José Apezarena

El histerismo con las encuestas y las encuestas mal hechas

El presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), José Félix Tezanos, comparece en el Congreso.
José Félix Tezanos, en el Congreso

Hace un par de meses escribí un blog titulado “Las encuestas están desnudas”, en el que me hacía eco de la investigación llevada a cabo en Francia por un reportero de Le Monde que demostraba fallos graves en los sondeos electorales.

Con identidades falsas, participó (fue preguntado) en más de 200 encuestas, de los institutos de opinión más prestigiosos: Ipsos, IFOP, Kantar, BVA, OpinionWay, Harris Interactive, GfK...  Se presentó como un hombre, una mujer, un empleado, un jubilado, un maestro, un profesional liberal, un artesano, un técnico, y respondió a innumerables preguntas sobre hábitos alimenticios, ropa, política, ingresos, salud, gustos, últimas compras, coche, gatos y perros, hijos...

Inventó respuestas sobre encendedores desechables, dibujos de piruletas para bebés, un futuro anuncio de la marca System U, envases de chocolate Lindt, los lemas de Orange Bank, de Meetic, la imagen de Air France, los trailers de películas que se estrenarán en marzo de 2022, cualidades de los actores británicos Robert Pattinson o Benedict Cumberbatch,  los mejores kétchups, los mejores juguetes sexuales, la política francesa de vacunas, las cervezas artesanales, los protectores solares, una comedia francesa que debería llamarse Medellín, pero también sobre políticos como Anne Hidalgo, Michel Barnier, Xavier Bertrand, Eric Zemmour, Emmanuel Macron, y sobre las elecciones presidenciales.

Ahora, el politólogo Alexandre Dézé, profesor de ciencias políticas en Montpellier, investigador en el Centro de Estudios Políticos y Sociales de esa universidad, profesor en Sciences Polítiques de Paris, acaba de publicar un libro titulado “10 Lecciones sobre los sondeos políticos”, en el que aboga por una reducción drástica de las encuestas políticas.

El asunto es de actualidad en España, a propósito de las elecciones en Castilla y León, de lo ocurrido con las encuestas electorales (previas y en la propia jornada y noche electoral), y singularmente del atronador ridículo protagonizado por el CIS, que no acertó en ninguna (ni una) de sus previsiones.

Alexandre Dézé critica la importancia sin precedentes que se da a las encuestas políticas. Denuncia, por ejemplo, que en las presidenciales de 2017 en Francia se realizaron 600 sondeos. ¿Se necesitan tantos?

Apunta que algunos candidatos son simplemente un producto de las encuestas, encumbrados a base de insistir en preguntar sobre ellos. Sostiene que nunca ha habido tantas, a la vez que se detectan verdaderas debilidades en su ejecución. Las realizadas seis meses antes de una elección presidencial, por ejemplo, son correctas en uno de cada ocho casos.

¿Sirven para algo?, pregunta. Alimentan un debate político sobre cuestiones virtuales. Se testan candidatos no proclamados, se obliga a los encuestados a ejercicios intelectuales complejos donde tienen que imaginar muchos escenarios diferentes. Se les presupone también un conocimiento mínimo de los candidatos y de la política, algo que no tienen todos los participantes.

Hay además problema con las muestras confeccionadas por internet y con los voluntarios autorreclutados. Eso está lejos de los requisitos de un muestreo clásico. Una encuesta representativa, es decir, sin sesgos, es una encuesta aleatoria donde se eligen las personas por sorteo.

 

Todo es discutible en la realización de estas encuestas: desde la formación de las muestras, hasta la formulación de las preguntas, pasando por las correcciones sobre los resultados brutos. Lo ideal sería reducir el número de encuestas políticas y aumentar su calidad. Porque, cuando una encuesta se hace bien, genera conocimientos preciosos.

Las principales preocupaciones de los franceses son el poder adquisitivo, la epidemia de Covid o la salud, por delante de la seguridad y la inmigración... Pero las preguntas que se hacen no son las de la gente, sino las que plantean los patrocinadores de las encuestas. Y, así, generan resultados "artefactuales", es decir artificiales, haciendo creer que sus resultados son la emanación directa de la "opinión pública", cuando, de hecho, no se deja a la gente responder lo que quieren.

Denuncia que la comisión electoral existente en Francia está compuesta por personas que en su mayor parte no son expertos en encuestas, y que jamás ha impuesto una sanción, a pesar de las encuestas dudosas. Debería abrir una investigación sobre los paneles de participantes.

Haría falta, concluye Dézé, deshisterizar la producción y utilización encuestas. La industria demoscópica siempre sobrevive a su propios fracasos. Y no debemos olvidar que se trata de empresas como las demás, cuya finalidad principal es generar beneficios. Y, aunque las encuestas políticas no rinden mucho, porque representan una pequeña parte de su facturación, les ofrecen una visibilidad inesperada.

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