José Apezarena

Y, ¡oiga!, no pasa nada

Félix Bolaños, triministro

Se atribuye a Alfonso Guerra (aunque él siempre ha negado haberlo dicho) la frase “Montesquieu ha muerto”, pronunciada a raíz de la aplastante victoria socialista de 1978, con sus 202 diputados, un resultado que nunca más se ha repetido.

Ese comentario pretendía significar que, como consecuencia de tan amplia ventaja, el Gobierno tenía en sus manos todas las atribuciones, todos los poderes, aludiendo así a la famosa división que proclamó el pensador y político francés.

Montesquieu argumentó que “todo hombre que tiene poder se inclina por abusar del mismo… hasta que encuentra límites. Para que no se pueda abusar, hace falta disponer las cosas de tal forma que el poder detenga al poder”.

Configurando tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, a los tres se confía la vigilancia de los otros, de forma que cada uno vigila, controla y detiene los excesos de los otros para impedir que alguno de ellos predomine sobre los demás.

Dicen los manuales que la separación de poderes, principio político por el cual los poderes legislativo, ejecutivo y judicial del Estado son ejercidos por órganos de gobierno distintos, autónomos e independientes entre sí, “es la cualidad fundamental que caracteriza a la democracia representativa”.

Es de recordar que, tras aquella victoria de los 202 diputados, los socialistas trataron de controlarlo todo, valiéndose de la ventaja conseguida. Se hicieron con los ministerios, con los tribunales, con los medios de comunicación… hasta con el Comité Olímpico Internacional y la Cruz Roja, por cierto órganos estos aparentemente ajenos al poder.

Y se prometieron a sí mismos que, con ese sistema, durarían cien años. Casi lo lograron. Lo impidió el trabajo de unos pocos medios informativos independientes, entre ellos en lugar destacado El Mundo y la Cadena COPE, que se la jugaron denunciando los excesos cometidos y, principalmente, la corrupción del partido en el poder.

El actual Gobierno ha cometido numerosas tropelías. Desde cerrar ilegalmente el Congreso de los Diputados durante el Covid, tal como proclamó el TC declarándolo inconstitucional, hasta los indultos a los golpistas catalanes. Y, ahora, promoviendo una ley de amnistía que deje impunes cualquier atropello, político, económico y hasta de orden público, cometido por quienes se proclamen nacionalistas.

Dicho lo cual, y volviendo a la separación de poderes, es el colmo de la desfachatez nombrar ministro de Justicia a quien también lo es de Presidencia y de Relaciones con Las Cortes. Es decir, los tres poderes en una sola mano.

 

Todo el poder para Félix Bolaños. Mejor dicho, para Pedro Sánchez.

Y, ¡oiga!, no pasa nada.

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