José Apezarena

Ni Carlos III es Felipe VI, ni Inglaterra es España

Entrevista de Felipe VI con Carlos III poco después de su llegada al trono de Inglaterra

Aparte de casi un millón de ciudadanos que ocuparon las calles de Londres, veinte millones de británicos siguieron por televisión la coronación de Carlos III.

La audiencia a nivel internacional superó los 300 millones, y la retransmisión en España fue líder esa mañana, con TVE en primera posición (1,1 millones de espectadores, el 22%), seguida por Telecinco y Telemadrid, mientras Antena 3 se mantenía al margen.

A pesar de haber sido rebajado en asistentes (de siete mil en la coronación de Isabel II a dos mil doscientos), lo mismo que en duración (de tres horas a dos), el ceremonial desarrollado en la abadía de Westminster tuvo una solemnidad muy destacada. En esto, los ingleses han sido maestros, y lo siguen siendo.

Los actos del sábado se han convertido en una potente herramienta de marketing del país.

Pero, a la vez, Inglaterra ha buscado convertirlo en una oportunidad de recuperación de la estima nacional, tratándose de una nación castigada por crisis como la salida de Europa por el Brexit, con dificultades graves en Escocia e Irlanda del Norte, acosado por la inmigración, en dificultades económicas, y que ha perdido casi toda influencia internacional: no tiene protagonismo en ninguno de los conflictos, empezando por la guerra de Ucrania.

Así que, por historia, pero también por conveniencia, la coronación de Carlos III se ha montado a lo grande.

Situación muy distinta de lo que se escenificó en España cuando llegó al trono el actual rey, Felipe VI. Aquí se organizó con evidente timidez institucional: un acto de jura de la Constitución celebrado en el Congreso, y una recepción en el Palacio Real a la que no se invitó a ninguna personalidad internacional, ni de estados amigos ni de casas reales.

Las excusas fueron entones que el clima interno del país no estaba para excesos, que no había tiempo para invitar a jefes de Estado y familias reales, y el siempre socorrido argumento de la austeridad y la sobriedad, que tanto se utiliza desde La Zarzuela.

En Inglaterra ha llegado al trono un rey más bien ‘soso”, con un perfil personal discutido, pero respaldado en una profunda tradición y por un amplio apoyo de los ciudadanos a la institución. Algo que no ocurre en España, donde ocupa el trono uno de los monarcas mejor preparados, personal, intelectual y políticamente, pero que necesita recuperar para la monarquía la parte de su crédito que ha perdido por los comportamientos finales de Juan Carlos I.

 

Una encuesta de The Guardian en 2012, en el contexto de las celebraciones por el Jubileo de Diamante de Isabel II, otorgó a la monarquía británica su récord de popularidad: el 69% opinaron que el Reino Unido estaría peor sin la monarquía y solo el 10% apuntó que se debería proclamar una república.

Más recientemente, en febrero de 2020, se preguntó por la continuidad de la monarquía: el 62% estaba a favor, frente a un 22% en contra y un 16% no sabe no contesta. El estudio se realizó tras los escándalos que vinculaban al príncipe Andrés con Jeffrey Epstein y la salida de los duques de Sussex.

Ocurre que la popularidad de la monarquía británica apenas se ha visto afectada por los escándalos que han rodeado a los miembros de la Casa Windsor. Según The Times los Windsor han salido ilesos tras la cuarta temporada de la serie The Crown. Más aún, una encuesta llevada publicada en The Sunday Times, mostró que para el 35% de espectadores su opinión sobre la monarquía había mejorado.

Siempre he pensado que las monarquías subsisten en países que están orgullosos de su pasado y de su historia, vinculada ordinariamente a la figura de sus reyes y reinas. Eso ocurre, por ejemplo, en Inglaterra. No así en España, porque este es un país ciego y sordo, que desconoce lo que ha sido y ha hecho (que es tanto), y los momentos de liderazgo que ha protagonizado. Nos han ocultado nuestra historia, y quizá ya no tiene remedio.

editor@elconfidencialdigital.es

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