José Apezarena

Unas universidades mediocres y para mediocres

He estado siguiendo, no con máximo detalle pero sí con alguna atención, el debate sobre la iniciativa del ministerio de Educación de aplicar el plan tres+dos en las universidades españolas, es decir, implantar un grado de tres años y a continuación un máster de dos.

Al margen de si la idea resulta o no acertada, que para conclusiones así habría que profundizar un poco más, me ha llamado mucho la atención la negativa, prácticamente unánime, de todos los rectores a esa novedad, y en general a cualquier cambio.

En España existen 82 universidades, con más de 200 campus, para un censo de millón y medio de estudiantes. Y, por lo visto, los centros no tienen la menor intención de competir entre ellos. Su apuesta es la uniformidad más absoluta, la no diferenciación.

En plena polémica, la secretaria de estado de Educación, Montserrat Gomendio, principal defensora públicamente de la iniciativa ministerial, denunció: "El problema es la tendencia de las universidades a la uniformidad. Todas tienden a ser iguales con las mismas titulaciones". Quieren ser iguales, con las mismas titulaciones.

¿Qué ocurre? En el fondo, que nuestras universidades tienen miedo a competir entre ellas. No están dispuestas a pelear por ganarse (más bien merecer) el pan (los ingresos) por el procedimiento de convertirse en más atractivas que las otras y así conseguir mayor número de alumnos. Apuestan, en fin, por la medianía, cuando no la mediocridad. Es más seguro. Pero menos justo, y desde luego mucho menos eficaz.

Así se entiende, entre otras cosas, el pésimo papel que cumplen nuestros centros superiores cuando se confeccionan rankings internacionales. Ninguna universidad española figura entre las 100 mejores del mundo. La primera que aparece lo hace a partir del puesto 150, y las dos siguientes a partir del 200.

Las universidades tendrán que cambiar, si quieren hace algo por este país y por su juventud. Porque no son iguales entre sí. Y cada una debería encontrar sus puntos fuertes, basarse en sus fortalezas  para proponerse, con lo que, además, aparecería una mayor diversidad en la oferta. Y los estudiantes podrían ser más selectivos, mirar la calidad de cada centro, las tasas, el nivel de empleabilidad que logra, en lugar de la rutina empobrecedora consistente en optar por la universidad de al lado de casa.

Por supuesto, tal planteamiento requiere una política de ayudas y becas suficientemente eficaz como para que nadie que, por sus capacidades y cualificación, merezca matricularse en el centro más competente posible, se quede fuera por motivos económicos.

editor@elconfidencialdigital.com

 

Twitter: @JoseApezarena

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