Por favor, no me mandes sms

Los sms se han convertido en un potencial peligro. Y, si no, que se lo pregunten a dos personajes famosos: Iñaki Urdangarín y Miguel Blesa.

La circunstancia de ver aireados, y con la máxima publicidad, primero los mensajes remitidos por el yerno de don Juan Carlos, y ahora los del que fuera presidente de Caja Madrid, ha metido el miedo en el cuerpo a todos aquellos que han ido dejando datos, reflexiones y comentarios comprometidos en esos escritos… a lo largo del tiempo.

Pero no solamente les invade la zozobra a ellos, sino que lo mismo empieza a ocurrir con casi todo el mundo que se ha servido de tan rápido y eficaz sistema de comunicación.

Inquietud porque cualquier frase, sin antecedentes ni contexto, puede convertirse en una grave amenaza, al perder el sentido real lo que allí se dice o se quiere decir. Y porque el lenguaje desenfadado utilizado, junto con las confianzas que uno se toma al enviar mensajes pretendidamente reservados y confidenciales, convierten esas frases en cartuchos de dinamita… verbal.

Así que la evidencia de que los sms dejan rastro, y además indeleble, y de que son muy fácilmente localizables y reproducibles, se ha convertido en motivo de nerviosismo.

Muchos ahora intentan recordar qué dijeron, a quién, y cómo, en la larga lista de mensajes que han ido lanzando estos años últimos.

La aparición en portadas de periódicos de los mensajes de Urdangarín y de Miguel Blesa va a provocar posiblemente que no pocos empiecen a tomar precauciones y que hasta limiten drásticamente el recurso a esas comunicaciones, visto el rastro que dejan.

Más aún. Pienso que, lo mismo que observamos por televisión cómo algunos deportistas, pero también políticos, se tapan la boca para que nadie lea sus labios y no se sepa lo que están comentando, que los sms van a pasar a la esfera de las cuestiones peligrosas, a evitar en lo posible.

Y no faltan quienes empiezan ya a advertir: por favor, no me mandes un sms.