El sueño de una noche de verano

Madrid, diez de Julio, ocho y media de la tarde, Plaza de Toros de Las Ventas. Otro cartel muy interesante para un ciclo de novilladas nocturnas que este año, gracias a que no mira pasaportes, logra despertar cierto interés en los aficionados.

La entrada general a 5 euros obliga a que las distinciones, antes de juzgar lo acontecido en el ruedo, se hagan por la merienda. Hay señoras que, tras toda la Feria de San Isidro en su barrera del 2, por fin se animan a llevar el tinto de verano embotellado y un montadito de jamón del bar de la esquina. También hay niñas muy de Despeñaperros para abajo, en pareja y más ocupadas con la temperatura de su manzanilla que el vecino de localidad con sus pipas.

Hay guiris de cierto relumbrón, de esos que pese al horario siguen sacando las viandas en el tercero, mejicanos con puros que doblan varias veces el precio de su entrada y, en fin, clásicos con bocadillos de cocina variados que de postre le quitan la piel a las almendras.

En lo taurino, dos novilleros punteros y una novillero que, como la ganadería, se presenta en Madrid. Viene Conchi Ríos cosida a cornadas tras una tarde desafortunada en Francia. Mucho pundonor el suyo, muchas ganas e ilusión.

Los astados, de José Cruz, dan pocas esperanzas por procedencia y novedad. Pura sangre Juan Pedro Domecq y Díez, vía Daniel Ruíz, la corrida es una escalera no mal presentada en la que varios toros se dejan y dos destacan con nota. Es, desde luego, la más grata sorpresa de la tarde, junto con el buen hacer –tan infrecuente— de las cuadrillas de a pie y alguno de los de a caballo.

Cuando uno recuerda, toro a toro, todas las faenas, la mayoría de los detalles, varios tercios de varas y alguna que otra huída del peto, se da cuenta de que ha sido una tarde interesante y de que no se ha aburrido un momento.

El primero, de buenas hechuras, serio, 460 kg. de peso, es un novillo noble, de embestidas buenas y suaves, algo soso. Cumple en el caballo acusando una falta de fuerzas que en la faena de muleta no llega a ser invalidez.

Jiménez Fortes lo lleva templado –con algún enganchón— pero no le da la distancia que la faena necesita para tener emoción. Cita fuera de cacho, con la pierna exageradamente retrasada, de perfil, al hilo… Lo que parece un glosario de términos taurinos no es sino el compendio de vicios, que no defectos, que parece estarse poniendo de moda en esto de torear. En el tendido alguien grita: ‘¡Chaval, que esto es pa’ dentro!’. Quizá la poca fuerza del toro le disuadiera de exigirle más.

Jiménez Fortes tiene arte y concepto, pero le falta sentar unas bases tan estéticas como morales para torear de verdad. No sé si desprecia las nocturnas o si pretende ser figura apropiándose de los defectos de Morante y Manzanares antes de tiempo, pero el resultado de su comodidad fue un novillo de premio que se fue con las orejas puestas.

 

Si el primer aperitivo de José Cruz nos deja con buen sabor de boca, el segundo le pone picante al menú. A la curiosidad por ver a Conchi Ríos –no en todo es perjudicial ser mujer en un mundo de machos— se añade otro novillo de bonitas hechuras y similar romana que además de fuerza tiene más casta que su hermano.

Conchi Ríos, superada por el volumen y la acometida del animal, da la impresión de debutar con caballos. La pierna de salida tiende siempre a hacerle honor a su nombre antes de tiempo, y los trapazos tratan más de sacar al toro y salvarse ella que de llevarlo toreado.

El genio del de José Cruz se crece conforme se hace dueño y señor del ruedo y la muleta. La murciana pincha varias veces y, lo que es imperdonable, descabella otras tantas veces sin haber dejado una estocada. Los clarines del segundo aviso suenan como música de fondo.

El tercero exhibe los clásicos defectos del encaste, y nada puede hacer un López Simón que tiene un buen concepto del toreo. En el sexto, un cabrón destartalado y con mal estilo, lo intenta valeroso y consigue, a fuerza de dar miedo, que el personal valore su firmeza.

El cuarto, un toro por hechuras, peso y cara, mansea descaradamente desde que sale por chiqueros. Fortes le planta cara en los medios y logra sacarle algunos buenos muletazos sin demasiada emoción. En general anda fino con la espada.

El quinto es el premio gordo de una corrida variada pero interesante. 520 kg. de peso, y hechuras más anovilladas que el cuarto. Nada destacable en el capote ni en el caballo –donde incluso mansea—, pero Conchi Ríos se pone a torear sin probaturas y el animal embiste como un carretón.

Menos bronco que el segundo, Escondido, nº 45, es un derroche de nobleza, profundidad y, sobre todo, clase. Fijo en la mirada, humillado con el cuello descolgado, los pitones haciendo el avión, cuadrado en bravo tras cada pase de pecho… Lástima que superase, también en esa clase, a su matadora.

Hubo muchos muletazos apasionados, como si el novillo fuese difícil o indomable. Era un santo. El tendido jaleaba sin un solo olé claro los redondos y naturales de una mujer que no conseguía estirar los muletazos ante un animal que no tenía fin.

Sí fueron estimables un trincherazo y dos pases de pecho al final de la serie de muleta. Y la estocada, que le dio dos orejas sin importancia. Fue una faena de intentar y no saber, como la primera había sido de querer y no poder.

En definitiva, el sueño de una noche de verano hecho realidad en su versión más pobre. Dos grandes novillos que toparon con una Conchi Ríos de estética vulgar y total ausencia de temple. Y media plaza dominguera, divertida y cachonda porque el segundo novillero llevaba un lazo rosa en su coleta natural.

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