Una crisis alimentaria quizá sin precedentes

La magnitud de la pandemia determina que repitamos con demasiada frecuencia expresiones del tipo “por vez primera en la historia”: así, en acontecimientos recientes, nunca se había dejado de conmemorar en media Europa el fin de la guerra europea con la rendición de Alemania el 8 de mayo de 1945; o nunca, desde 1917, se habían celebrado sin pueblo las apariciones de la Virgen en Fátima un 13 de mayo…

También por vez primera en nuestro tiempo se ciernen nubarrones sobre los procesos de alimentación de los habitantes del planeta, y no porque éste no esté en condiciones de producir los recursos necesarios. La falta de movilidad impide desplazamientos comerciales o solidarios indispensables, así como campañas clásicas de recolecciones estacionales; y el paro galopante reduce dramáticamente la capacidad adquisitiva de amplias franjas de la sociedad, aun si llegan alimentos a los mercados. 

Antes las carencias afectaban a países del tercer mundo, sobre todo de África. Pero la situación actual comienza a afectar a franjas sociales de occidente. Nada que ver con los viejos tópicos de la superpoblación o la limitación de los recursos limitados. 

Mucho se ha avanzado desde que en la conferencia internacional celebrada en Doha, septiembre de 2000, se fijaron los objetivos del milenio, entre los que ocupaba un lugar predominante erradicar el hambre en el mundo, que afectaba a casi mil millones de personas en el planeta. Han contribuido al avance la desaparición de dictaduras totalitarias y la derogación de políticas que restringían la libertad y la iniciativa de la gente, junto con una cooperación internacional inteligente y generosa.

Pero quizá nadie podía imaginar que los países occidentales, felices en su Estado del bienestar, fuesen golpeados también por el virus de la desnutrición, que afecta a un número creciente de ciudadanos: es una consecuencia del aumento de la pobreza causado por la pandemia del covid-19. La FAO, responsable internacional de la agricultura y la alimentación, con sede en Roma, ha calculado, a partir de la actual recesión del 3%, el número de personas que se sumaría a las 820 millones que padecen ya hambre: 38,2 millones si la contracción alcanza el 5% y hasta 80,3 millones si disminuye en un 10%.

No es fácil imaginar las calles de Ginebra, una de las capitales más ricas del mundo, con “colas” de cientos de metros cada sábado para recibir cestas de alimentos. Como tampoco la expansión de la pobreza en Nueva York. Su alcalde, Bill de Blasio, retrasó todo lo que pudo el cierre de las escuelas de la ciudad, porque tenía una gran preocupación: la alimentación de los niños de los barrios desfavorecidos, a veces reducida a lo que reciben en las escuelas públicas. Cada día, el ayuntamiento distribuía 600.000 comidas y 250.000 desayunos en casi 2.000 establecimientos. En marzo se estableció un sistema para proporcionar alimentos a pesar del cierre de las escuelas: comidas para llevar a las 7.30 y a las 13.30 horas, disponibles en los centros escolares para los menores de 18 años. La organización se inspira en la adoptada durante las vacaciones de verano: 450 puntos de distribución donde la demanda de ayuda alimentaria es elevada. Finalmente, los servicios de la ciudad añadieron la distribución de una cena, con posibilidad de menús vegetarianos, halal, kosher, etc.

Es menos anecdótico de lo que parece, y refleja la amplitud de la crisis: sin propinas, decenas de miles de camareros, peluqueros, esteticistas y taxistas están perdiendo ingresos esenciales. Lo cierto es que la asistencia social se ha multiplicado por dos desde el comienzo de la pandemia, como informó el gobernador Andrew Cuomo. De 8,5 millones de neoyorquinos, 1,1 millones están en situación de inseguridad alimentaria –el nombre del hambre en la neolengua-, y no se sabe qué pasará con el medio millón que ha perdido el trabajo.

En el conjunto de EEUU, antes de la pandemia, se estimaba que el 11,1% de los hogares padecía inseguridad alimentaria, obligados a sacrificar gastos de alimentación para pagar el alquiler o facturas de salud. El problema alcanzaba al 28% en situación de monoparentalidad (de ordinario, mujeres), al 21% para los afroamericanos y al 16% para los hispanos. Se comprende que, cuando 30 millones de personas se han quedado sin trabajo desde mediados de marzo, los bancos de alimentos se hayan convertido en la primera ONG del país.

Se trata sólo de botones de muestra que –lo vemos a diario en España-esbozan un problema universal que va a costar tiempo y trabajo resolver. Sobre todo, si los líderes no están a la altura de las circunstancias, sino sólo pendientes de perpetuarse en el poder, en la estela de Donald Trump, Vladimir Putin o Xi Jinping.

 
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