¡Niños no, gracias! El auge de la “niñofobia”

En cada caso habrá que ver si el problema es de esos adultos, por ser demasiado “delicados”, de niños muy latosos /o malcriados, o de sus padres. Es una moda que nació hace pocos años con la prohibición de la entrada a menores en lugares de ocio. Actualmente se ofrecen “espacios libres de niños” en todo tipo de lugares comerciales.

La moda se consolidó, en parte, por ser un nuevo nido de negocio; pero, también porque la actual sociedad es distópica (promete “felicidad” a algunos ciudadanos a costa de silenciar a otros). Los niños serían un estorbo para una sociedad perfecta.

En ciertos casos la prevención contra los niños parece comprensible. Por ejemplo, ¿los comensales de un restaurante tienen que soportar que niños desconocidos correteen entre las mesas y jueguen con un balón, mientras sus progenitores hacen la vista gorda? Los padres de generaciones anteriores entraban en todas partes con sus hijos sin que surgieran problemas de convivencia. Los niños llegaban con la lección aprendida: el que se mueva no sale en la foto. En algunos locales no se prohíbe la entrada de potenciales niños conflictivos, pero se hace una advertencia por escrito a sus padres. Cartel a la entrada de un restaurante:

“Aviso. Rogamos a aquellos clientes que acudan con hijos sin modales, los mantengan controlados mientras permanezcan en este local, de forma que no molesten a los demás con carreras, empujones, gritos, etc. Están ustedes en un restaurante, no en un parque ni en un patio de recreo. Entendemos que los niños son inquietos, pero ustedes entiendan que los demás queremos estar tranquilos y no tenemos por qué sufrir la escasa o nula educación que dan a sus hijos. Muchas gracias en nombre del resto de clientes y del personal del establecimiento”.

Esta descripción destapa la existencia de otra moda: la de los “padresfobia” (intolerancia hacia los padres permisivos).

Esos comportamientos de los niños se suelen atribuir a errores en la educación familiar, pero ese factor no explica todos los casos. Últimamente se le concede mucha importancia a una predisposición del carácter que aclararía por qué en una misma familia solamente es antisocial uno de los hijos. Son niños con ausencia de apego, con insensibilidad emocional y carencia de empatía, lo que dificulta que tengan sentimientos de culpa.

Una segunda posible causa de los malos comportamientos: los hijos están afectados por el “Síndrome del niño emperador”, un fenómeno hoy frecuente que se caracteriza por el dominio sobre sus padres, llegando en algunos casos a maltratarlos de palabra o de obra. Es la consecuencia de cesiones sucesivas por falta de autoridad. Así lo sostiene el experimentado psicólogo Javier Urra:

“El niño, en muchos hogares, se ha convertido en el dominador de la casa; se ve lo que él quiere en la televisión y se come a gusto de sus apetencias. Cualquier cambio que implique su pérdida de poder conlleva tensiones en la vida familiar; el niño sabe que las pataletas y los llantos le sirven para conseguir su objetivo. Son niños caprichosos, consentidos, sin normas, que imponen sus deseos ante unos padres que no saben decir no. La dureza emocional crece, la tiranía se aprende, si no se le pone límites.” (En Rev. Psychologies, nº 6)

Los niños tiranos son, actualmente, una “mina” para los humoristas. Por ejemplo, una viñeta de Forges describe el diálogo entre un psicólogo infantil y los padres de un niño que les acompaña blandiendo un martillo. Han pedido consejo para orientar al hijo por ser un poquito travieso.

 

-Evaluada científicamente la situación, me inclino a quitarle el martillo.

-¿Y no le crearemos un trauma?

-No, tontolhabas, no.

El permisivismo educativo suele arraigar en padres que pretenden ser “modernos”. Poner límites al comportamiento de los hijos se opondría al desarrollo de la “conducta espontánea” y dañaría su autoestima. También es frecuente en padres ausentes del hogar que pretenden compensar así su falta de dedicación a la familia.

El pediatra A. Naouri criticó la pedagogía permisiva según la cual los padres no deberían negar nada a los hijos para evitarles frustraciones. Se declaró defensor de la frustración precoz de los niños, ya que tiene valor educativo y poder preventivo.

No se trata de grandes frustraciones. El niño que se frustró más de una vez por no poder consumir de un tirón todo el bote de mermelada difícilmente llegará a ser un hijo tirano.

Gerardo Castillo Ceballos

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra


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