Javier Fumero

Mordaza a la prensa

La semana pasada se presentó en Madrid el primer informe sobre el estado de la libertad de expresión en España elaborado por la Fundación Ciudadanía y Valores (Funciva). La calificación otorgada por el grupo de expertos es de notable bajo: un 7,21.

Esta evaluación es el resultado de una encuesta realizada a un panel de expertos en comunicación, coordinada por el periodista Justino Sinova. El estudio mide la calidad de la regulación de la libertad de expresión en España y las posibilidades prácticas de su ejercicio en la vida de los profesionales.

Califica de sobresaliente el acceso y uso de Internet y la regulación constitucional de este derecho. Pero alerta sobre algunas anomalías: la opacidad de las ayudas públicas a la prensa, el límite a la información electoral en televisión durante las campañas, la restricción legal que existe para crear canales de tele y radio al exigirse una licencia, etc.

Se trata de un trabajo meritorio, valiente y necesario. Me atrevería, no obstante, a subrayar algunos aspectos del ejercicio profesional de los periodistas que, a mi modesto entender, hoy están provocando un deterioro en la calidad de la información que se difunde en nuestro país. Algunos ejemplos:

1. Las ruedas de prensa sin preguntas. De un tiempo a esta parte, líderes políticos y altos ejecutivos de nuestro país han decidido convocar a los periodistas, difundir sus mensajes y no permitir que estos intervengan para requerir explicaciones sobre lo que consideren oportuno.

Los protagonistas citan, comparecen, divulgan su mensaje y hacen mutis por el foro. Nada de preguntas incómodas, ningún contraste con la prensa, nada de dar cuenta a la opinión pública.

2. Los periodistas cuanto más lejos, mejor. Otra moda: alejar a la prensa. La Zarzuela ha optado en años anteriores por dejar fuera a los periodistas de actos y recepciones en los que hasta ahora estaba presente. Esas citas permitían a los profesionales de la información acceder a personalidades de primer nivel con los que departir, de forma más o menos informal, sobre temas y cuestiones del momento.

A su vez, en alguna campaña electoral reciente se han producido quejas por parte de los periodistas que seguían a los partidos políticos al ser confinados por los organizadores en reductos cerrados, sin posibilidad de moverse libremente y acceder a los candidatos.

3. Nada de cámaras en la campaña electoral: sólo señal institucional. Ni el PSOE ni el PP permiten desde hace algún tiempo a las cadenas de televisión el libre acceso a los actos electorales en los que intervienen sus líderes. Las cámaras oficiales graban y editan esas intervenciones que, una vez ‘enlatadas’ a gusto del partido, quedan a disposición de los canales.

 

De este modo se ‘cocinan’ los mítines, mediante la selección de planos, de eslóganes, de las reacciones del público que más interesan, con el argumento de que así las televisiones ahorran costes.

4. Opacidad de las fuentes oficiales. No quiero caer en injustas generalizaciones porque hay grandes profesionales al frente de la comunicación institucional en nuestro país. Sin embargo, es llamativo el enorme desgaste que suele requerir por parte del periodista su intento de crear una relación de confianza, abierta y fluida, con los portavoces de la Administración y las grandes compañías.

En muchos casos, se entiende que publicar una noticia crítica con la institución (sea verdadera o no) es una muestra de abierta hostilidad, se barruntan las más oscuras intenciones y supone con demasiada frecuencia la sentencia de muerte a esa vía de comunicación abierta entre portavoz y periodista.

Esta actitud demuestra que algunos portavoces no buscan facilitar el trabajo de los informadores para que sus noticias sean veraces sino evitar cualquier referencia negativa sobre su empresa. Insisto: sea ésta verdad o no.

5. Internet, todavía un medio bajo sospecha. A mi modesto modo de ver, a todo lo anterior hay que añadir, por último, la irrupción de Internet como plataforma de difusión de noticias. El periodismo en la red nació con el estigma de la falta de solvencia y el rigor. Era mal visto incluso por parte de veteranos profesionales de la comunicación.

El escepticismo de algunos –en franco retroceso por la consolidación de las webs informativas- deriva de la idea de que el ‘low cost’ de esta prensa (que no necesita de millonarias inversiones en rotativas, licencias de televisión o postes de radio) es señal inequívoca de incompetencia.

Esto ha provocado también un cierto arrinconamiento institucional para los profesionales de este sector: en las acreditaciones para la entrada en parlamentos o grandes eventos, en viajes oficiales, en convocatorias de prensa o en la asignación de publicidad institucional.

Más en twitter: @javierfumero

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