José Apezarena

No podemos fiarnos de ellas

Me refiero a las encuestas electorales. A estas alturas, y viendo todo lo que ya hemos visto, la credibilidad de los sondeos ha quedado casi a la altura de los mensajes de aquellos charlatanes de feria que ofrecían productos milagrosos a precios bajísimos. Digo, casi.

El último episodio, bastante espectacular por cierto, ha sobrevenido en Gran Bretaña, donde todos los institutos pronosticaron un resultado muy reñido, con riesgo cierto de pérdida del poder para el conservador Cameron. Incluso algunos estudios pronosticaron el triunfo de los socialistas de Miliband.

¿Y qué ha ocurrido en la realidad? Que el premier ha revalidado mandato, incluso con mayoría absoluta, algo que resultaba imposible según las sesudas predicciones demoscópicas.

Algún experto, algún agraviado, puede argumentar que el sistema electoral inglés es especialmente complejo, puede acogerse al particular sistema de mayorías por distritos, a cómo se adjudican los escaños…

Son excusas de mal pagador. Porque precisamente eso es lo que han de tener en cuenta los analistas para planificar la recogida de los datos, trabajarlos y lanzar sus predicciones. Y, desde luego, las lanzan.

Si la realidad es que desconocen como operar para lograr el acierto, si se sienten incapaces de cualquier previsión precisamente por los factores citados, que lo reconozcan, omitan el publicar sondeos y nos dejen tranquilos a los ciudadanos. Porque no ganamos para sustos.

Aquí, entre nosotros, lo ocurrido en Andalucía es otro caso de fracaso demoscópico. Erraron los pronósticos de mayoría socialista, se estrellaron los anuncios de un espectacular resultado de Podemos… Y anteriormente sucedió algo semejante con los sondeos para las europeas, que no calibraron la subida de Pablo Iglesias y su gente.

Encima, menudean últimamente los sondeos publicados por medios de comunicación. En la mayor parte de los casos han consistido en encargos ‘baratos’ (no están los tiempos para regalar dinero), es decir con muestras muy bajas, y por tanto merecedores de baja confianza. A pesar de lo cual han ido marcando portadas y condicionando el debate político de cada día.

Hemos asistido, por ejemplo, a encuestas que daban a Podemos el primer lugar en intención de voto a nivel nacional, por encima de PP y PSOE, algo que chocaba frontalmente con el sentido común más elemental. Poco a poco, esos mismos medios han ido ofreciendo otros estudios, aparentemente igual de válidos, que han llevado al partido de Pablo Iglesias al tercero y aun al cuarto puesto. ¿Cuándo eran fiables esas encuestas, al principio o ahora? Y no vale decir que la situación es cambiante y que los votantes mudan, porque vuelcos electorales como los que anunciaban no se producen cada pocos meses.

 

Ahora acaba de publicarse en España la última encuesta del CIS. Los resultados son bien conocidos y han sido analizados hasta la saciedad. Pero, a continuación irrumpe una inquietante duda: ¿son válidas esas predicciones? ¿Va a ocurrir aquí como lo acaecido en Gran Bretaña, donde todos anunciaron un castigo electoral a Cameron y la realidad es que ha conseguido una cómoda mayoría absoluta?

¿Qué cuál es mi propuesta? Que no nos mareen con predicciones electorales inseguras. Que si las empresas e institutos demoscópicos consideran que sus trabajos, por la dificultad que entrañan, por las circunstancias del país, por la volatilidad de la opinión pública, o por lo que sea, son discutibles, que lo reconozcan humildemente y, en lo posible, se abstengan de hacerlos. Y que si, a pesar de todo, los hacen, que se los guarden para ellos. Porque nos están mareando.

editor@elconfidencialdigital.com

Twitter: @JoseApezarena


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