vuelta del domingo.

Según los estudios sociológicos, en departamentos como Aisne, Pirineos Orientales, Moselle… sus habitantes no creen en los partidos de gobierno tradicionales (republicanos, socialistas…), e incluso no creen en el propio sistema político.

En esas tierras, durante la primera vuelta, siete u ocho de cada diez votaron por candidatos críticos con la situación y con la manera como se ha llevado la política en Francia estos últimos decenios (es decir, votaron a Le Pen, Melenchón, Zemmour, Lassalle), o lo hicieron en blanco, o se abstuvieron.

La “Francia del no”, de los descontentos, agrupa al 55,6% de los electores que votan y al 68% del censo.

Sucede, en fin, que, al cabo de treinta años ha crecido una Francia disgustada y enfadada, que en las convocatorias electorales muestra su insatisfacción cada vez con más intensidad.

Se acumulan el desinterés por la política, la contestación cada vez más fuerte, la apuesta por soluciones más radicales que las de los partidos de gobierno, y el rechazo profundo a los propios dirigentes políticos.

Las encuestas oficiales dicen que Francia es uno de los países con más demócratas descontentos: el 35 %, frente a los 27 de Alemania, 12 de Suecia y 6 de Dinamarca.

 

Se ha consolidado allí la tendencia a votar a candidatos que puedan cambiar las actuales reglas de juego. Macron se aprovechó de ello en 2017, porque prometió otra política. Y ahora, Le Pen y Melenchón han prometido una “renovación democrática”, reformas institucionales profundas, como el referéndum de iniciativa ciudadana, convocatoria de una asamblea constituyente…

Las debilidades de esas “zonas del no” son el paro (10,8% en Aisne, 11,7 en Pirineos Orientales, frente al 7,2 de París), la pobreza, la falta de titulados... Es la Francia relegada, en contraste con la Francia que brilla. La de los barrios abandonados, los campos vacíos y las zonas desindustrializadas, frente a la Francia que vive bien.

Alto precio de los carburantes, médicos que se marchan, diez o quince días para concertar una consulta, falta de enfermeras, desaparición de servicios públicos (y tener que hacer  50-70 kilómetros para encontrarlos), todo eso ha provocado un sentimiento de abandono en dichas regiones.

Desaparecen los lugares de encuentro y en los que se hace comunidad. Se disuelven las asociaciones, como los clubs de cazadores, las peñas tienen cada vez menos miembros, las iglesias se vacían, las escuelas están amenazadas, los bares cierran.

En la “Francia del no”, que ha marcado las presidenciales, se asientan el desinterés y la cólera. Por eso, allí los intentos de descalificar a Le Pen se ven como un insulto. La demonización de la candidata refuerza la convicción de que ella está en el lado bueno.

Y se ha fraguado un motivo que puede pesar mucho en la votación del domingo: el deseo de romper la baraja, de derribar el tablero. Muchos se sienten despreciados por las élites y pueden ver en la candidatura de Le Pen la oportunidad de recuperar el poder, aunque sea en parte.

Por eso mismo, el debate a dos de hoy, entre Macron y Le Pen se considera decisivo. Hay analistas que no excluyen del todo una sorpresa el domingo.

Mirando a la Francia enfadada, a la Francia de los descontentos y del no, no puedo menos de echar también una mirada a España buscando paralelismos, que los hay.

En diciembre de 2012, el 67,5% de los españoles se mostraban muy descontentos con el funcionamiento de la democracia, según datos del CIS.

En julio de 2016, en el inicio de la campaña para las elecciones del 26-J, y también según el CIS,  el 80,1% de los electores consideraba mala o muy mala la situación política.

Un informe del centro Pew de EEUU, dado a conocer en octubre de 2021, revela que una inmensa mayoría de españoles están descontentos con el sistema político y económico. Más de dos tercios creen que son necesarias reformas urgentes. El estudio se realizó con encuestas a 18.000 personas en 17 democracias avanzadas de todo el mundo. Los países que más insatisfacción reflejan con las instituciones políticas son, en este orden, Italia, España, Estados Unidos, Corea del Sur y Grecia.

Algunos de estos datos y realidades se esconden detrás y explican las tendencias electorales que empiezan a dominar en España. El ascenso de Vox, por supuesto. La creación y auge de partidos nuevos en la España vaciada. Pero también la insistencia de las encuestas en pronosticar una derrota del PSOE y que Pedro Sánchez no repetirá mandato tras las elecciones de diciembre de 2023.

Respecto a esto último, un apunte más, de trasfondo. Los españoles se han mostrado los más descontentos de Europa con la gestión de la crisis por parte de su Gobierno. Una encuesta mundial estimó que un 66% creen que el Gobierno no ha hecho lo suficiente por detener la epidemia. Sólo los ciudadanos de Tailandia y Chile tienen una peor percepción de sus dirigentes. Eso está ahí.

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