Invertir en tolerancia

Bien entrado el tercer milenio, todavía no aprendemos de la historia, o ¿es que no queremos? A pesar del grosor de sus páginas, sin embargo no llegamos a corregir los errores y los horrores del pasado.

Superadas las etapas despóticas, totalitarias, tiránicas, las tremendamente opresoras y dominantes, actualmente aún queda ese sabor amargo que no permite fijar la paz en nuestras vidas. Las democracias garantizan, al menos en teoría, las libertades públicas y los derechos fundamentales, pero existe un dilatado goteo de tinta en declaraciones, normas y leyes de toda naturaleza que no asegura a fondo el ejercicio de aquellas y el desarrollo de estos.

El respeto al color político, a las propias convicciones, a la opinión vertida en los distintos debates, se presta caro y, en ocasiones, se transforma en acoso y violencia. Sembramos odio en vez de dialogo, crispación en vez de entendimiento, arbitrios en vez de sentido común. Demasiado abuso de poder e inmoderada manipulación. Educar en valores y practicarlos, reduciría drásticamente los atentados contra la dignidad, los enfrentamientos inútiles y contribuiría a no alterar el orden público.

 

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