Bronca

Aunque algunos políticos quieran dar la sensación de que en España hay normalidad democrática, lo cierto es que la bronca y los malos modos están imperando en nuestra vida pública y con bronca y malos modos es difícil hablar de normalidad.

Se está haciendo necesario definir en dónde acaba la bronca y dónde empieza la democracia o –más concretamente- qué se entiende por normalidad democrática en medio de insultos, acusaciones boicots y vallas en las calles.

Cuando no son los antitaurinos en las puertas de una plaza de toros, es una pelea en la calle en la que la policía no sale muy bien parada y cuando no es una diatriba en las cercanías de un juzgado, es una manifestación intimidatoria que colapsa una ciudad entera y cuando una autoridad no se salta a la torera un documento, una orden o una ley, es porque alguien se está pitorreando de la Constitución.

No es verdad que eso sean usos democráticos. No es verdad que eso sea libertad de expresión. No es verdad que la razón esté en la calle. No es verdad que la calle pueda, sin más, secuestrar a la soberanía nacional radicada en un parlamento.

Alguien dijo, con toda la razón, que es ilusorio pensar que el cambio tumultuoso de un orden, por insatisfactorio que sea, suponga garantía, por sí solo, de lograr un orden más justo. Porque ¿quién ha dicho que la violencia, aunque esté provocada por una situación supuestamente injusta, asegure la instauración de la justicia? ¿Es que la calle siempre tiene razón?

Cuando un representante político cifra su ideología en llamar ’ciudadano Borbón’ al Rey; cuando un concejal rompe con delectación un documento de un juez o cuando desde el Parlamento de una nación se ataca directamente la unidad de esa nación, hay que pensar que, por acción o por omisión, algo anormal está ocurriendo

Desgraciadamente es lo que nos espera. Teatrillos parlamentarios, manifestaciones callejeras, mezcla de Parlamento y políticas de barrio y protagonismos que en otros contextos no tendrían la menor relevancia.

Ya Goya, nos pintó a los españoles a garrotazos y con los pies hundidos en el barro.

 
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