Javier Fumero

Si encuentro al topo, lo echo

Pep Guardiola tiene un problema en el Bayern de Múnich. En su vestuario hay un topo, un filtrador, que desvela a la prensa (bajo condición de anonimato) la alineación y estrategia del equipo horas antes de que salte al campo.

Sucedió en el último partido de la Bundelisga, poco antes del Borussia-Bayern que terminó ganando el equipo de Guardiola por 0-3. En la previa del partido el diario Bild acertó el once titular completo del equipo muniqués y la estrategia que desplegó en el campo el técnico catalán.

No es la primera vez que algo así sucedía. Por eso, Guardiola ha dejado claro ahora que va a buscar al topo y tomará medidas drásticas. Cuando lo encuentre, dice, “no volverá a jugar”. Pero hay quien aventura que se le indicará incluso la puerta de salida del club.

Lo entiendo. Me parece razonable.

Digo esto admitiendo que muchas informaciones que publica este medio de comunicación se obtienen gracias a topos, a filtradores incómodos, a personas que deciden ser indiscretos y revelar información sensible de su entorno.

Pero entiendo el malestar de Guardiola.

Sin embargo, tampoco creo que debamos anatematizar ahora a los topos del mundo. No lo digo porque quiera seguir sacando partido a mi trabajo sino porque, gracias a ese tipo de chivatos, se han logrado conocer graves casos de corrupción, vileza y abuso. En todo el mundo.

Desde el Watergate de Nixon, a los cables diplomáticos de Wikileaks, pasando por ese chico llamado Edward Snowden que nos permitió conocer el mezquino espionaje al que Estados Unidos nos ha sometido durante tantos años.

Son noticias que, gracias a soplones indiscretos en contacto con algunos periodistas, han logrado que el mundo conociera la verdad y ajustara cuentas con los tramposos. Esos son los que vivirían más cómodos si nadie se fuera de la lengua, si ningún ciudadano fiscalizara su trabajo.

 

Más en twitter: @javierfumero

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