El papel de la personalidad en la política de la UE

La Unión Europea es un objeto de estudio cómodo para investigar un tema curioso: el papel que desempeña la personalidad de los políticos en el desarrollo de las políticas. Desde luego, la línea estratégica común de la UE es diseñada colectivamente por todos los miembros de la Unión; sin embargo, mucho depende de la personalidad de los líderes, tanto de los que se suceden sujetando las riendas del poder de la Unión como de los que llegan al poder en sus países miembros. E incluso, la de quienes pertenecen a un grupo que está aparte pero no deja de ser importante, es decir, la de los líderes de los países con que Bruselas coopera en la resolución de problemas acuciantes de importancia mundial. Cada personalidad alivia o complica la vida a la Unión Europea.

Para que quede claro de qué se trata, permítanme citar algunos ejemplos. El primero: si las próximas presidenciales de Francia las gana Nicolas Sarkozy —y tiene todas las posibilidades de lograrlo—, su triunfo repercutirá en un asunto tan espinoso para Europa como es el ingreso de Turquía. Ya ahora uno de sus leit motif electorales es poner barreras al acceso de los turcos.

Otro ejemplo. ¿Qué supondrá para la Unión Europea el reciente triunfo en Serbia del partido nacionalista de Vojislav Seselj, acusado por el Tribunal de La Haya? ¿Hasta qué punto este hecho retrasará el ingreso de Serbia en la UE, ingreso con el que sueñan los líderes serbios de otras fuerzas políticas?

Otro ejemplo más. ¿Cómo incidirá en la vida interna de la Unión y en sus relaciones con EEUU la inevitable y ya pronta dimisión de Tony Blair, aliado fiel de Washington? ¿Saldrá ganando la unidad europea?

Por lo demás, a la Unión Europea no le es indiferente quién suceda a George Bush y Vladimir Putin, y en ambos casos el cambio está a la vuelta de la esquina.

Es evidente que el entendimiento de la UE con el primero no es fácil, sobre todo en una serie de cuestiones políticas: Iraq, Irán, etc. Es fácil ver también notables divergencias sobre ciertos problemas morales de suma importancia para comprender lo que es democracia; baste mencionar su actitud hacia la pena de muerte, las torturas o las cárceles clandestinas.

 Gracias al segundo, por el contrario, la cooperación entre la Unión Europea y Rusia se mantiene con éxito, superando uno tras otro tanto los viejos obstáculos que quedan como vestigios de la guerra fría como retos nuevos, el más serio de los cuales es el problema energético. Lo ha demostrado, por cierto, el reciente viaje relámpago a Sochi de la actual presidenta de la UE, Angela Merkel. Problemas sí había, y nadie los ocultaba, pero los dos líderes los resolvieron con la sonrisa en los labios y de forma constructiva, actitud que no pasó desapercibida.

A este respecto, como bien se echa de ver, ha jugado su papel no sólo el interés mutuo en mantener la cooperación estratégica sino el alemán que Putin habla y, según me parece, la energía de la señora Merkel. Por algo ella abordó más activamente que sus predecesores recientes en la presidencia de la UE un tema tan complejo como la Constitución Europea. A propósito, antes de que la señora Merkel lo propusiera parece que a nadie se le había ocurrido la idea, bien lógica, de invitar en calidad de ayudantes más próximos a representantes de los países que, según el principio de rotación, le sucederán en la presidencia de la UE, un enfoque que permite mantener la continuidad de los esfuerzos, mejora la eficacia y, por consiguiente, aumenta las posibilidades de éxito.

Pero lamentablemente persisten otros obstáculos. Por citar uno, el Gobierno de los gemelos Kaczynski, presidente y primer ministro de Polonia, que impusieron veto a las negociaciones entre Rusia y la Unión Europea sobre el nuevo tratado. Como pretexto sirvió, es sabido, la prohibición que Moscú decretó sobre las importaciones de carne de Polonia, tras haberse detectado una burda adulteración del producto.

 

Lo más grave del caso es que en vez de admitir su responsabilidad y corregir rápidamente, Polonia optó por armar un escándalo, hizo suspender la cooperación de la UE con Rusia y prácticamente obligó a los líderes europeos a asumir este asunto tan desagradable. De modo que Putin y Merkel tuvieron que hablar también de la carne polaca.

Hace poco, en Berlín, el director del Servicio ruso de Supervisión Agrícola, Sergei Dankrvert, y la directora de Seguridad Alimentaria de la UE, Paola Testori Coggi, suscribieron un memorándum sobre los productos agropecuarios que suministran a Rusia los países de la Unión Europea. De modo que se ha encontrado una salida a la crisis.

Es de notar que los polacos suministraban productos que tenían certificado sanitario común para todos los países de la Unión, o sea, que se desacreditaron tanto a sí mismos como a la UE en general. Es justamente por esta razón por la que fueron invitados al encuentro berlinés representantes de aquellos países cuyos suministros Moscú rechazaba, entre ellos el secretario de estado del Ministerio de Agricultura de Polonia, Mark Zagorski, y altos cargos rumanos y búlgaros. Total, que el documento quedó firmado, y los polacos prácticamente tuvieron que admitir su culpa, al aceptar que inspectores sanitarios rusos controlen sus productos. 

Surge el lógico interrogante: ¿por qué se tenía que armar escándalo e imponer veto al proceso de acercamiento entre Rusia y la Unión Europea? Como es obvio que al final han sido los polacos los que han quedado mal parados, la respuesta sólo puede ser ésta: los hermanos Kaczynski y su antipatía hacia Rusia. Aunque quizá, y es la única variante que puede servir de justificación para los hermanos, posiblemente los señores Kaczynski no sean gastrónomos y, por tanto, piensen sinceramente que los músculos de hierro de los búfalos sí son comestibles.

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